¿Cómo ganó "lo anti-sistema" si alguna vez sentimos el bienestar?

Vivimos -lo vivimos en serio- una época en la que el Estado de bienestar nos tocó el bolsillo y la vida cotidiana: compu, aire, moto, auto, universidades, viaje posible. ¿Entonces cómo puede ser que hoy gane, y con fuerza, una fuerza que promete dinamitar lo que muchos consideraban sostén?

Adrián Characán
Adrián Characán

La explicación corta: desencanto acumulado, hartazgo con la inflación y la decadencia, una narrativa potente contra "la casta" y la promesa de libertad que corta con todo lo anterior.

La explicación larga -la que intentamos acá- mezcla memoria de consumo, expectativas que subieron, deterioro de ingresos, identidad juvenil anti-sistema, fragmentación del peronismo y un clima global que empuja proyectos libertarios.

Mientras tanto, el mapa electoral confirma el envión de LLA en Nación y en distritos clave, según el escrutinio provisorio.

Durante la llamada "década ganada", amplios sectores palparon bienestar: 

Consumo durable, acceso a tecnología, universidad cerca, vacaciones posibles. La memoria de haber llegado es real. Pero la expectativa subió un piso y el piso se resquebrajó: inflación persistente, salarios corriendo atrás, precariedad, corrupción percibida y un Estado visto -por crecientes franjas- como ineficiente.

Ahí prendió el relato anti-sistema: "la casta te roba; achiquemos el Estado; devolvamos libertad". La sociología electoral, como la que expone el investigador Javier Balsa en ¿Por qué ganó Milei?, muestra un viraje cultural profundo entre 2021 y 2023: el desánimo se transformó en ideología rupturista.

Lo que ayer sedujo -"llegar a eso que no teníamos"- hoy compite con otra aspiración: autonomía y menos tutelaje. La narrativa libertaria ofrece menos impuestos, menos regulaciones y un orden de mercado que "premia al que se esfuerza". No es solo economía; es identidad. Entre jóvenes y treintañeros criados en crisis y algoritmos, el discurso del romper todo resultó tan convincente como esperanzador.

El peronismo y sus aliados no lograron reconciliar la memoria de bienestar con el presente de deterioro. Fragmentación, autocrítica pendiente y ausencia de renovación simbólica abrieron puertas. Un "outsider" que grita contra el statu quo encontró música donde el resto ofrecía silencio.

Aquella declaración de Javier González Fraga, presidente del Banco Nación durante el gobierno de Macri, sigue flotando como un síntoma:

Le hicieron creer a un empleado medio que su sueldo servía para comprar celulares, plasmas, autos, motos e irse al exterior.

Esa frase -por más que después haya intentado matizarla- consolidó la idea de que el bienestar era un exceso, una ilusión. Y cuando la economía real se degradó, esa idea se volvió moneda corriente. Hoy muchos votan convencidos de que recortar es "ordenar".

El escándalo del Banco Nación y Vicentin, con préstamos otorgados incluso fines de semana para sostener a una empresa que luego fugó capitales, dejó un sedimento de impunidad estructural. Para el votante común, fue la prueba de que "los de arriba siempre zafan", alimentando tanto el voto bronca como la ilusión de que un "ajuste moralizador" podía limpiar la escena.

Lo positivo, si algo puede rescatarse, será pedagógico: que se vea el costo real del modelo y que la discusión sobre el bienestar vuelva a tener números, no consignas. Que la reacción, cuando llegue, no sea con bronca sola, sino con organización. Que se reconstruya la idea de Estado, pero sin convertirlo en botín ni en excusa.

Resultados oficiales (escrutinio provisorio 27/10/2025)

  • Nacional (diputados): La Libertad Avanza 40,7 %, Fuerza Patria 39,5 %, Frente de Izquierda 4,9 %.
  • Provincia de Buenos Aires: LLA 41,5 %, Fuerza Patria 40,8 %.
  • CABA: LLA 47,4 %, Fuerza Patria 26,9 %.
  • Córdoba: LLA 49,3 %, Hacemos por Córdoba 28,7 %.
  • Santa Fe: LLA 43,1 %, Unión por la Patria 32,4 %.
  • Mendoza: LLA 45,8 %, Frente Federal 33,6 %.
  • Formosa: Frente de la Victoria 57,3 %, LLA 36,7 %.
  • Santa Cruz: Fuerza Santacruceña 32,1 %, LLA 31,7 %.

¿Cómo ganó "lo anti-sistema" si alguna vez sentimos el bienestar?

A primera vista, da la sensación de un suicidio colectivo. O al menos de un 41 % de compatriotas que, empujados por el enojo, terminaron votando a su propio verdugo.

Un sociólogo debería interpretarlo: no como un fenómeno racional, sino como una reacción emocional de un pueblo saturado, desorientado, anestesiado por la inflación y la propaganda.

