La macdonalización del planeta: cuando la eficiencia se disfraza de progreso
Un modelo nacido en las cocinas rápidas de McDonald's se extendió a todos los rincones de la vida: la macdonalización. Basada en eficiencia, control, previsibilidad y cuantificación, atraviesa no sólo el consumo, sino también el trabajo, la cultura y las relaciones. Analizamos sus consecuencias en Argentina y Mendoza, revela testimonios de explotación laboral y muestra cómo la misma lógica impregna a gigantes como Mercado Libre.
La trampa de la modernidad rápida. La promesa parece inocente: rapidez, comodidad, precios accesibles. Sin embargo, lo que se esconde detrás es un proceso cultural mucho más amplio: la Macdonalización.
Un término que George Ritzer acuñó para describir cómo los principios de los restaurantes de comida rápida colonizaron casi todos los ámbitos de la vida.
El mundo actual, obsesionado con medirlo todo en minutos, ventas y estadísticas, se ha transformado en una jaula de hierro moderna, tal como lo planteaba Max Weber.
Donde lo humano queda subordinado a la productividad.
Lo vemos en la comida, en la música que escuchamos, en la forma en que trabajamos y hasta en cómo nos relacionamos con nuestros seres queridos.
Los números de la expansión
McDonald's es la cara más visible de este paradigma. En 2024 alcanzó 43.477 locales en todo el mundo. En la Argentina ya son 225 sucursales con más de 16.000 trabajadores, y en Mendoza funcionan alrededor de 8 locales.
Detrás de estas cifras no sólo hay hamburguesas y papas fritas. Hay un modelo que uniformiza experiencias, desplaza mercados locales y genera dependencia económica. Cada apertura de un local reconfigura barrios enteros, mientras que las ferias y negocios familiares pierden espacio frente a la "modernidad" envasada.
Los cuatro principios que colonizan la vida
- Eficiencia: resolver rápido lo que antes era un ritual. Comer en minutos, sin sobremesa, sin encuentro.
- Cuantificación: todo se mide. Porciones, tiempos, tickets. Lo que no se mide, no existe.
- Previsibilidad: lo mismo en cualquier lugar. La sorpresa se anula y lo diferente genera desconfianza.
- Control: empleados y clientes reducidos a engranajes de un sistema calculado al milímetro.
Así, lo que parecía progreso termina siendo una simplificación extrema que vacía la experiencia humana.
Trabajo: del sueño juvenil a la servidumbre moderna
Miles de jóvenes entran a McDonald's en su primer empleo. El discurso es de oportunidad, pero la realidad es otra: precariedad, alta rotación y control total.
En Mendoza y Argentina hubo despidos durante la pandemia, presiones para renunciar y denuncias por maltrato organizacional. La práctica del mobbing (acoso laboral) es moneda corriente: un supervisor trasladado desde otra sucursal tiene como única tarea humillar públicamente a un trabajador, incluso hasta meterse en su vida personal, ademas si posee antigüedad, mortificarlo frente a sus pares hasta empujarlo a renunciar y así ahorrarle a la empresa la indemnización.
Los juicios por acoso laboral o despido injustificado pueden demorarse hasta cinco años. Tiempo que desgasta emocional y económicamente a la víctima, mientras la multinacional gana aire financiero.
Y lo más grave: los empleados de McDonald's no están afiliados a ningún sindicato. No forman parte de UTHGRA ni de otra representación gremial. Están completamente desprotegidos, sin voz ni defensa. La empresa los considera números, no personas, y cuando ya no sirven, los descarta. No hay miramientos: detrás de cada trabajador despedido quedan familias, hijos y proyectos, pero para la multinacional sólo son cifras en una planilla.
Competencia entre pares: dividir para reinar
El modelo no sólo explota: enfrenta. Hay casos en los que empleados que llegan a una instancia judicial, sus ex compañeros son obligados a declarar en contra de sus pares despedidos en juicios para conservar su propio puesto. Esa lealtad forzada destruye solidaridades y genera un clima de miedo. Pero todos saben que el final es inevitable: la empresa también ya fijó la fecha de vencimiento de quienes hoy acusan.
Así, nadie llega a jubilarse en McDonald's.
Los casos de trabajadores con 20 años de antigüedad son excepcionales. La mayoría son piezas que tarde o temprano la máquina reemplaza.
