Las tres M que desangraron al Estado

Hay tres letras que se repiten como una marca maldita: la M. Tres apellidos -Menem, Macri y Milei- se han turnado para corroer la fibra institucional del país

Menem, Macri y Milei: una herencia de pobreza, deuda y motosierra. A lo largo de nuestra historia reciente, hay tres letras que se repiten como una marca maldita: la M. Tres apellidos -Menem, Macri y Milei- se han turnado para corroer la fibra institucional del país. Distintos contextos, distintas excusas, pero siempre el mismo resultado: más pobreza, más desigualdad, menos Estado.

Las tres M que desangraron al Estado

Nos decimos en voz baja que no aprendimos, que seguimos tropezando con la misma piedra. Y si miramos bien, la historia de esas tres M es la historia de cómo la Argentina se fue quedando sin sostén, sin horizonte y sin proyecto común.

Menem y la convertibilidad: el espejismo de los 90

La década menemista arrancó con una promesa que muchos compramos: estabilidad. La famosa convertibilidad logró bajar la inflación de más del 2.300 % en 1990 a cifras casi inexistentes en 1996. Pero el precio fue altísimo: industria destruida, fábricas cerradas, miles de obreros en la calle.

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En 1995 la desocupación trepó al 18,4 %, el subempleo al 11,3 %. La pobreza, que en 1989 llegaba al 47 %, bajó al 22 % en 1995, pero volvió a subir al 27 % en 1999. Y hacia el final del ciclo, más del 36 % de los argentinos vivía bajo la línea de pobreza, con el 8,6 % en la indigencia. En algunas regiones, como el norte y Cuyo, la pobreza superaba el 50 %.

Se privatizaron empresas estratégicas, se vendió patrimonio público a precio vil, se multiplicaron los negociados. Y en el medio quedaron heridas abiertas que nunca cerraron: el atentado de la AMIA, el ataque a la embajada de Israel, la voladura de Río Tercero, el misterioso accidente del hijo presidencial. La democracia se acostumbró a la impunidad.

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Menem dejó un país devastado y un caldo de cultivo que derivó en el estallido del 2001. Como si nos hubiera condenado a vivir con un Estado débil y una sociedad a la intemperie.

Macri: deuda y bicicleta

El macrismo se presentó como el cambio, pero resultó ser la continuidad maquillada. Eliminó el cepo cambiario en 2015 y el peso se devaluó 40 % de un día para el otro. La inflación se mantuvo en torno al 40 % anual y el PBI cayó en tres de sus cuatro años de gestión.

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La pobreza subió del 36 % al 40 %; la indigencia al 7,7 %. La clase media se redujo del 30 % al 25 %. El salario mínimo perdió cerca de 35 % de poder adquisitivo en tres años. La deuda externa se disparó: de representar el 52 % del PBI en 2015, pasó a más del 80 % en 2019, gracias al acuerdo récord con el FMI por más de US$ 54 mil millones.

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Entre 2016 y 2018 se fugaron US$ 88 mil millones, casi lo mismo que había entrado por deuda nueva. Fue la fiesta de la bicicleta financiera.

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A eso se sumaron los escándalos: el Correo Argentino, los Panamá Papers, las cloacas de Rousselot, el encubrimiento del ARA San Juan. El apellido Macri venía de la obra pública cartelizada de los 90, de la estatización de deudas privadas, del contrabando de autopartes. En el poder, profundizó lo mismo: deuda, negocios propios y un Estado puesto al servicio de unos pocos.

Milei: la motosierra y la intemperie

El presente nos encuentra con otra M, la de Milei, que prometió dinamitar al Estado. Y lo está cumpliendo: eliminó diez ministerios, redujo secretarías, despidió 34 mil empleados públicos. Bajo su gobierno, más de 180 mil empleos privados se perdieron, y la pobreza trepó al 52 %, con una inflación que rozó el 193 % anual.

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En paralelo, se produjeron escándalos de corrupción que alcanzaron a su círculo más íntimo: su hermana Karina Milei acusada de participar en maniobras con medicamentos; denuncias de sobornos en la Agencia Nacional de Discapacidad; la sombra de la criptoestafa Libra.

Y como si fuera poco, en este tablero aparece nuevamente Patricia Bullrich, con sus experimentos sociales de laboratorio, como aquel "Gran Hermano de indigentes", y con un aparato represivo que la ubicó primero en el gobierno de Macri y ahora otra vez en el de Milei. Siempre presente, siempre funcional a los ajustes, como un hilo conductor que confirma que todo se repite.

