Fuera del sistema: ¿cómo nos protegemos de quienes ya no somos?
Una pareja joven, pulgares arriba, felices porque su cerco eléctrico de $400.000 está funcionando. Del otro lado, un hombre encapuchado y disfrazado de ladrón se sacude como si fuera una caricatura mientras recibe una descarga eléctrica.
En la publicidad sonríen. Una pareja joven, pulgares arriba, felices porque su cerco eléctrico de $400.000 está funcionando. Del otro lado, un hombre encapuchado y disfrazado de ladrón se sacude como si fuera una caricatura mientras recibe una descarga eléctrica. Ellos ríen. Él sufre. La escena es grotesca, pero refleja una idea cada vez más presente: el otro es una amenaza.
Nos dicen que estamos rodeados. Nos venden bolleros de más de un millón de pesos, sirenas que ensordecen, bombas de humo para "aturdir al intruso" y cercos eléctricos como el de la imagen. Como si la única forma de sobrevivir fuera blindarnos, poner cámaras en cada rincón y pagar abonos que superan los $100.000 por mes solo para sentirnos protegidos.
¿Protegidos de qué?
De ellos. De los fisuras, como les dicen ahora. De los "chorros", "motochorros", "ratas", "pungas", "delincuentes". Palabras que deshumanizan, que convierten a personas en estereotipos. Muchos de esos "otros" están en situación de calle o se cayeron del mapa porque la rueda del sistema los expulsó. Y aunque nos cueste admitirlo, en un país donde la economía se derrumba a pedazos, ninguno de nosotros está completamente a salvo de caer.
En lugar de mirar las causas, nos invitan a mirar al enemigo. A construirlo. Así como se construyó en otros tiempos y lugares. Así como Hitler señaló a los judíos para distraer a un pueblo arruinado por la guerra y la economía. Hoy, mientras discutimos alarmas y bolleros, pocos hablan del industricidio, de la apertura de importaciones que pulverizó fábricas y dejó a miles sin trabajo.
El negocio del miedo y sus gigantes transnacionales
El mercado de la seguridad está dominado por tres actores -ADT, Verisure (antes Securitas Direct/Berisure) y Prosegur- que concentran la tecnología, el capital y el discurso de protección.
ADT
- Nació como American District Telegraph en Baltimore en 1874.
- Fue absorbida por gigantes como Western Union, AT&T y Tyco. En 2012 volvió a cotizar en bolsa y en 2016 fue adquirida por el fondo Apollo.
- Hoy es la mayor firma de monitoreo de EE.UU. y Canadá, con presencia también en México y varios países de Sudamérica.
Cuando pagamos una alarma ADT, financiamos una infraestructura global surgida del capitalismo de conglomerados y hostiles fusiones.
Verisure / Securitas Direct (Berisure)
- Fundada en Suecia en 1988.
- En 2006 pasó a llamarse Verisure y pertenece al fondo Hellman & Friedman.
- Opera en 17 países de Europa y América Latina y anunció una inversión de US$200 millones para su tecnología "ZeroVision", que llena los ambientes de humo para ahuyentar intrusos.
Un gigante europeo que desembarcó con fuerza en Argentina, prometiendo protección de alta tecnología.
Prosegur
- Nació en España en 1976 y llegó a Latinoamérica en 1995.
- Ofrece alarmas, seguridad humana, logística de valores y servicios de ciberseguridad en más de 30 países.
- Tiene más de 175.000 empleados y ventas cercanas a los €4.900 millones en 2024.
- Enfrenta denuncias laborales como la reciente multa por exigir a sus guardias jornadas de 12 horas sin descanso.
Otro bloque global que impone un modo de seguridad rentable, cargado de tensiones sociales.
Un juego macabro
Mientras tanto, del otro lado, están los que quedaron afuera. Los que no soñaron con robar pero terminaron haciéndolo porque perdieron el trabajo, porque la salud mental les jugó en contra, porque no pudieron sostener el alquiler ni darle de comer a sus hijos.
Y no, con esto no queremos hacer apología del delito ni justificar la estigmatización. Queremos mirarnos a los ojos y preguntarnos dónde estamos y hacia dónde queremos ir. Este modelo económico nos obliga a blindarnos porque para que algunos podamos "sentirnos bien", muchos otros tienen que caerse del sistema. Es un juego cruel, quizás macabro, pero es así.
