La memoria es un territorio que arde: a 110 años del Genocidio Armenio
El 24 de abril de 1915, en el corazón del Imperio Otomano, comenzó uno de los episodios más atroces del siglo XX: el Genocidio Armenio.
"Nos llevaron a pie, como ganado. Primero a los hombres. Después a los niños. Después a las mujeres. El mundo no dijo nada. Y así aprendimos que el silencio también mata."
El 24 de abril de 1915, en el corazón del Imperio Otomano, comenzó uno de los episodios más atroces del siglo XX: el primer genocidio moderno. Aquel día, el régimen de los Jóvenes Turcos ordenó la detención y deportación de más de 200 líderes de la comunidad armenia en Constantinopla. Fue el inicio de un plan sistemático y deliberado para aniquilar a todo un pueblo por su sola identidad étnica y religiosa.
El mundo estaba envuelto en la Primera Guerra Mundial. En medio del caos, el nacionalismo exacerbado encontró en los armenios -cristianos, educados, asentados en zonas estratégicas- un enemigo interno ideal. El exterminio fue ejecutado con precisión: marchas forzadas al desierto, masacres, campos de concentración, hambre planificada. Se estima que murieron entre 1.200.000 y 1.500.000 personas. No en combate. Murieron porque eran armenios.
Turquía, heredera directa del Imperio Otomano, nunca reconoció oficialmente el genocidio. Lo reduce a "muertes en contexto de guerra", una fórmula que encubre la masacre bajo el lenguaje de la confusión bélica. Es la misma lógica que en Argentina busca relativizar las 30.000 desapariciones forzadas, inventando una guerra entre "dos demonios" para justificar lo que fue terrorismo de Estado. Lo mismo ocurre con quienes minimizan el Holocausto nazi y los 6 millones de judíos asesinados por el régimen de Hitler. Siempre el mismo método: negar para olvidar, y olvidar para repetir.
Durante el genocidio Armenio se estima que murieron entre 1.200.000 y 1.500.000 personas.
El genocidio armenio no recibió justicia ni reparación integral. Algunos países, entre ellos Argentina, lo han reconocido formalmente. Pero la negación turca persiste, como una cicatriz abierta en la historia del siglo XX.
No se trata sólo de memoria. Se trata de decir las cosas por su nombre. De no permitir que el tiempo diluya el horror en cifras abstractas. De no aceptar nunca más que un Estado pueda decidir que un pueblo debe desaparecer.
Hoy, a 110 años, recordamos para que no vuelva a ocurrir.