Del fuego a la pantalla: la protesta que se nos duerme

De la calle al scroll, del bombo al "me gusta". La protesta social en Argentina atraviesa su etapa más silenciosa. Entre la represión institucional, la manipulación mediática, la distracción digital y las amenazas al estado de derecho, los gobiernos han sabido capitalizar el agotamiento colectivo. Lo que antes era grito, hoy es eco. Y mientras el agua se calienta -como la rana del experimento- vamos perdiendo la fuerza, la rabia y la esperanza. El reciente pronunciamiento del Comité contra la Tortura de la ONU suma una prueba internacional: la protesta ya no es sólo despolitizada, es perseguida.

Adrián Characán
Adrián Characán

Hubo un tiempo -no tan lejano- en que la calle era una prolongación del cuerpo social. La protesta era el lenguaje de los que no tenían otro idioma que el grito, el bombo, el mate compartido y el frío en las piernas. Hoy, esa fuerza parece diluirse. Lo que antes era marea, hoy son gotas sueltas en una red saturada de publicidades, coaching, recetas de cocina y para "vender más".

Del fuego a la pantalla: la protesta que se nos duerme

El poder lo entendió antes que nosotros. Supieron que el cansancio también se podía legislar. En su primer gobierno, Alfredo Cornejo fue adelantado en esa tarea de disciplinar la calle, y lo hizo a través del llamado Código Contravencional en Mendoza. Esa normativa, presentada como una herramienta de "convivencia ciudadana", fue en realidad el primer paso para criminalizar la protesta. Convertía el reclamo en falta, la falta en multa, y la voz colectiva en infracción. Cuando un pueblo paga por gritar, el silencio se convierte en política de Estado.

La democracia bajo el gas pimienta

Años después, esa fórmula fue refinada a nivel nacional. El gobierno de Javier Milei -con un gabinete de perfil duro y represivo- emuló aquel modelo mendocino. La encargada de llevarlo a cabo fue Patricia Bullrich -ex ministra de Seguridad del gobierno de Milei y de Macri, hoy senadora de la Nación-. En su nueva versión, Bullrich se muestra potenciada: ordena desalojos, reprime jubilados, gasea estudiantes, criminaliza cualquier intento de ocupación del espacio público. Donde antes había manifestaciones, hoy hay cercos policiales, gases, detenciones masivas y un relato mediático que repite: "No los dejan trabajar".

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Esa frase -repetida hasta el cansancio por los canales de siempre- fue el golpe más eficaz contra la empatía popular. Se instaló la idea de que reclamar era molestar, de que el pobre que protesta no es ciudadano, sino obstáculo. Así, entre los noticieros y los trolls, se fue consolidando un nuevo orden moral: los que trabajan son buenos, los que protestan son vagos. La patria del meritocrático se impuso sobre la del solidario.

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Mientras tanto, reprimieron jubilados, golpearon estudiantes, rociaron gas a una niña, dejaron a un fotógrafo al borde de la muerte. Todo eso mientras nos convencían de que la libertad consistía en quedarnos en casa, opinando desde el teléfono.

Los algoritmos del olvido

La protesta también mutó. Se volvió digital, fragmentada e inofensiva. Ahora los reclamos se hacen en hilos, los debates en comentarios, la indignación en historias que duran 24 horas. El algoritmo -ese nuevo censor disfrazado de asistente- no quiere bronca: quiere consumo.

Te muestra cursos para ser exitoso, cómo vender mejor, cómo invertir en vos mismo. La rebeldía ya no se mide en plazas, sino en visualizaciones. La revolución se volvió reel.

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Y en ese nuevo escenario, los políticos aprendieron a esperar. No necesitan reprimir tanto como antes: la gente ya no sale. La protesta está anestesiada. El enojo, capitalizado. El grito, contenido.

El aval internacional y la denuncia global

Este coqueteo con la domesticación de la protesta no pasó desapercibido en el mundo. Recientemente -en su 83º período de sesiones- el Comité Contra la Tortura de la ONU evaluó el estado de los derechos humanos en Argentina bajo el gobierno de Milei.

Del fuego a la pantalla: la protesta que se nos duerme

En sus observaciones finales, el organismo internacional alertó sobre:

  • "Uso excesivo de la fuerza" por parte de policías durante manifestaciones.
  • Denuncias de detenciones masivas, detenciones arbitrarias, arrestos en la vía pública sin supervisión judicial, lo que afectaría principalmente a grupos vulnerables como personas en situación de calle, con enfermedades mentales, trabajadoras sexuales.
  • Uso de instalaciones policiales como lugares de detención prolongada, muchas veces en condiciones degradantes.
  • Prácticas institucionalizadas de tortura, malos tratos, violencia física, amenazas, acoso sexual -especialmente en contextos de encierro como comisarías o cárceles.

Del fuego a la pantalla: la protesta que se nos duerme

El Comité instó al Estado argentino a adoptar medidas urgentes: terminar con esas detenciones arbitrarias, garantizar detenciones bajo supervisión judicial, abolir el uso prolongado de comisarías como cárceles, revisar y transparentar protocolos de uso de fuerza, y asegurar la rendición de cuentas.

Este pronunciamiento internacional no es menor: pone en jaque la pretensión de "normalizar" la represión como rutina, y confirma que lo que antes era protesta social, hoy es motivo de castigo.

Mendoza: del agua a la indiferencia

Mendoza fue, alguna vez, ejemplo de resistencia. Hubo marchas masivas, las plazas fueron agitadas con entusiasmo y convicción. Pero con el avance del disciplinamiento institucional, la represión normativa y la criminalización previa, el pueblo ya no salió igual. 

