La teoría del loco: cuándo la locura es estrategia o cuándo es real

En la arena política, la locura no siempre es descontrol. Quizás lo único predecible de algunos gobiernos es su capacidad para ser impredecibles. ¿Puede una conducta irracional esconder una mente lúcida detrás?

Adrián Characán
Adrián Characán

Una vieja teoría política usada por líderes como Nixon, Trump e incluso Hitler cobra nueva vida en los discursos y decisiones del presidente argentino Javier Milei. ¿Es una jugada brillante o un delirio con consecuencias? Desde amenazas internacionales hasta decisiones basadas en cartas astrales, perros clonados y gritos en streaming, un repaso de cómo la política argentina también se mueve entre la imprevisibilidad y la pérdida de credibilidad.

Richard Nixon fue el trigésimo séptimo presidente de los Estados Unidos entre 1969 y 1974, año en que se convirtió en el único presidente en dimitir del cargo. 

Richard Nixon fue el trigésimo séptimo presidente de los Estados Unidos entre 1969 y 1974, año en que se convirtió en el único presidente en dimitir del cargo. 

Quizás lo único predecible de algunos gobiernos es su capacidad para ser impredecibles. Esa lógica, tan paradójica como real, es la base de lo que se conoce en los círculos académicos como "la teoría del loco". Una estrategia que, según sus promotores, puede convertirse en arma de negociación. Pero según quienes la padecen, suele ser el atajo perfecto al desastre.

Donald Trump es el 47.º presidente de los Estados Unidos desde el 20 de enero de 2025. Anteriormente desempeñó el mismo cargo desde el 20 de enero de 2017 hasta el 20 de enero de 2021 como el 45.º presidente.

Donald Trump es el 47.º presidente de los Estados Unidos desde el 20 de enero de 2025. Anteriormente desempeñó el mismo cargo desde el 20 de enero de 2017 hasta el 20 de enero de 2021 como el 45.º presidente.

La idea es simple: hacerle creer al otro que uno está dispuesto a todo. Todo es todo. Desde desatar una guerra hasta levantar un muro, desde retirarse de una alianza global hasta imponer sanciones que duelan más que una bomba. Así lo hizo Trump. En su momento dijo que quería comprar Groenlandia, que Canadá debería ser el estado 51, que tal vez invadiría Irán... y luego lo hizo. El problema no es sólo lo que dice, sino que al final lo termina haciendo. Y en el medio, siembra confusión, miedo e incertidumbre.

En ese delirio planificado -porque sí, es planificado- hay una lógica que explican como James Boys, que dicen que si tus oponentes no saben si estás loco o no, se lo piensan dos veces antes de enfrentarte. Y si exagerás tus demandas, capaz no te dan todo... pero te dan más de lo que estaban dispuestos a ofrecer.

Adolf Hitler fue una figura clave en la perpetración del Holocausto, el genocidio de aproximadamente 11 millones de personas, entre los que se encontraban judíos, discapacitados, homosexuales, testigos de Jehová, socialistas, comunistas y gitanos.

Adolf Hitler fue una figura clave en la perpetración del Holocausto, el genocidio de aproximadamente 11 millones de personas, entre los que se encontraban judíos, discapacitados, homosexuales, testigos de Jehová, socialistas, comunistas y gitanos.

La teoría no es nueva

En 1959, Daniel Ellsberg -analista militar que después se haría famoso por filtrar los Papeles del Pentágono- dio una conferencia titulada El uso político de la locura. Allí mencionó a Hitler como uno de los primeros en usar esta estrategia de forma sistemática: cultivar la imagen de un líder impredecible, violento, dispuesto a ir hasta las últimas consecuencias. Y lo logró. Se impuso frente a sus adversarios, domesticó a la dirigencia política y arrastró a millones a una obediencia ciega que culminó en uno de los actos más atroces de la humanidad: el genocidio sistemático durante la Segunda Guerra Mundial. El terror como método. El caos como discurso. El delirio como gobierno.

Milei y la locura como relato de poder

Javier Milei no necesita actuar demasiado para parecer impredecible. Se define como "un león", dice que es cruel, grita en canales de streaming como si estuviera poseído, y toma decisiones de gobierno basándose en los dictados esotéricos de su hermana, a quien llama "el Jefe". Lo vimos insultar a presidentes de países hermanos como Brasil, Colombia o México. Vimos cómo amenazó a Irán. Vimos cómo se alió con la ultraderecha global, con Netanyahu en Israel o con Bukele en El Salvador, buscando una especie de hermandad del orden por encima de cualquier diplomacia.