Un país al borde de la privatización total
En un país que a diario sufre cambios abruptos como el desfinanciamiento del Hospital Garrahan, donde los jubilados están por debajo de la línea de indigencia, donde se quiere cerrar el INTA, el INTI, el CONICET, y ya se habla del cierre de Vialidad Nacional, el avance privatizador no da tregua. Aerolíneas Argentinas, la línea de bandera, también está en la mira para ser vendida al mejor postor.
Estamos indefensos. El Estado no está. Y la seguridad, dirigida por la ministra Patricia Bullrich, pone el énfasis en la represión de jubilados o de cualquier otra manifestación social que intente reclamar un poco de justicia. En ese contexto, muchas personas terminan optando por cercos electrificados, concertinas, bolleros, alarmas, cámaras, monitoreo... mientras en el medio queda una clase excluida, cada vez más grande, salida del sistema.
Todo esto ocurre mientras el país tiene presos políticos como la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner. ¿Qué más podemos decir? La seguridad queda en manos del individuo. Y así volvemos a la foto de la pareja que sonríe feliz mientras un hombre recibe descargas eléctricas: estamos peligrosamente cerca de la justicia por mano propia. Y eso es gravísimo porque la justicia nunca fue, ni debería ser, competencia de los ciudadanos.
El dilema que no queremos mirar
Pero contradictoriamente, la misma gente que compra alarmas empieza a desconfiar también de cómo actúa la Justicia. ¿Quién protege a quién? ¿Quién queda afuera? Es un dilema difícil de dilucidar. Y la única salida posible es la construcción de equidad social. Un equilibrio que permita a todos alcanzar sus necesidades básicas: alimento, vivienda, vestimenta, salud y educación.
Mientras tanto, seguimos viendo una transferencia de recursos brutal: desde las clases menos favorecidas hacia las más poderosas.
Por ejemplo, el grupo Mercado Libre, que desde la pandemia no deja de crecer en forma estrepitosa, mientras millones pierden calidad de vida.
En EE.UU., un estudio -hecho en la Universidad de Princeton- demostró que una persona con una casa, un vehículo, acceso a la comida, descanso y vacaciones logra un nivel de felicidad óptimo. Pero quienes acumulan mucho más que eso no aumentan su grado de felicidad. La ambición desmedida no conduce a la felicidad eterna: está científicamente comprobado.
Quizás sea momento de pensar en serio que la riqueza del mundo se distribuya mejor. No hablamos de premiar la ociosidad ni de equiparar a quien no trabaja con quien lo hace. Pero a grandes rasgos hay millones de trabajadores que no pueden cubrir ni sus necesidades mínimas.
Y mientras el miedo sigue vendiendo cercos, quizás deberíamos preguntarnos: ¿estamos protegiéndonos del otro o de nosotros mismos?
Mientras tanto, nosotros miramos con desconfianza al que merodea cuando estacionamos, al que tiene "cara de sospechoso", o a esos chicos con gorritas y capuchas que se nos acercan cuando entramos o salimos de nuestras casas. Pero muchas veces en la televisión aparecen hombres de camisa y corbata que son ladrones de guante blanco: se otorgan concesiones de rutas, de parques eólicos, se autocondonan deudas millonarias como en el caso de Mauricio Macri con el Correo Argentino. Casos como el del actual ministro "Toto" Caputo, que endeudó a la Argentina durante el gobierno de Macri a 100 años y ademas por 45 mil millones de dólares, y que hoy repite las mismas recetas con el gobierno de Javier Milei, permitiendo la especulación financiera, una de las enfermedades más dolorosas de nuestro país.
Esa especulación trae consecuencias devastadoras: enfermos sociales, personas excluidas, y un sinnúmero de efectos colaterales que demandarán décadas para reconstruirse. Quizás esa confesión de Javier Milei de que era "el topo del Estado" y que venía a destruirlo lo exima de culpas en su relato, pero no borra el daño. Lo que están provocando es tan grave, tan profundo, que necesitaremos generaciones para recuperar los derechos que costaron décadas conquistar.
Y por si fuera poco, otra estafa global se suma a la lista: la criptomoneda Libra, con el propio presidente Javier Milei señalado como uno de los principales autores de esta gran estafa a nivel internacional.