Del fuego a la pantalla: la protesta que se nos duerme

Hubo llamados por redes, algunos videos, algún reel. Pero la calle  estuvo  casi vacía. El mensaje era claro: los medios lo compraron todo. Y lo que no se compra, se silencia. La bronca se volvió dato estadístico; la esperanza, posteo efímero.

La rana y el agua tibia

Nos hierven despacio.

Nos subieron al agua fría de la resignación y ahora la temperatura sube sin que lo notemos. Cada represión, cada multa, cada silencio mediático, cada scroll infinito... es un grado más en esa olla.

Y mientras tanto, seguimos opinando, compartiendo, posteando. Nos olvidamos de salir, de abrazarnos, de reclamar. Nos olvidamos de que la democracia no es solo votar, sino poder decir que no.

El espejo que no devuelve

Ya no hay referentes. Ni en la calle ni en las redes. Los que tenían voz se acomodaron o se cansaron. Y los que intentan hablar son tapados por el ruido del mercado.

El informe de la ONU lo revela con crudeza: la protesta ya no es sólo desactivada, es reprimida.

Quizás lo más peligroso no sea la represión ni el algoritmo, sino esta calma aparente. Porque mientras creemos que todavía somos libres, la olla ya empezó a hervir.

Quizás, antes de resignarnos del todo a esta época de cansancio y obediencia, deberíamos volver a escuchar -o releer- el poema, o mejor dicho, la arenga de Armando Tejada Gómez

Peatón, diga no.

Porque ese texto no fue sólo una pieza literaria, sino un llamado a la dignidad cotidiana, un despertador moral que nos convoca a no aceptar lo inaceptable, a no naturalizar la injusticia, a no habituarnos al silencio.

Tal vez -como metáfora precisa- necesitemos saltar del agua fría que empieza a hervir, despertar del letargo, del conformismo, del miedo que se disfraza de prudencia.

Y volver a decir no: con la voz, con el cuerpo, con la memoria. Como quien vuelve a respirar después de haber estado demasiado tiempo bajo el agua.

"Salir, el viento arriba, cualquier mañana de estas

al día trepidante, izando la paciencia,

insistiendo en los sueños que no se dan y huyen

locamente delante de nuestra suerte perra;

salir, ya mal herido por los informativos

y con el diario en llamas por la chispa de América

- corriendo hacia lo de uno urgentemente solo -,

es un fulero asunto, una ronca vergüenza

escondida en el fondo del manso portafolios,

esa tonta mochila del peatón sin tregua.

Yo peatón, me digo con el pecho golpeado

por las humillaciones sucesivas del día,

digo que yo me digo: hay que hacer algo, viejo,

antes que venga el cáncer y te deje en la vía;

hay que hacer algo pronto y aquí, sin ir más lejos,

hacer, no sé qué cornos, empezar la podrida,

porque yo ya no llego, ni con la lengua afuera

si no empiezo esta cosa de enderezar la vida,

¡aquí y ahora mismo!, digo, sin dar más vueltas,

asumiendo la bronca feroz de cada día.

¿Qué hacer? ¿Qué hacer, hermano, debajo de la lluvia?

¿Debajo del cemento, donde un perro agoniza?

¿Debajo del gobierno, inerme y ciudadano,

yugando bajo el peso de sus grandes mentiras?

¿Qué hacer? ¿Qué hacer, hermano, lacerado de afiches

donde la coca-cola se mata de la risa?

Hay que encontrar la forma de dárselas con todo

porque a mí no me arreglan ya con otra aspirina;

pero, ¿qué hacer, hermano, debajo de la lluvia

como un desopilante inspector de cornisas?

Yo peatón, culpable de ser la muchedumbre,

yo mismísima culpa, no compro más tranvías!

Digo no. No y a muerte. ¡No redondo y en seco!

Y para todo el viaje digo un no cañonazo!

Un no en la plena jeta del mercader de Patria!

No, hasta que yo no tenga las treinta y tres de mano!

¿Se da cuenta, compadre? Era simple la cosa.

Como dicen los bolches: la libertad se ejerce.

Ya tengo la precisa. Digo no, simplemente,

y se les viene abajo toda la estantería.

Pruebe, compadre, empiece por los no más pequeños,

no a la pequeña burla que casi ni se siente,

diga no a los legales prósperamente oscuros,

a las fotonovelas, al cantante epiléptico;

no al opio venenoso de la Tevé y la Radio.

Diga no. Es una bomba: y con la mecha ardiendo!

Dígalo en todas partes: en su casa, en la feria

en la calle, en los trenes, en la cancha, en el viento;

lléveselo al trabajo de modo bien visible

y lúzcalo orgulloso como un pañuelo nuevo,

después, vaya subiendo en grados subversivos

hasta el no más heroico y de cada momento:

no a las persecuciones, a la atroz carestía,

a los golpes de Estado y a los edictos rengos;

no a los yanquis en Cuba (o en cualquier otra parte)

a la guerra asesina en Vietnam, por ejemplo,

a que humillen la sangre como en Santo Domingo

sumando nuestra sangre a sumados ejércitos;

diga no sin tapujos allí donde le cuadre

hasta que se propague por el país entero

un no como una casa, grande como una casa

donde un día podamos alojar nuestros sueños.

Pero si acaso siente por el aire un sonido

como de pueblo andando caudal en su torrente,

si fueran a buscarlo los compañeros río

para Jordán y limo de sus hondas vertientes,

empínese en la honra de la Patria que amamos

y salga a decir sí"

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