Y también lo escuchamos hablar de sus perros clonados, a quienes llama "sus hijos de cuatro patas", con una devoción que puede ser tierna... o alarmante, según el contexto. Porque no es un detalle aislado. Cuando lo sumamos a las cartas astrales, a la furia en cámara, al desprecio por las instituciones, a la idea de gobernar con motosierra en mano... bueno, puede que estemos ante un desequilibrio importante. Ya sea actuado o real.

Daños colaterales, acá nomás

Lo concreto es que esta "teoría del loco", si es que se aplica, ya tiene sus consecuencias:

La teoría del loco: cuándo la locura es estrategia o cuándo es real

  • Relaciones diplomáticas rotas: las tensiones con Brasil, nuestro principal socio comercial, no son un chiste. Lula ya evitó reuniones formales y puso distancia. Lo mismo pasó con Colombia, Bolivia, México.
  • Aislamiento en el Mercosur: mientras Uruguay y Paraguay buscan acuerdos comerciales, Argentina aparece como el chico gritón del curso al que nadie quiere sentar a la mesa.
  • Incertidumbre interna: declaraciones cambiantes, anuncios contradictorios, decisiones ministeriales que dependen de programas de televisión. Todo genera un clima de inestabilidad que espanta inversiones, ahuyenta aliados y pone en jaque la gobernabilidad.

Y todo eso sin contar lo simbólico: un presidente que pone en duda la existencia del Estado, que tilda de "zurdos" a científicos y artistas, que convierte en enemigos a periodistas, gobernadores, trabajadores y docentes. No hay adversarios, hay enemigos. No hay errores, hay conspiraciones. Y ahí, la locura deja de ser estrategia y empieza a ser peligrosa.

¿Y si no sabe?

Cristina Fernández lo dijo con ironía, en una de esas clases magistrales que solía dar en universidades: "Vi una chica en la televisión que decía ‘es loco, pero sabe'. No, no... es loco y ni siquiera sabe". La frase, que pareció un chiste, dejó flotando una duda que incomoda a todos: ¿qué pasa cuando el que toma decisiones no sólo es impredecible, sino también ignorante?

El problema no es parecer loco: es no entender las consecuencias

Trump usó la teoría del loco para meter miedo, y le funcionó a medias. Consiguió concesiones, sí, pero también rompió relaciones, aumentó la desconfianza y dejó a Estados Unidos con una credibilidad debilitada. En algunos casos, como Irán, generó el efecto contrario: aceleraron su programa nuclear. En otros, como la OTAN, empujó a Europa a independizarse más del liderazgo estadounidense.

¿Y acá? Acá no hay estrategia clara. Hay egos, delirios de grandeza y una puesta en escena constante. Pero lo que falta, cada vez más, es sentido común. Nos gobierna alguien que dice que es capaz de todo. Y lo más preocupante... es que no lo dudamos.

Aclaración necesaria

Queremos dejar en claro que no es nuestra intención estigmatizar ni menoscabar a quienes verdaderamente padecen enfermedades mentales, ni a sus familias ni a sus entornos. Muy por el contrario, reconocemos que se trata de situaciones complejas que requieren comprensión, acompañamiento y atención profesional. Pero cuando esas afecciones son fingidas o utilizadas como estrategia -especialmente desde posiciones de poder o influencia- el impacto puede ser devastador y generalizado. El límite entre la actuación y la patología real es, en esos casos, más que una cuestión clínica: es una cuestión de responsabilidad social y política.

En esa línea, vale recordar un video que circuló en su momento, grabado durante una visita de Mauricio Macri a Mendoza en plena campaña de reelección. Allí se lo escucha advertir que él debía estar bien, porque si no podía causar mucho daño. Si bien no lo dijo explícitamente, se entendía que hablaba de su estado emocional o psíquico, como si intuyera -o confesara- que su estabilidad mental era clave para evitar consecuencias negativas a gran escala.

No es un dato menor.

Cuando la psiquis de quienes gobiernan está en juego, lo que está en juego no es sólo su equilibrio personal, sino el bienestar de toda una sociedad.

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