La leyenda de los claveles rojos y blancos: Testigos silenciosos de una sangrienta huelga ferroviaria en 1917
En 1917, una importante columna de trabajadores ferroviarios mendocinos caminaba sobre las vías del Ferrocarril San Martín, cuando pasaron por la avenida Colón morirían acribilladas las jóvenes manifestantes Josefina Biandini de Gómez, embarazada de ocho meses, Adela Montaña y el foguista español Miguel López. El motivo de la marcha: la indignación obrera por el alto costo de la vida, y por padecer una de las peores administraciones públicas de Mendoza.
Pasados unos minutos del soleado y lejano mediodía en el 25 de septiembre de 1917, una importante columna de trabajadores ferroviarios mendocinos, junto a sus familiares, caminaba a paso firme sobre las vías del Ferrocarril San Martín, cuando pasaron por la avenida Colón y sin saberlo, marcarían un hito en nuestra triste historia escrita con sangre. Morirían acribilladas las jóvenes manifestantes Josefina Biandini de Gómez, de 23 años, embarazada de ocho meses, y Adela Montaña, de 27 años. A los días fallecería el foguista español Miguel López, tras una dolorosa agonía...
Especial de Orlando Pelichotti
Más de un siglo atrás
Los motivos principales de esta cuarta huelga nacional, en lo que transcurría de ese 1917, era la indignación obrera por el alto costo de la vida y por padecer una de las peores administraciones públicas, que Mendoza vivió hasta ese tiempo, causadas por el gobernador del partido La Liga Cívica, el contador Francisco Segundo Álvarez. Conocido en nuestra historia como "Don Pancho Hambre", ya que su legado principal se refleja en los titulares de los diarios de la época por cesantear a cientos de trabajadores y por emitir bonos públicos que durante tres décadas se tuvieron que pagar con altísimos intereses, es recordado también por ser centralista y por la cantidad de ollas populares que se generaban a diario para paliar el hambre.
El reclamo ferroviario nacional se sentía con fuerza en Córdoba y Buenos Aires, mientras acá en Mendoza un sector de los trabajadores había comenzado desde los primeros minutos de ese 25 de septiembre. La protesta implicaba un corte total del tráfico de pasajeros y de carga, como así también la paralización de los talleres del ferrocarril Buenos Aires al Pacífico. Mientras las noticias de lo que pasaba en Capital Federal se extendían rápidamente por las capitales de todas las provincias, y de allí a los pueblos conectados, los trabajadores ferroviarios, gracias al uso del telégrafo y los telegrafistas que burlaban su uso oficial, lograban comunicar y coordinar todos los movimientos en cada estación de trenes de Argentina.
El periodista Felix Suárez, aportó en una de sus investigaciones: "La protesta contra el poder económico de las empresas extranjeras, que entonces explotaban el servicio y obligaban a esos obreros a trabajar más de 12 horas diarias sin descanso, con un sueldo diario de 39 centavos la hora, a quienes dejaban en la calle con cualquier excusa o pretexto, sin la más mínima contemplación e indemnización. En nuestra provincia los trabajadores ferroviarios fueron apoyados por "La Fraternidad" y "La Federación Obrera Argentina", que eran las dos agrupaciones que defendían los intereses de los obreros en general... "
Del grito "Viva la huelga"... a la masacre
En esa mañana del 25 de septiembre de hace 108 años, un grupo de 100 huelguistas partieron gritando al unísono "Viva la huelga", desde el local de la Federación Obrera Ferroviaria, que por aquellos tiempos estaba sobre la misma calle Belgrano 1137, hacia la Estación del Tren Trasandino, para impedir que arribara la formación desde Buenos Aires.
En ese momento creyeron que el Ejército, quien era el que mantenía la paz social, se mantendría en abstención a esos reclamos y les permitiría manifestarse. De hecho, desde tempranas horas de ese mismo día, dos cuerpos de 8 soldados cada uno, estaban en guardia frente a donde se realizaban las asambleas, sobre calle Belgrano, no intercedieron en el corte y se mantuvieron en estado de alerta acompañando desde la retaguardia.
A las pocas cuadras de allí, estaba apostado el cuerpo principal del ejército, que obedecía las órdenes directas del gobernador, pero no la de su mando principal de la junta militar, hecho que luego derivó en un polémico juicio. El general pidió que se retiraran en momentos que rompían la caseta del guardabarrera. Muy cerca de la estación, el cabo de artillería Sebastián Camargo gritó "Rodilla a tierra", a lo que los manifestantes contestaron "Viva la huelga", e inmediatamente un grupo de siete soldados dispararon al aire para dispersar, pero no logró su objetivo, por lo que el capitán José María Torres inmediatamente dio la orden de una descarga de proyectiles que impactaron directamente en una veintena de huelguistas, logrando dispersar a la gente que corría gritando llevando a las decenas de heridos, en su mayoría de la primera línea, aunque en el piso yacían los cuerpos enredados en una bandera Argentina, una joven Josefina Biandini de Gómez, embarazada de ocho meses, y la trabajadora Adela Montaña, de 27 años.
En ese mismo momento, el capitán Torres, sin piedad ni lógica alguna ordenó una tercera y despiadada ráfaga directa sobre los pocos manifestantes que, desesperados, huían en todas direcciones; algunos incluso, se supo días después, intentaban socorrer a los niños heridos, pero la violencia y la sangre se mezclaban con los gritos de dolor, creando un escenario de horror impregnado de la pólvora maldita, que sellaba un capítulo oscuro en las luchas sindicales.
