Cómo sobrevivir a un ataque de pánico en la época de Milei
El cuerpo como trinchera: cuando la incertidumbre económica y social se vuelve una enfermedad silenciosa. Un ataque de pánico, en esta Argentina convulsionada, es el lenguaje desesperado de un cuerpo que no encuentra refugio en ningún lugar.
Un ataque de pánico no es solo un episodio de miedo. No es solo una respiración que se acelera, un corazón que golpea furioso contra las costillas, unas piernas que flaquean como si el mundo entero fuera a derrumbarse. Un ataque de pánico, en esta Argentina convulsionada, es el lenguaje desesperado de un cuerpo que no encuentra refugio en ningún lugar.
Desde la asunción de Javier Milei, y aunque no existan todavía estadísticas oficiales que lo registren de manera sistemática, los profesionales de la salud mental advierten un fenómeno innegable: los casos de ataques de pánico, crisis de ansiedad y síntomas depresivos han aumentado en todo el país. Clínicas privadas, hospitales públicos y consultorios psicológicos hablan de una verdadera marea silenciosa que arrasa, especialmente entre jóvenes, trabajadores precarizados, mujeres solas con hijos, y jubilados.
Cuándo aparece el ataque de pánico
El ataque de pánico aparece cuando el miedo se vuelve insoportable. No el miedo puntual -no el miedo concreto de un peligro visible-, sino un miedo difuso, crónico, que envenena los días. Ese miedo hoy tiene nombre: inflación, devaluación, pobreza, despidos, hambre, falta de vivienda, violencia institucional.
La doctrina del "libre mercado" impuesta como dogma por Milei no trajo libertad, sino angustia. La economía desregulada dejó a millones en la intemperie emocional: alquileres imposibles, alimentos fuera del alcance, servicios básicos convertidos en un lujo. Cada mañana es un salto al vacío. Cada noticia, una amenaza. Cada compra en el supermercado, un ataque de realismo brutal.
¿Cómo sobrevive una persona a un ataque de pánico en este contexto?
Primero, aceptándolo. Entendiendo que el cuerpo no está fallando: está reaccionando a un nivel de estrés para el cual no fue diseñado.
La primera respuesta no es pelear contra el ataque, sino dejarlo ser, reconocerlo: "Estoy teniendo un ataque de pánico. Es horrible, pero va a pasar."
La segunda herramienta es la respiración. Aunque parezca inútil en medio del terror, respirar lenta y profundamente, inhalando en cuatro tiempos, sosteniendo cuatro, exhalando en cuatro, ayuda al sistema nervioso a desactivar la alarma.
Anclarse en el presente es vital: tocar objetos, mirar colores, sentir texturas, recordar que el pensamiento catastrofista ("voy a morir", "voy a volverme loco") es solo eso: un pensamiento, no un hecho.
En tercer lugar, y aunque parezca una ironía en tiempos de soledad social, buscar ayuda. Amigos, familia, grupos de apoyo, profesionales. Nadie debería atravesar este infierno solo.
¿Se resiste un ataque de pánico en soledad?
Pero sobrevivir a un ataque de pánico en la época de Milei no es solo una tarea individual. Es también una tarea colectiva.
Se sobrevive recordando que no somos responsables de este dolor. Que no es debilidad ni locura: es una respuesta cuerda a un entorno profundamente enfermo.
Se sobrevive militando la ternura, defendiendo los pequeños espacios de solidaridad que aún quedan. Se sobrevive poniendo nombre a la angustia: neoliberalismo, despojo, exclusión.
Un Ataque de Pánico impacta directamente en el sistema nervioso.
¿Qué factores inciden hoy en los ataques de pánico?
- La brutal inestabilidad económica: el dólar que estalla de un día para el otro, los salarios pulverizados.
- El desmantelamiento de las políticas de salud pública, que deja a los más vulnerables sin acceso a tratamientos.
- La inseguridad habitacional: jóvenes y familias enteras expulsadas del mercado de alquileres.
- La violencia social creciente: represión en protestas, criminalización de la pobreza, discurso de odio desde el poder.
- La incertidumbre laboral: despidos masivos, cierres de empresas, precarización total.
Todo este combo letal impacta directamente en el sistema nervioso. El cerebro, ante la amenaza constante, vive en modo alerta, y el cuerpo, saturado, explota.
¿Existe algún observatorio en Mendoza o en Argentina que mida esta crisis emocional?
Hasta ahora, no. Ni el gobierno nacional ni los gobiernos provinciales han impulsado relevamientos serios sobre la salud mental en este contexto. Apenas algunas encuestas privadas -como las del Observatorio de Psicología Social Aplicada de la UBA- muestran la punta del iceberg: más del 70% de los argentinos consultados reconoce haber sentido ansiedad, miedo o tristeza intensa en el último año.
El ataque de pánico, entonces, es también una denuncia.
Una denuncia muda pero feroz contra un modelo de país que convirtió la sobrevivencia en un acto heroico de cada día.
Y aunque los medios dominantes hablen de "optimismo de mercado" o "corrección de precios", en las calles, en los colectivos, en los pasillos de hospitales, la verdad es otra: somos cuerpos en pie de guerra contra un sistema que nos quiere sin sueños, sin abrigo, sin sosiego.
Sobrevivir no es solo respirar.
Sobrevivir es también recordar que otro país, más humano, más justo, todavía es posible.