El narcisista: entre la moda y la sombra de siempre
En la vorágine de la vida contemporánea, entre notificaciones que no cesan y la cultura del rendimiento, se puso de moda un término que antes parecía reservado a la psicología clínica: el narcisismo.
Nos dijeron que la tecnología nos daría más tiempo, que la automatización aliviaría las cargas, que el mundo moderno nos haría la vida más fácil. Pero en lugar de más tiempo, tenemos más apuro. En lugar de menos preocupaciones, más ansiedad. En la vorágine de la vida contemporánea, entre notificaciones que no cesan y la cultura del rendimiento, se puso de moda un término que antes parecía reservado a la psicología clínica: el narcisismo.
Hoy, cualquiera es un "psicópata narcisista". Un jefe exigente, un ex que no responde mensajes, un político en campaña, un influencer que habla de sí mismo en cada video. Las redes se llenan de frases como "te gaslighteó" o "te hizo un hoovering", mientras los hilos de Twitter y los reels de TikTok nos explican en segundos cómo identificar a estas personas. La información fluye con rapidez, pero la profundidad se pierde en el torbellino.
Narcisismo: entre los dioses y los diagnósticos
El término no es nuevo. Viene de Narciso, el joven de la mitología griega que, al verse reflejado en el agua, quedó atrapado en su propia imagen hasta morir. Pero lo que antes era una historia sobre la vanidad hoy es un diagnóstico que se lanza con ligereza.
Freud lo llevó al psicoanálisis en 1914, y desde entonces, la psicología ha delineado distintos tipos de narcisismo: el sano, que nos da autoestima, y el patológico, donde la persona se convierte en el centro del universo. Pero la gran explosión de este término en la cultura popular llegó con la era digital, cuando los algoritmos entendieron que el ego vende.
De repente, todo es narcisismo. Un padre ausente, una madre sobreprotectora, una pareja que no nos valida. La culpa nunca es nuestra; siempre del otro. Pero, ¿realmente estamos rodeados de psicópatas narcisistas, o simplemente encontramos un nuevo chivo expiatorio para nuestras frustraciones?
¿Cómo identificarlos?
Los manuales dicen que el narcisista patológico no tiene empatía, manipula a los demás, necesita admiración constante y usa a las personas como peones en su juego. Pero en un mundo donde todos publicamos fotos buscando aprobación, donde la validación social se mide en likes y donde el éxito parece ligado a la imagen que proyectamos, ¿quién no tiene un poco de narcisismo?
El problema es que no todos los narcisistas son psicópatas, y no todos los psicópatas son narcisistas. Hay una tendencia peligrosa a etiquetar con ligereza, a asumir que cualquier muestra de ego es un trastorno, a ver en el otro la enfermedad y nunca en uno mismo.
El mundo acelerado y el espejo de Narciso
Vivimos en una era donde el tiempo se escapa entre los dedos, donde corremos detrás de la productividad como si fuera un fin en sí mismo. Nos prometieron tecnología para liberar agendas, pero terminamos más atrapados en ellas. En ese contexto, el narcisista moderno no es solo la persona egocéntrica y manipuladora, sino también el reflejo de una sociedad que no se detiene a mirarse en el agua con calma.
No es la primera vez que desde los medios se lanzan diagnósticos temerarios. Tiempo atrás, el periodista Nelson Castro -quien, si bien es médico, no es especialista en salud mental, ni psicólogo ni psiquiatra- se permitió afirmar públicamente que la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner padecía el "síndrome de Hybris", una supuesta patología vinculada al ejercicio del poder y la pérdida de noción de la realidad. Más allá del contenido del término, lo preocupante fue la liviandad con la que se diagnosticó desde un medio de comunicación, sin evaluación clínica ni el más mínimo rigor científico.
Curiosamente, el contraste actual resulta alarmante. El año pasado, fueron las propias sociedades científicas -psiquiátricas y psicológicas- quienes solicitaron que se realizara una evaluación médica al presidente en funciones, Javier Milei, ante la preocupación por sus actitudes, decisiones y declaraciones públicas, que podrían poner en riesgo no solo su salud, sino también la estabilidad institucional del país. Mientras en un caso un periodista opina sin respaldo, en el otro, profesionales capacitados piden prudencia y análisis clínico, y sin embargo, los medios dominantes callan.
Este doble estándar mediático no solo muestra un sesgo ideológico evidente, sino que también deja expuesta la gravedad del momento que atravesamos: se naturaliza lo patológico y se patologiza lo que incomoda políticamente.
Y entonces surgen preguntas más duras, más incómodas. Como sociedad, ¿estamos atentos a los signos del desborde emocional? ¿Sabemos cuándo alguien está pidiendo ayuda sin decirlo? La reciente tragedia de Villa Crespo lo dejó expuesto con brutal crudeza. Una madre, atravesada por profundos trastornos psiquiátricos, tomó una decisión irreversible: matar a sus hijos, a su pareja y luego a sí misma. Había señales. Internaciones previas, tratamientos interrumpidos, y una carta desesperada escrita con palabras tan rotas como su mundo interior.
La patología no era narcisismo, sino una tormenta mental no contenida. No era una búsqueda de admiración, sino un grito silencioso que no encontró eco. Y aun así, el juicio social fue inmediato: ¿monstruo o víctima? ¿Enferma o asesina?
Por eso, es importante no dejarnos llevar por explicaciones simplistas. No todo puede diagnosticarse desde un reel de TikTok o una cuenta de Instagram. Identificar a una persona con ciertos rasgos complejos requiere formación, sensibilidad y, sobre todo, respeto por la salud mental. Las etiquetas lanzadas al azar por influencers pueden tener más de entretenimiento que de verdad, y en ese proceso, se estigmatiza lo que debería abordarse con seriedad clínica. El caso de Villa Crespo es una señal de alarma: algo falló, alguna advertencia no fue atendida, y el precio fue irreversible.
Tal vez la pregunta no sea sólo qué tenía ella, sino qué nos está pasando a nosotros, que seguimos mirando sin ver. ¿Qué nos impide escuchar a tiempo? ¿Cuánto hay de sombra colectiva en cada tragedia individual?
Porque si miramos bien, tal vez el problema no sea solo el narcisista que nos rodea, sino el ritmo que nos impide diferenciarnos de él y poder ayudar, a alguien que realmente lo necesita .
Si vos o alguien que conocés está atravesando una crisis emocional, hay lugares a los que podés recurrir:
La salud mental no puede esperar. Si estás sintiendo angustia, desesperación, o simplemente necesitás hablar con alguien que te escuche, no estás solo.En Argentina existen servicios gratuitos, anónimos y disponibles las 24 horas para brindar contención:
En todo el país:
- Línea 135 (gratuita desde CABA y Gran Buenos Aires).
- 0800 345 1435 (desde todo el país).
Esta línea de ayuda pertenece al Centro de Asistencia al Suicida (CAS) y está disponible todos los días, las 24 horas.
En Mendoza:
- Fonodrogas y Salud Mental: 0800 800 26842
- (0800 800 A-MENDOZA)
Atiende emergencias y orienta sobre asistencia psicológica y psiquiátrica, también vinculada a consumos problemáticos.
En Buenos Aires (Ciudad):
- SAME Salud Mental: 0800 999 0091
- Servicio gratuito, confidencial y disponible las 24 horas.
- También ofrece derivación a dispositivos especializados del sistema público.