A los pocos minutos intervinieron los escuadrones de seguridad. Agentes de infantería y parte del cuerpo de bomberos logrando disolver definitivamente a todos los manifestantes. Inmediatamente después la policía procedió a la detención del secretario de la federación Sr. Iglesias, junto a los huelguistas que se refugiaron con él: Manuel Villar, Segundo Farias, Fermín Gallegos, José Corbelino y Domingo Roldán. Esa misma noche se le dictó instrucción del sumario y se ordenó la detención del cobarde capitán José María Torres y al año siguiente se lo trasladó definitivamente a la ciudad de Córdoba. Por la mañana siguiente el gobernador ordenó la liberación de todos los huelguistas.
Tercera víctima de la huelga
Lamentablemente en la tarde del 1 de octubre, a ocho días del inicio de las protestas gremiales, se confirmó el deceso de un foguista del ferrocarril Pacífico, el español Miguel López, tras agonizar en el hospital San Antonio. Fue velado en la misma sala improvisada anteriormente y los medios gráficos reflejaron nuevamente el malestar popular que había originado que se endureciera la huelga. Sus restos mortales fueron trasladados al día siguiente y depositados en el Panteón de los Trabajadores Ferroviarios.
Indignación nacional y un multitudinario velorio
El malestar social fue generalizado. El gobierno nacional esa misma tarde se comunicó con el gobernador pidiendo explicaciones y soluciones inmediatas a ese conflicto sindical. Los medios de todo el país replicaron el caso durante varios días y los trabajadores ferroviarios de casi todas las provincias colocaron grandes panfletos en las estaciones en repudio a la Masacre de Mendoza. Los restantes gremios consolidados, junto a los trabajadores municipales, los guardas y motormans de tranvías y los empleados del comercio; se plegaron al homenaje (porque no lo consideraron una despedida) durante todo el día siguiente cuando se realizaba el último adiós de las víctimas.
El velorio de las dos trabajadoras masacradas fue al día siguiente en una capilla ardiente que se instaló en la misma Federación Obrera en avenida Las Heras 450 y se calcula que asistieron más de 20.000 personas en su trayecto hasta el cementerio municipal de Ciudad. Cientos de coronas de flores acompañaron en todo momento, en tanto el comercio paralizó sus actividades.
Durante varias jornadas continuaron internados los heridos en distintos hospitales, entre ellos figuraban: Eudosia Rojas, española de 18 años; Carlos Rayán, de 14 años; Miguel López, español de 33 años y ferroviario; Lorenzo Méndez, Santiago Aquiles Macañone, de 18 años; Vietario García, de 26 años; Ester Lidia Giménez, 19 años; Leoncio Giménez, de 41 años; Pascual Fernández, de 28 años, Alfredo Fossatti, también de 18 años; Antonio Enrique Díaz, de 28 años; Umberto Amaya, de 17 años; José Olegario Gómez, de 24 años; Ernesto Ormei, 25 años; Rosalía Pérez, española de 37 años; Doroteo Elortondo, español de 26 años; Pascual Fernández; Mercedes de Lezcano, con 43 años y Carlos Carón, de 50 años.
La vida política del gobernador Francisco Álvarez, que anteriormente había sido dos veces diputado provincial, se vio acabada tras cumplir su mandato, y su nombre pasó rápidamente al olvido social, no así su sobrenombre "Don Pancho Hambre".
La leyenda de los claveles blancos y rojos en el doloroso olvido social
Diario PORTADA, caminó por avenida Belgrano, en búsqueda de algún hito que recuerda a los caídos hace 108 años, tal vez algún nombre de calle, monumento, placa o monolito, sin tener éxito. El olvido social en el 2025 es asombroso. Preguntamos a vecinos más antiguos y a varios que caminaban por allí si sabían lo que había sucedido, y nadie nos supo dar una respuesta.
Cuando se cumplieron 70 años de la masacre, en 1987, se inauguró una tumba donde descansan los tres restos de esos trabajadores asesinados, en el inicio al cuadro de enterramientos, con la particularidad que están los tres juntos con una gran lápida de mármol granito, donde se los recuerda. Anteriormente estuvieron en el Panteón de los Trabajadores Ferroviarios, donde reposan algunos de los desafortunados ferroviarios de la "Tragedia de Alpatacal". Incluso, pudimos saber que existió una pequeña urna donde se conservaba la bandera de Argentina que traía en sus manos Adela cuando fuera asesinada y su sangre quedara manchada en la tela como testigo.
Cuando fueron trasladados los restos la bandera fue celosamente guardada en el Centro de Jubilados y Pensionados Ferroviarios Nacionales de Mendoza, en calle Paraná al 353 de Ciudad, y fue mostrada en un par de oportunidades, conservando sus manchas hemáticas, ya desteñida, aunque cuando quisimos acceder a ella, las autoridades actuales del Club negaron su existencia.
En nuestra última visita al camposanto algo nos llamó la atención desde la distancia. La tumba estaba reluciente, parecía brillar con una luz propia, como si guardara algún secreto en su interior, como si el tiempo se hubiera detenido allí. La sombra del pino que se extendía sobre ella no pudo disipar esa sensación que más allá de los visible acechaba en ese lugar.
De repente, detrás de otras sepulturas apareció doña María, una mujer que desde 1994 se dedica a limpiar panteones familiares. Con una voz pausada nos contó una historia que parecía sacada de un libro: "Cuando entré a trabajar, me contaron la leyenda que, cada 25 de septiembre, alguien viene y le deposita un clavel rojo y otro blanco, en esta tumba, al niño que nunca nació", susurrando mirando y señalando el florero. "Cuando me lo contaron me dio un poco de miedo, porque no tienen lógica, dado que pasaron más de cien años, pero con el paso del tiempo, acá todo es posible... ", tras ese breve relato se persignó como si temiera que el misterio pudiera atraparla a ella también.
¿Qué historia se esconde en esa tumba que cada año recibe un regalo tan triste como hace 108 años?.