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El país se convirtió en un experimento de ajuste: mas de 13.000 pymes cerradas, jubilados reprimidos, universidades desfinanciadas, hospitales como el Garrahan en crisis. Y la tragedia del fentanilo contaminado, que dejó casi un centenar de muertos, expuso lo que significa tener controles estatales debilitados.

Al mismo tiempo, los datos oficiales festejan una baja en la inflación y cierta recuperación de reservas, pero la vida cotidiana marca otra cosa: la mitad de los argentinos no llega a fin de mes, mientras un puñado viaja al exterior y especula en dólares.

Tres M, una misma historia

Menem, Macri y Milei. Tres M que, lejos de modernizar, dejaron un país más desigual, más pobre y más frágil. Menem desmanteló, Macri endeudó, Milei serruchó lo que quedaba.

Milei se declararó admirador de Margaret Thatcher, la enemiga de Malvinas. Todos se apoyaron en discursos de eficiencia y libertad, pero la realidad mostró otra cosa: menos Estado, menos derechos, más negocios para unos pocos.

En los 90 nos mandaron a vender pollos en la vereda, a manejar un remis o abrir un kiosco. En tiempos de Macri, a probar con cervecerías artesanales o "reconvertir" fábricas. Y hoy, con Milei, a sobrevivir con Uber, con Rappi, con Airbnb, con la economía Gig, de plataformas que no asegura ni jubilación ni cobertura de salud.

Y si algo faltaba para entender el círculo perverso de la "casta", es mirar la foto de hoy: Martín Menem en la presidencia de Diputados, otros Menem acomodados en cargos públicos, el actual ministro de Economía, Luis "Toto" Caputo, no es ningún recién llegado. Fue el jugador de la Champions League de las finanzas durante el gobierno de Macri, el arquitecto de la bicicleta y del endeudamiento feroz que hipotecó a varias generaciones. Hoy vuelve a escena, con las mismas recetas, en un país aún más debilitado.

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Y en paralelo, los hermanos Milei se instalan en la Casa Rosada como si fueran dueños de la pelota, repitiendo lo que tantas veces criticaron.

Si eso no es casta, ¿dónde estará la casta?

De la pizza y el champán al busto en la Rosada

Al gobierno de Menem lo bautizaron con una postal inconfundible: la pizza con champán. Era la síntesis perfecta de la frivolidad de los 90, de un país que se derrumbaba mientras las élites brindaban.

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El de Macri podría asociarse a otra estampa: los globos amarillos, el marketing vacío, el "sí, se puede" que terminó en devaluaciones, deuda y fuga de capitales. Una fiesta con cotillón importado y la heladera cada vez más vacía en los hogares.

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Y hoy, con los hermanos Milei, ¿a qué lo podríamos asociar? Tal vez al corte de la motosierra, al ruido seco del serrucho sobre lo poco que quedaba de Estado, no sólo a su demolición, sino a un extraño ritual esotérico, casi litúrgico. Una especie de misa negra de la política, donde con un speech repetido como mantra y una economía barata disfrazada de revelación, intentan hipnotizar mientras profundizan el daño. Como si el país fuera un altar de sacrificio, y lo poco que nos queda de comunidad se ofreciera entre humo, promesas y consignas huecas. Un sonido metálico que ya forma parte de nuestro paisaje político.

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Como si todo esto fuera poco, los propios hermanos Milei reivindican la figura de Menem: colocaron un busto en la Rosada para homenajearlo, mientras en las pantallas circula una serie que presenta los 90 como un espectáculo grotesco, edulcorando las heridas sociales que todavía sangran.

Aparte: la letra M y las supersticiones populares

No es la intención estigmatizar a quienes llevan apellidos que comienzan con la letra M ni tildarlos de apátridas por esa sola condición. Muy por el contrario: la crítica está dirigida a las decisiones políticas y económicas, no a las iniciales del nombre.

Tampoco se busca endilgar el mote de "mufa", aunque es sabido que, popularmente, tanto Menem como Macri cargan con esa fama: se dice que basta con nombrarlos para traer mala suerte. Milei, hasta ahora, no ha sido señalado de esa manera. Pero lo cierto es que sus acciones y políticas no acompañan la suerte del pueblo argentino, y cada vez está más cerca de subirse a esa nueva categoría de los mufas.

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