Racionalizar el abismo: cuando el error se defiende con fe

Justificar antes que aceptar: un mecanismo de defensa en el que la persona, aun estando equivocada, se construye un relato interno -aparentemente lógico- para no enfrentar la culpa o el fracaso.

Adrián Characán
Adrián Characán

Hay un momento donde el dolor se disfraza de convicción. Un rincón íntimo en la psiquis donde el yo, acorralado, prefiere justificar antes que aceptar. La psicología lo llama racionalización: un mecanismo de defensa en el que la persona, aun estando equivocada, se construye un relato interno -aparentemente lógico- para no enfrentar la culpa o el fracaso. No se trata de mentirle al otro. Se trata de mentirse a uno mismo para sobrevivir.

Esta estrategia del alma, útil en lo individual para evitar el derrumbe, se vuelve peligrosa cuando toma forma colectiva. Cuando se transforma en ideología. Cuando se hace pueblo que elige creer y repetir antes que mirar.

En la Argentina del siglo XXI, esa racionalización tomó nombre de urna: Cambiemos. Después se disfrazó de Juntos por el Cambio. Hoy mutó en La Libertad Avanza. Pero la trampa es la misma: prometer un porvenir limpio a fuerza de limpiar al pobre, culpar al que recibe ayuda, señalar al otro como lastre, culpar al extranjero.

Racionalizar el abismo: cuando el error se defiende con fe

Y cuando todo sale mal -cuando el desempleo crece, cuando la deuda se multiplica, cuando se reprime, cuando se fuga- aparece la frase que justifica el error con un suspiro:

¿Y qué querés...? Si no lo dejaron gobernar.

Así racionalizaron el fracaso de Macri quienes, incluso estando peor que antes, necesitaban una coartada emocional para no sentirse engañados.

No lo dejaron gobernar, decían, mientras él se autocondonaba una deuda familiar de 70.000 millones de pesos con el Correo Argentino.

No lo dejaron gobernar, y se beneficiaba con negocios personales en los parques eólicos; en unos días hizo una fortuna de 18 millones de dólares... sin fabricar ni un ventilador de pie.

No lo dejaron gobernar, y mataron a Santiago Maldonado, un desaparecido en democracia.

No lo dejaron gobernar, y su gobierno pidió un préstamo de 100 años, endeudándose con el FMI por 45.000 millones de dólares. El crédito más grande de la historia que ha otorgado el Fondo a algún país, fugado luego por sus amigos.

Racionalizar el abismo: cuando el error se defiende con fe

No lo dejaron gobernar, y los aportes de campaña eran truchos, falsos, ilegales.

No lo dejaron gobernar, aunque tuvo Congreso, justicia y medios a favor.

No lo dejaron gobernar, y encubrieron el hundimiento del submarino ARA San Juan con 44 tripulantes, y luego espiaron a sus familiares. El espiar: el hobby de Macri.

Sin dudas podríamos mencionar muchos más "no lo dejaron gobernar... "

Porque es más fácil justificar que aceptar que el sueño era humo.

Pero la racionalización no se limita a una sola frase. Tiene variantes, giros, repeticiones con tono de verdades.

Frases como:

"Y... el ajuste era necesario."

"Pagábamos muy barato la luz, el gas, el agua."

"La comida estaba regalada."

"La nafta estaba baratísima comparada con otros países."

Todas dichas con la solemnidad de quien cree estar despertando de una ilusión, cuando en realidad está cayendo en otra.

Como si vivir mejor fuese el error, y no el proyecto que nos empobreció.

Racionalizar el abismo: cuando el error se defiende con fe

La racionalización no tiene partido. Se esconde en cualquier vereda. Pero en ciertos sectores, donde molesta la justicia social, donde incomoda la equidad, donde se teme el ascenso de los que siempre estuvieron abajo, este mecanismo es vital.

Necesitan creer que todo lo que huela a redistribución es corrupción, que toda política de bienestar es clientelismo, que si el hijo del obrero llega a la universidad es porque algo turbio hubo detrás.

Entonces, aunque el hambre apriete, aunque la fábrica cierre, aunque la dignidad se oxide, el relato sigue:

"Al menos no gobiernan los planeros."

Y ahora, desde 2024, volvemos a ver el mismo fenómeno. Cuando este experimento cruel de Javier Milei termine de caer -porque indefectiblemente caerá, no por deseo sino por las fórmulas aplicadas- ya están listas las excusas.

No lo dejaron gobernar, dirán, y habrá sido cómplice de una criptoestafa $LIBRA o recurrir nuevamente al FMI. Para luego liberar, irresponsablemente,el Cepo del Dolar que ya promete una devaluacion aproximada del 27 %.

No lo dejaron gobernar, y habrá privatizado lo poco que quedaba del Estado.

No lo dejaron gobernar, y habrá reprimido jubilados, estudiantes y trabajadores.

No lo dejaron gobernar, y el ajuste brutal habrá pasado como sierra por los huesos. 

No lo dejaron gobernar, pero hay algo que sí lo dejaron hacer, y eso es destruir. Para eso, parece, le sobra habilidad.

Racionalizar no es razonar. Es defender el error con la fe ciega de quien necesita creer que no se equivocó. Porque aceptar el error, cuando se ha votado con bronca y no con esperanza, es como mirarse al espejo y no reconocerse.

Con lo manifestado no se busca redimir ni condenar. Se busca entender. Porque si no comprendemos cómo opera este mecanismo en las almas heridas por la antipolítica, por el rechazo a los proyectos colectivos de país, volveremos a justificar lo injustificable.

Racionalizar el abismo: cuando el error se defiende con fe

Y cuando el dolor se repite, es porque no supimos nombrarlo.

Quizás entonces podamos empezar de nuevo.

No negando el error.

Sino aceptando que, a veces, lo más valiente es decir:

"Me equivoqué... y feo."

Y es que esta posición -rencorosa, antipatriótica, ciega de odio social- no es sólo emocional. Converge con un perfil: el del votante que elige líderes cipayos, extranjeristas, de alma y pensamientos colonizados.

Políticos que no quieren parecerse a San Martín, sino agradar al hombre más rico del mundo o al Rey de turno. Que no se piensan parte del pueblo, sino del imperio. Que no sueñan con una patria justa, sino con ser aceptados en una mesa que los desprecia.

Como decía Arturo Jauretche:

Son valientes con los débiles y serviles con los poderosos.

Y ahí está el verdadero abismo: no en el error, sino en el orgullo de defenderlo.

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