Mendoza y la Macdonalización que nunca duerme
En Mendoza, la macdonalización tiene una postal elocuente: un McDonald's abierto las 24 horas en un predio de la terminal de ómnibus concecionado de la provincia. Ese local no sólo vende hamburguesas a cualquier hora del día, también simboliza cómo las políticas públicas terminan favoreciendo a gigantes internacionales mientras los emprendimientos locales se las rebuscan como pueden.
Ese restaurante, con su luz encendida de madrugada, compite directamente con bares y restaurantes históricos de la ciudad, como el Barloa o cualquier otro clásico mendocino que durante décadas sostuvo la vida cultural nocturna. Es difícil que en ese McDonald's encontremos una empanada de carne cortada a cuchillo o una humita en chala: lo que allí se ofrece es un menú global que arrasa con lo particular.
Y lo más indignante no es sólo cultural: ese McDonald's contó en tiempo récord con energía de una subestación eléctrica, gas de alta presión, dotaciones de agua y todos los servicios necesarios, gracias a las gestiones del municipio de Guaymallén.
Mientras tanto, a un pequeño constructor de la misma zona pueden tenerlo esperando siete años para conseguir un simple medidor de luz o una habilitación básica. Una postal vergonzosa que desnuda las prioridades de la municipalidad: todo para la multinacional, nada para el vecino.
Si vos tenés un pequeño local y pagás alquiler todos los meses, más los derechos de comercio, ingresos brutos y la maraña de impuestos que caen sobre cualquier pyme, imaginá lo que significa que una multinacional de este calibre ocupe un lugar concesionado por la provincia. No sabemos cuál es el convenio, si pagan alquiler o no, ni bajo qué condiciones operan.
La sensación, inevitable, es de desigualdad y falta de equidad: mientras al comerciante local se le exige hasta el último papel, la multinacional avanza con ventajas que parecen blindadas.
En Mendoza, en 2005, a un empleado con 10 años de antigüedad y 120 personas a su cargo y que por ese entonces le pagaban 1500 pesos de sueldo, que hoy no le alcanzaría para comprar unas papas chicas, al que intentaron forzar a renunciar mediante la perversa técnica del mobbing, recién en 2010 le pagaron una indemnización de 36.000 pesos. Cinco años de espera por lo que hoy equivale a la recaudación de apenas de la venta de dos combos. Vergonzoso y humillante.
Y ahí es cuando aparece en esa confusión: ese fenómeno que hace que algunos se crean parte de la corporación y hasta terminen jugando al golf en sus clubes exclusivos. Pero no. En realidad son apenas una pequeña e ínfima pieza del engranaje que funciona y tritura. Están más cerca de ser desclasados que de formar parte real de esa corporación.
Lo que está en juego no es sólo una comida: es nuestra cultura gastronómica, nuestra identidad y hasta nuestra forma de hablar. Donde antes pedíamos empanadas, locro o un sánguche de milanesa, ahora repetimos mecánicamente palabras importadas: combo, big, Mc esto, Mc lo otro. Palabras que, como fichas de dominó, van empujando a las nuestras hacia un rincón.
Ese McDonald's 24 horas en Mendoza es más que un negocio: es un recordatorio de cómo la Macdonalización no se limita a vender rapidez, sino que avanza sobre la cultura local, despojándola de sabor, de lenguaje, de recursos y de dignidad. Y lo más grave: lo hace con la complicidad de gobernantes que deberían defender a los suyos y terminan derritiéndose como un conito helado de McDonald's.
Economía política de la hamburguesa
El poder no está sólo en el mercado, también en los escritorios oficiales. McDonald's recibe beneficios fiscales, reducciones de cargas sociales por pasantes y exenciones impositivas. Ventajas que los pequeños negocios jamás tienen.
Algo similar ocurre con otras cadenas: Burger King decidió vender 117 locales en Argentina, además de operaciones en Chile y México. Una jugada financiera que dejó a cientos de trabajadores a la deriva, sin importar los años de servicio ni la vida entregada a esa empresa.
Salud, cultura y ecología
La publicidad vende sonrisas. La realidad ofrece otra cosa: colesterol, triglicéridos y enfermedades crónicas. El consumo regular de ultraprocesados está vinculado a problemas cardiovasculares, metabólicos y de salud mental.
A eso se suma la huella ecológica de la producción masiva y los empaques, y el daño cultural: cada local que abre erosiona las ferias, las recetas tradicionales y los espacios de encuentro.
Es al menos llamativo, que los ambientalistas locales que tanto luchan por proteger el agua u oponerse a la minería no son consecuentes con la contaminación de estas cadenas de comida rápida, como si lo hacen en otras partes del mundo , que luego le impone al sistema de salud una carga grande. Dejar personas sin salud por malos hábitos alimenticios.
