Crónicas del Silencio

Paulo Christian Guardati: una desaparición en democracia

El 23 de mayo de 1992, Paulo Christian Guardati, de 21 años, se despidió de su madre, Hilda Gladys Lavizzari, con una frase sencilla: "Vieja, voy al baile; no me esperés levantada". Esa fue la última noche que Hilda lo vio con vida.

Adrián Characán
Adrián Characán

Paulo Christian Guardati asistió a una fiesta en la escuela Atilio Anastasi, en el barrio La Estanzuela de Godoy Cruz, Mendoza. Lo que comenzó como una noche de música y amigos terminó siendo el punto de partida de un misterio que aún duele.

El incidente y la detención

Testigos aseguraron que, ya de madrugada, Paulo fue abordado por un hombre armado. Vestía como un policía. Realizó disparos al aire, lo persiguió, lo redujo y lo esposó.

Lo llevaron al destacamento policial de La Estanzuela.

Nunca más se supo de él.

Hipótesis: lo que pudo haber pasado

Hubo versiones cruzadas, silencios oficiales y rumores que se multiplicaban como espejos rotos.

Algunos decían que Paulo había tenido un altercado con un efectivo policial dentro del baile. Que el joven no se dejó intimidar, que hubo insultos, forcejeo y orgullo herido.

Otros, que fue confundido con alguien más, y que pagó por una bronca ajena.

La hipótesis más temida es la más brutal: que fue víctima de un castigo policial que se salió de control. Que lo golpearon, que lo ocultaron, que lo hicieron desaparecer para no tener que rendir cuentas.

La verdad, como suele pasar, se hundió en los pasillos de una comisaría y se disfrazó de trámite.

La búsqueda desesperada

Al no tener noticias, Hilda fue a la comisaría. Nadie sabía nada. Nadie había visto nada.

Hilda Gladys Lavizzari la mamá de Paulo Christien Guardati.

Hilda Gladys Lavizzari la mamá de Paulo Christien Guardati.

La respuesta fue una pared, una sombra. La denuncia fue tomada, pero el caso no se movió.

No había registros de detención. No había actas. Solo el testimonio de quienes lo vieron por última vez, esposado y vivo.

La investigación: una causa que cruzó fronteras

Con el paso de los años y la presión inquebrantable de su madre, la causa comenzó a moverse.

La Oficina de Asistencia en causas por violaciones a los Derechos Humanos reunió pruebas clave que confirmaban la responsabilidad institucional en la desaparición.

Ante la gravedad del caso, la Corte Interamericana de Derechos Humanos impulsó la creación de una Comisión Ad Hoc, con el objetivo de analizar los hechos y elaborar un informe detallado.

Esa Comisión se constituyó en 1996 y juró ante la Suprema Corte de Justicia de Mendoza.

Y aunque la justicia local se mostró tibia durante décadas, el reclamo llegó finalmente a la justicia federal. Allí, el expediente tomó otro color. La desaparición de Paulo empezó a ser tratada con el peso simbólico y legal que merece: como un crimen de lesa humanidad.

Los implicados: nombres en la sombra

Tres ex policías fueron imputados: el ex comisario mayor Ramón Ignacio Ahumada, el ex subcomisario Adolfo José Siniscalchi Arizmendi y el ex oficial subinspector Néstor Ramón Falcón.

Estuvieron en funciones esa noche. Supieron más de lo que dijeron. Y durante años, el silencio los amparó.

Contexto político: entre la provincia y la nación

Corría 1992. En Mendoza gobernaba Rodolfo Gabrielli. En el país, Carlos Menem era presidente.

La democracia ya tenía casi una década, pero algunos sótanos seguían operando con la lógica del miedo.

Las instituciones estaban lejos aún de escuchar a las madres que golpeaban puertas con el nombre de un hijo desaparecido en la boca.

Más de Treinta años de lucha

Pasaron casi 33 años y su madre, Hilda Lavizzari, aún lo busca como el primer día. La causa judicial tuvo nueve jueces, 15 personas imputadas, renunció un ministro de Gobierno, dos jefes de Policía fueron relevados y 10 oficiales recibieron sanciones por irregularidades e interferir en la investigación.

Nunca apareció su cuerpo ni los responsables de hacerlo desaparecer.

A pesar del tiempo, el caso sigue vivo. Porque hay madres que no olvidan. Y hay crímenes que la historia no borra.

Un eco que resuena

Más de tres décadas después, el nombre de Paulo Christian Guardati sigue flotando entre el dolor y la impunidad.

Su madre no dejó de buscar. No dejó de preguntar.

La justicia tardó demasiado en nombrar lo obvio: desaparición forzada.

Porque no fue un accidente. No fue una fuga. Fue el Estado. En democracia.

Crónicas del Silencio es un espacio para volver a decir los nombres. Para que los olvidados, al menos, tengan memoria.

Porque mientras sigan impunes, no están del todo ausentes.

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