SOBERANÍA

Todos somos Vicentin (menos los que pagamos la cuenta)

Vicentin S.A.I.C., fundada en 1929 en Avellaneda, Santa Fe, era hasta hace poco una de las principales agroexportadoras del país. Un crédito detrás de otro, incluso durante fines de semana, violando todas las normativas bancarias. La sospecha se volvió certeza: se trató de una estafa coordinada desde el Estado para beneficiar a Vicentin. Las palabras que duelen.

Adrián Characán
Adrián Characán

Hay palabras que duelen más por lo que ocultan que por lo que dicen. "Soberanía", "patria", "trabajo argentino". Frases pintadas en silobolsas, en camionetas 4x4 y en carteles que flameaban en las rutas durante 2020, cuando el gobierno de Alberto Fernández intentó -tímidamente- intervenir la empresa Vicentin. Gritaban: "Todos somos Vicentin".

Lo que no sabían -o no querían saber- es que esa empresa ya no era de nadie... salvo de los bancos que intentaron salvarla, y de sus directivos que la vaciaron.

El espejismo de la patria cerealera

Vicentin S.A.I.C., fundada en 1929 en Avellaneda, Santa Fe, era hasta hace poco una de las principales agroexportadoras del país. En 2019, en plena transición entre gobiernos, entró en cesación de pagos. El agujero era monumental: 1.500 millones de dólares en deuda, de los cuales casi 800 millones fueron otorgados por el Banco Nación durante el último año del gobierno de Mauricio Macri.

Un crédito detrás de otro, incluso durante fines de semana, violando todas las normativas bancarias. El entonces presidente del Banco Nación, Javier González Fraga, lo permitió. Ese mismo funcionario que, sin sonrojarse, afirmaba:

Le hicieron creer a un empleado medio que podía comprarse celulares, plasmas, autos, motos y viajar al exterior.

Una frase que resume el desprecio por las aspiraciones del pueblo... pero no por las de los empresarios amigos.

La sospecha se volvió certeza: se trató de una estafa coordinada desde el Estado para beneficiar a Vicentin. El dinero no se invirtió: se fugó. Años después, sus directivos aparecieron con yates de lujo, cuentas offshore y propiedades en paraísos fiscales. Mientras tanto, miles de productores y cooperativas quedaron colgados, esperando cobrar lo que ya sabían perdido.

Nadie les gritó "todos somos productores".

Alberto Fernández: la tibieza que costó caro

En 2020, con el escándalo instalado, el gobierno nacional anunció la intervención de Vicentin y una eventual expropiación. Pero la resistencia no tardó en llegar: empresarios, medios de comunicación, jueces, ruralistas y hasta sectores de la oposición salieron en bloque a defender lo indefendible.

El gobierno, lejos de sostener su decisión, reculó. Fernández canceló la intervención y dejó caer la posibilidad de recuperar el control de la empresa. Hoy, Vicentin sigue en concurso preventivo. El Estado jamás recuperó lo prestado. Una oportunidad histórica perdida para demostrar que la justicia económica también puede ser popular.

Cargill y las cuatro grandes: los verdaderos dueños del agro

Mientras Vicentin ocupaba los titulares, los verdaderos titiriteros del agro argentino seguían operando en silencio.

Cargill, gigante fundado en 1865 en Iowa, EE.UU., es uno de los cuatro colosos globales del agronegocio, junto a:

  1. ADM (Archer Daniels Midland).
  2. Bunge Limited.
  3. Louis Dreyfus Company (única no estadounidense, con sede en Países Bajos)

Estas cuatro conforman el conocido "ABCD del agro". Juntas, controlan más del 75% del comercio mundial de granos.

En Argentina, Cargill opera como una potencia independiente: maneja acopios, exportaciones, puertos, precios y regulaciones. Su influencia política es profunda, con llegada directa a funcionarios, asesores y medios. Su sede en Rosario funciona como un verdadero Estado paralelo, donde no se debate, se impone.

¿Y la carne? El otro lado del agronegocio

El discurso criollo exalta la ganadería como símbolo nacional. Pero detrás del asado hay algo más que tradición.

Según la FAO, la producción ganadera es responsable del 14,5% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, en especial por el metano que emiten los rumiantes. Argentina, gran exportador mundial, tiene una huella de carbono altísima, que rara vez se contabiliza en los balances.

Cada kilo de carne implica:

  • Deforestación para pasturas,
  • Uso masivo de agua,
  • Antibióticos en cadena,
  • y emisiones que calientan el planeta.

Pero la épica del gaucho tapa la realidad: el agronegocio envenena, concentra y excluye. Y todo eso lo hace en nombre de la patria.

¿Quién pone el precio del pan?

Hoy el productor familiar casi no existe. El peón rural está tercerizado, precarizado o reemplazado por maquinaria. Y el consumidor paga precios en dólares, por productos sembrados en pesos y con subsidios estatales.

En el medio, los mismos nombres de siempre:

  • Cargill,
  • Bunge,
  • ADM,
  • Dreyfus,
  • COFCO (China),
  • y los frigoríficos Swift-Minerva, ArreBeef, Marfrig.

Y, como un espectro que aún ronda los pasillos del poder, Vicentin.

El negocio es global. La estafa, también

Mientras nos distraen con banderas, marchas y discursos sobre "el campo que alimenta al mundo", el negocio agroindustrial ya no nos pertenece.

Lo manejan multinacionales, fondos buitre y bancos extranjeros. Son ellos quienes deciden cuánto trigo exportar, cuánta carne enviar a China, y cuánto dejarle al pueblo argentino.

Se sientan en Bruselas, Ginebra o Shanghái, y desde ahí dictan el menú de los argentinos.

Y mientras tanto, el Estado mira, regula poco y cobra menos.

¿Todos somos Vicentin?

"Todos somos Vicentin", decían.

Pero nadie fue el jubilado que perdió su cobertura.

Nadie fue el productor al que dejaron con cheques sin fondo.

Nadie fue el pibe que dejó la escuela rural porque su familia se fundió.

Lo único que fue cierto... es que todos pagamos la cuenta de Vicentin.

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