Y si bien no hay pruebas ni denuncias judiciales concretas, algunos observadores se permiten sospechar. En un contexto de penurias sociales tan profundas, con millones de personas que la están pasando mal, cuesta comprender un apoyo tan uniforme a un proyecto que propone más ajuste.

Sumemos un detalle: fue la primera elección nacional con boleta única de papel, un sistema nuevo, y también una de las campañas con mayor acompañamiento discursivo y financiero de Estados Unidos en los últimos tiempos. No lo afirmamos; apenas lo dejamos flotar, como flotan las dudas en un aire demasiado denso.

Y como si la escena necesitara un remate, Donald Trump no se hizo esperar. Desde su red social, felicitó al "gran vencedor argentino" por su triunfo y deslizó -con la sutileza de quien pasa factura- que "Estados Unidos ayudó mucho" para lograrlo.

¿Cómo ganó "lo anti-sistema" si alguna vez sentimos el bienestar?

No era solo un saludo; era un recordatorio de poder. Un modo de dejar sentado que América del Sur vuelve a estar en su radar, y que los recursos de Argentina, Bolivia, Chile, Brasil y Venezuela despiertan el apetito de quienes nunca dejaron de ver el continente como un tablero de saqueo.

Trump aprovechó la ocasión para posicionarse geopolíticamente, hablando de "libertad en el hemisferio" mientras asomaban los colmillos del interés: litio, petróleo, gas, agua, biodiversidad. Nada nuevo bajo el sol, pero esta vez, con la puerta abierta de par en par.

Nos quieren convencer de que lo que sentimos fue un espejismo: que el aire, la compu, la moto, el auto, las vacaciones eran "ilusión", que el plasma no debía colgarse en la pared del laburante. Lo dijeron, y quedó. Pero también es cierto que el salario se achicó y la mesa se vació, y que el Estado -ese que ayer cobijó- perdió el partido de la eficacia frente a la inflación, los abusos y la soberbia.

Así eligieron a quien promete el bisturí. Y nosotros, tercos, sabemos que el bisturí sin anestesia también corta al que trabaja.

¿Estaremos frente a un pueblo masoquista?

Quizás sí. Porque hay algo profundamente perturbador en ver a un pueblo que, tras años de golpes, ajuste y desprecio, vuelve a poner su fe en quienes lo castigan. Como si el sufrimiento colectivo se hubiera naturalizado, como si el dolor ajeno ya no doliera. Votan a quien les quita el pan, a quien humilla a sus mayores, a quien vacía los hospitales y se burla de los trabajadores. ¿Será que el pueblo argentino, cansado de tanta frustración, confunde el castigo con el cambio?

La parte que no cierra

Quizás un sociólogo, o tal vez un forense político, podría explicar mejor este fenómeno. Porque hay cosas que no cierran.

Sin pruebas, claro está, pero con demasiadas señales dispersas empieza a flotar la sospecha de que algo raro pudo haber pasado. Que tal vez existió una manipulación más fina, más tecnológica, menos visible que el viejo robo de urnas. Algunos hablan de algoritmos, otros de manipulación emocional a través de las redes, y también -quizás en el terreno de lo conspiranoico- surgen voces que se preguntan si las vacunas no habrán dejado algo más que inmunidad. ¿Una predisposición, una alteración sutil, un condicionamiento invisible? Todo sin pruebas, pero con una sospecha que se resiste a morir en el aire.

Mientras se desfinanciaba el Hospital Garrahan, se abandonaban las universidades públicas, se reprimía a jubilados todos los miércoles, se golpeaba a personas mayores por reclamar un aumento que nunca llegaba, y se recortaban programas de discapacidad bajo una estructura plagada de coimas y retornos, con la tristemente célebre "tasa del 3%" atribuida a Karina Milei, la "recaudadora" de turno, la sociedad siguió votando como si nada de eso existiera.

Sumemos a eso los nombres propios que quedaron grabados en la indignación colectiva: José Luis Espert, señalado por sus vínculos con financiamiento oscuro y entornos narcos; Diego Españolo, involucrado en manejos turbios de fondos públicos; Sandra Pettovello, que dejó pudrir toneladas de alimentos destinados a comedores populares mientras el hambre crecía.

¿Qué más hace falta para que la gente entienda?

A veces da la sensación de que la conciencia social fue hackeada, que las redes, los medios y ciertos intereses externos operaron con precisión quirúrgica sobre el malestar popular.

¿Cómo ganó "lo anti-sistema" si alguna vez sentimos el bienestar?

Y en medio de los festejos y de las pantallas encendidas, el profesor Ariel Robert escribió en su red social:

Debe ser muy escasa mi imaginación: jamás pensé escuchar tantas palmas aplaudiendo a sus propios verdugos.

Una frase que resume todo: la lucidez amarga de un pueblo que alguna vez conoció el bienestar y hoy se pregunta en qué momento empezó a celebrar su propio ajuste.

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