Resistencias cotidianas
La resistencia no siempre es heroica. A veces es sentarse en un café de barrio, con sillas cómodas, donde uno no sienta que lo están mirando para que se retire. Porque en McDonald's, todo -desde la música hasta el mobiliario- está diseñado para que nadie permanezca más de un tiempo estadísticamente calculado, no superar los 30 minutos. Resistir es prolongar la charla, recuperar la sobremesa, defender lo que la lógica de la rapidez nos quiere robar.
No es sólo McDonald's: Mercado Libre y la nueva cara de la Macdonalización.
La Macdonalización no es exclusiva de la comida rápida. También se replica en el comercio digital. Mercado Libre, la plataforma de Marcos Galperin, opera bajo la misma lógica: eficiencia, control, precarización.
Con beneficios impositivos y exenciones otorgadas por el Estado, traslada toda la carga a sus trabajadores: repartidores que deben cumplir estadísticas de entrega cada vez más rápidas, sin uniformes, sin vehículos provistos, sin condiciones adecuadas. Son empleados encubiertos como "autónomos" que reciben sólo presión, nunca protección.
Es la misma lógica: lo humano subordinado al algoritmo, lo social aplastado por la estadística.
Hasta compran las canciones
Es decir, son tan poderosos que incluso llegan a comprar canciones y sus derechos. Un caso ilustrativo es el de The Wanted, Glad you came, con una canción de 2014 que decía: "Qué bueno que viniste". La melodía, que en su origen era un gesto simple y cercano, terminó absorbida por una maquinaria capaz de transformar hasta lo íntimo en mercancía. Quizás debamos entender que les hemos entregado tanto poder, tantos recursos, que hoy lo pueden comprar todo: desde nuestro tiempo y nuestras vidas, hasta una canción. Incluso los derechos de autor de una simple melodía.
Irracionalidades de la racionalización
Lo que parecía un sistema perfecto revela sus fisuras. Máquinas que no funcionan, filas interminables, trabajadores agotados. La supuesta racionalidad genera ineficiencia, alienación y frustración.
En lugar de liberarnos, nos atrapa en un ciclo de dependenciaque termina siendo más caro que lo que prometía solucionar.
¿Estamos condenados?
La Macdonalización del planeta se nos presenta como inevitable. Pero no lo es. Ferias, cooperativas, mercados locales, redes de consumo solidario, o un simple y viejo café tradicional y trabajadores organizados muestran que hay margen de acción.
El desafío es recordar que no todo puede medirse en minutos ni en tickets. Que la sorpresa, la creatividad y la solidaridad son tan importantes como la eficacia.
Nos quieren convencer de que la hamburguesa es progreso. Que la rapidez es libertad. Que la estandarización es modernidad. Pero detrás de cada combo hay vidas descartadas, familias quebradas, culturas erosionadas y enfermedades incubadas.
La Macdonalización del planeta es el espejo de un mundo que prioriza la utilidad sobre lo humano. Y por eso no alcanza con describirla: necesitamos resistirla. Porque si dejamos que la lógica de la eficiencia se convierta en único valor, terminaremos en un planeta productivo, sí, pero vacío de humanidad.
El Mito de la única puerta
Muchas veces, dentro de la corporación y en los equipos de trabajo, se habla de "irse por la puerta grande" o, en el caso de quienes fueron destratados y deshumanizados, de "salir por la puerta chica". Pero la realidad es otra: en McDonald's todos terminan saliendo por la misma puerta, la que se usa para sacar la basura. Triste pero real.
No hay puerta chica, no hay puerta grande. Solo está esa puerta, la de los residuos. Y por ahí salen todos. No es que seamos basura; es que para ellos somos descartables, igual que sus vasos y sus cajitas felices.
Modo resistencia
Y a modo de resistencia, qué mejor que citar a Gustavo Cerati en Tracción a sangre, cuando dice: "un santuario de desechos me dejó". Eso es lo que sienten muchos trabajadores después de pasar por la precarización y la maquinaria destructiva de McDonald's.
Y como recuerda Armando Tejada Gómez en Hay un niño en la calle, la niñez y el trabajo quedan reducidos, triturados por escasos centavos -esa imagen de pobreza y explotación que persiste en la vida de tantas familias.
Dos voces nuestras, dos denuncias que atraviesan el tiempo y la realidad: un cierre para reivindicar lo propio y resistir lo que nos coloniza mental y físicamente.