El amor: una química de dos, una guerra de tres y una revolución de infinitos
En tiempos donde la sectores más conservadores quieren convencernos de que solo existen el blanco y el negro, el hombre y la mujer, el amor sigue escapándose por las grietas.
Amar es un acto químico. Y político. En tiempos donde la sectores más conservadores quieren convencernos de que solo existen el blanco y el negro, el hombre y la mujer, el amor sigue escapándose por las grietas. Se cuela entre etiquetas y definiciones, desafía normativas y demuestra que lo humano nunca se deja atrapar del todo en un Excel de estadísticas.
Pero si algo nos ha enseñado la neurociencia es que, al menos en el cerebro, hay un orden. Helen Fisher, antropóloga y bióloga, desmenuzó el amor en tres sistemas neurobiológicos bien definidos:
- El deseo, gobernado por la testosterona y el estrógeno, esa chispa inicial que nos arrastra a la conquista.
- El enamoramiento, con la dopamina como droga de elección, ese cóctel que nos vuelve adictos a la presencia, el olor y el mensaje de "buen día" de la persona amada.
- El apego, el anclaje a largo plazo, con la oxitocina y la vasopresina como arquitectas de la estabilidad.
Claro que esta estructura fue estudiada mayormente en parejas heterosexuales. No porque el resto de los vínculos no existan, sino porque la ciencia, al igual que la historia, suele contar solo una parte del cuento.
¿Quién ama más?. ¿Quién sufre más?. ¿Quién pregunta eso en 2025?
Los estudios clásicos siempre han comparado a "hombres" y "mujeres" en el amor, como si la experiencia fuera binaria. Pero la realidad -esa que algunos quieren borrar con discursos nostálgicos de los ‘50- es más compleja.
La Universidad de Chicago (2019) mostró que los hombres heterosexuales tienden a enamorarse más rápido, guiados por la atracción visual y un pico de dopamina. Las mujeres heterosexuales, en cambio, suelen evaluar otros factores antes de entregarse emocionalmente.
Pero, ¿qué pasa fuera de la heteronorma?
Estudios más recientes del Instituto Kinsey (2022) indican que en relaciones del mismo género, los patrones cambian. En vínculos entre mujeres, el apego y la comunicación emocional suelen estar más desarrollados desde el principio. En parejas entre hombres, el deseo tiende a extenderse en el tiempo sin perder intensidad. Y en relaciones no monogámicas, las dinámicas de apego y deseo pueden coexistir de formas que la ciencia recién empieza a explorar.
Celos: ¿defensa, amenaza o un invento de la propiedad privada?
Los celos han sido defendidos como un mecanismo biológico de preservación de la pareja. Pero también han sido usados históricamente para justificar el control y la violencia.
Desde lo neuroquímico, los celos activan la amígdala y la ínsula anterior, las mismas regiones que procesan el miedo y el dolor físico. El Instituto Karolinska (2018) mostró que la testosterona intensifica los celos sexuales en los hombres, mientras que en las mujeres, la oxitocina refuerza la angustia ante una posible traición emocional.
Pero el amor ya no se limita a la monogamia. Modelos como la anarquía relacional, el poliamor y las parejas abiertas han desafiado la idea de la exclusividad como sinónimo de estabilidad. Para muchos, el problema no es la infidelidad, sino la falta de honestidad y comunicación.
En América Latina, donde el machismo sigue siendo una institución, el número se dispara.
¿Cuánto dura el amor en un mundo que se mueve tan rápido?
La euforia del enamoramiento tiene fecha de vencimiento. La Universidad de Harvard (2022) determinó que la fase de alta dopamina dura entre 12 y 24 meses. Después, el amor se convierte en otra cosa: menos fuegos artificiales, más apego, rutina y decisiones conscientes.
¿Y si no llega a transformarse?
Según la American Psychological Association (2023), casi la mitad de las parejas experimentan una disminución significativa del amor pasados cinco años. ¿Es un fracaso?. ¿O es simplemente la naturaleza de las cosas?.
La pregunta es aún más compleja en parejas queer, donde las estadísticas del amor a largo plazo están menos documentadas. No porque no existan, sino porque el amor fuera del molde ha sido históricamente ignorado por la academia.
Sexo y amor: la ecuación imperfecta
En sus primeros meses, el deseo es la brújula de una relación. Un estudio del Instituto Kinsey (2019) mostró que las parejas con alta actividad sexual en su primer año tienen mayores niveles de satisfacción y compromiso.
Pero con el tiempo, la ecuación cambia. La oxitocina, liberada en el orgasmo, refuerza el apego emocional, pero la frecuencia sexual suele disminuir. Para algunos, esto no es un problema. Para otros, es el principio del fin.
El Journal of Sex Research (2021) reveló que el 60% de las parejas que ven reducida su actividad sexual después de cinco años reportan menor satisfacción en la relación. Pero esto también varía según la identidad de género y orientación sexual. Relaciones entre mujeres suelen tener ciclos sexuales distintos a las relaciones heterosexuales. En personas no binarias y trans, la sexualidad puede ser más fluida y estar influenciada por factores como la disforia de género o el acceso a tratamientos hormonales.
El amor en tiempos de reacción
Si algo ha demostrado el siglo XXI es que el amor, como la identidad, se resiste a ser encajonado. Sin embargo, los nuevos centros de poder de la derecha buscan imponer una visión binaria y normativa de la sexualidad.
En discursos políticos, en reformas educativas y en censura cultural, se intenta reinstalar la idea de que el amor solo existe entre un hombre y una mujer, bajo contratos sociales rígidos y con propósitos reproductivos.
Pero la realidad -esa que ni la censura ni los discursos pueden borrar- es que el amor sigue mutando, escapando de etiquetas y resistiendo a quienes pretenden reducirlo a un manual de instrucciones.
El amor es química. Es política. Y, sobre todo, es un territorio en disputa.