Un poder que ya no grita: qué se esconde detrás de un clic

Hoy ya no hacen falta tanques ni carceleros. El control se volvió silencioso y se cuela en cada decisión que creemos propia. Del panóptico al scroll infinito, pasamos de obedecer órdenes a desear lo que nos sugieren. Un poder real, invisible, que administra nuestros gustos, elecciones y hasta nuestras emociones.

Adrián Characán
Adrián Characán

Durante mucho tiempo pensamos que el poder se ejercía con violencia, con órdenes, con vigilancia. El patrón, el carcelero, la ley, el grito. Pero eso cambió. Hoy el poder se volvió silencioso, adaptativo, hasta seductor. Vive en las playlists que nos arma Spotify, en la ruta que nos marca Google Maps, en los amigos que nos recomienda Instagram o en la oferta que nos aparece en Mercado Libre.

Un poder que ya no grita: qué se esconde detrás de un clic

El algoritmo no grita ni castiga. Sugiere, predice, optimiza. Y en esa suavidad es donde se vuelve más eficaz, porque nos captura desde el deseo y nos convierte en cómplices de nuestra propia subordinación.

El algoritmo como dispositivo

No estamos hablando de una herramienta técnica inocente. Estamos hablando de un dispositivo en el sentido de Foucault: una red que organiza relaciones de poder y produce subjetividades. No hace falta prohibir ni censurar explícitamente. Lo que no encaja se invisibiliza. Lo que no suma, se apaga.

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No es el ojo de Sauron vigilando desde Mordor es una imagen literaria y cinematográfica que proviene de El Señor de los Anillos de J. R. R. Tolkien). Es una correlación matemática que parece neutral, pero que en realidad reproduce prejuicios, jerarquías y desigualdades. Una autoridad sin rostro ni responsabilidad que decide qué se ve y qué queda enterrado en el silencio.

Del encierro al feed

Foucault decía que pasamos de sociedades soberanas-que "hacían morir y dejaban vivir"- a sociedades disciplinarias -que "hacían vivir y dejaban morir"-. Y que luego llegó el biopoder. Pero hoy estamos en otra mutación: las sociedades de control.

Ya no nos encierran. Circulamos libres, pero dentro de una libertad modulada por interfaces y algoritmos. Pasamos de la celda al feed, del carcelero al sistema de recomendación, del castigo a la irrelevancia algorítmica. El castigo ya no es el encierro: es no ser visto.

("Encierro al feed" alude a la sensación de quedar atrapados en el flujo infinito de publicaciones en redes sociales, un ciclo que se repite sin pausa y del que es difícil salir).

Cambridge Analytica y la política local

Un poder que ya no grita: qué se esconde detrás de un clic

Este poder invisible no se limita a lo privado.

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Uno de los artífices de la llegada de Mauricio Macri fue Cambridge Analytica, la misma empresa que influyó en la primera presidencia de Donald Trump y en decenas de elecciones en el mundo.

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También operó, de otras maneras, para instalar a Javier Milei como fenómeno político y para demonizar públicamente a Cristina Fernández de Kirchner, hoy injustamente presa, dato no menor, que podría hablar del poder de las redes y su contribución con el lawfare, llegando incluso a seleccionar y difundir imágenes donde aparece con un semblante severo, con el fin de asociarla a rasgos de dureza o maldad y provocar en el usuario de la red una lectura negativa preconcebida.

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Hablamos de un poder real, que no necesita tanques ni golpes de Estado. Basta con condicionar el flujo de información, manipular emociones, moldear preferencias. Hoy la política ya no se juega solamente en la plaza ni en la tele, sino en el algoritmo que nos dice qué pensar, qué comprar, qué desear.

La administración del deseo

Donna Haraway imaginó en su Manifiesto Cyborg una hibridez emancipadora, capaz de romper dualismos y abrir nuevas libertades. Pero el capitalismo digital absorbió esa promesa y la convirtió en funcionalidad. El cyborg de hoy no es rebelde, es productivo. Está optimizado para consumir, producir y mostrarse online.

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La hibridez ya no libera: disciplina. Y cuanto más nos desprendemos de las limitaciones físicas, más vulnerables quedamos ante la red técnica que nos gobierna. No ejercemos la voluntad: nos administran el deseo. Creemos que actuamos, pero nos actúan.

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El régimen del scroll infinito

El scroll infinito (diseño de las plataformas digitales que hace que al deslizar la pantalla siempre aparezca más contenido, sin un final claro, para mantener al usuario enganchado) no es una simple interfaz: es un régimen de captura de la atención. Su eficacia está en que nunca impone: apenas sugiere. Y ahí radica su fuerza. Creemos que buscamos, pero nos buscan. Creemos que elegimos, pero nos eligen. Creemos que navegamos, pero nos arrastran.

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El control mutó: no reprime la libertad, sino que predetermina las opciones posibles. No necesita censurar: alcanza con invisibilizar. La genealogía del poder no terminó: se actualizó en su forma más eficaz.

Nosotros

Y ahí estamos, todos. Scrolleando, click tras click, convencidos de que tomamos decisiones libres. Creyendo que elegimos la canción en Spotify, el producto en Mercado Libre, el video en TikTok o la ruta en Google Maps. Pero cada una de esas elecciones ya fue anticipada por un algoritmo que nos precede y nos excede.

Hoy no hacen falta cárceles ni censura explícita. Vivimos bajo la lógica de la disponibilidad permanente: siempre en línea, siempre presentes, siempre expuestos. Lo más inquietante es que el poder dejó de ser visible y, por eso mismo, se volvió más eficaz.

Un poder que ya no grita: qué se esconde detrás de un clic

Como dato adicional , vale señalar que esta nueva tecnología, que nos acompaña incluso hasta la cama, utiliza iluminación LED que no está diseñada para nuestro sistema biológico. Esto desordena nuestro reloj circadiano, confunde los ritmos naturales del cuerpo y termina derivando en trastornos como la ansiedad o la depresión, íntimamente asociados a la inmediatez y a la búsqueda constante de recompensas instantáneas que promueven las redes sociales.

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Y sin embargo, incluso en esta maquinaria estadística, persisten errores, ruidos, sombras. Hay algo en nosotros que no se deja predecir del todo. Y en esa imperfección, en ese cortocircuito, quizá todavía se trace la línea de fuga.

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