El lado oscuro de la inteligencia artificial: explotación, trauma y abandono
Detrás de cada chatbot hay un ejército de trabajadores explotados, sometidos a jornadas inhumanas y a contenidos perturbadores que dejan cicatrices imborrables.
Mientras los gigantes tecnológicos celebran cada nuevo avance en inteligencia artificial (IA), en las sombras se esconde una realidad que pocos quieren ver. Los modelos que hoy nos maravillan, capaces de responder preguntas complejas, generar imágenes y hasta simular emociones, no han surgido de la nada. Detrás de cada chatbot hay un ejército de trabajadores explotados, sometidos a jornadas inhumanas y a contenidos perturbadores que dejan cicatrices imborrables.
En Nairobi, Kenia, una de las principales fábricas del etiquetado de datos, miles de empleados trabajan en condiciones de extrema precariedad. Ganan 2 dólares por hora -diez veces menos que sus pares en Estados Unidos- y muchas veces deben extender sus jornadas hasta 18 o 20 horas para cumplir con los contratos de empresas que los ven como insumos descartables. Su labor es aparentemente sencilla: identificar diferencias entre perros y gatos, validar respuestas o detectar patrones en imágenes. Pero la realidad es mucho más oscura.
Muchos de estos trabajadores se ven obligados a analizar contenido extremadamente violento. Deben clasificar imágenes de cadáveres, atentados terroristas, torturas y ejecuciones. Otros son forzados a responder preguntas sobre temas aberrantes, como el canibalismo, las formas de cocinar carne humana o los métodos más efectivos para la tortura. El trabajo no solo es alienante, sino que genera un impacto psicológico devastador. Expuestos día tras día a esta avalancha de violencia y horror, los empleados desarrollan traumas profundos, crisis de ansiedad, insomnio y depresión. Pero cuando ya no pueden más, cuando sus mentes quedan destrozadas por el contenido que han procesado, las empresas simplemente los despiden sin asumir ninguna responsabilidad.
Esta problemática no es exclusiva de Kenia. En España, un moderador de contenido de Meta en Barcelona presentó una querella penal contra la empresa por la "tortura psicológica" sufrida al eliminar contenido violento en redes sociales entre 2018 y 2020. La justicia española reconoció su baja médica como accidente laboral en enero de 2024, y otros 25 empleados están en proceso de obtener la misma calificación. La Inspección de Trabajo de la Generalitat multó a la subcontrata CCC Barcelona Digital Services por no evaluar y prevenir adecuadamente los riesgos psicosociales. La querella también se dirige contra Telus International, que adquirió CCC, y seis de sus cargos, exigiendo medidas de seguridad adecuadas y compensación por daños.
A nivel global, se estima que entre 150 y 420 millones de personas están dedicadas a tareas de "data labor", esenciales para el funcionamiento de la IA. Estas incluyen etiquetar imágenes, grabar voces y moderar contenido. A menudo, este trabajo es realizado por autónomos con poca protección laboral y externalizado a países vulnerables, exponiendo a los trabajadores a condiciones precarias y material perturbador sin soporte psicológico.
En Estados Unidos, Meta enfrentó una demanda colectiva presentada por más de 11,000 moderadores de contenido que desarrollaron trastorno de estrés postraumático (TEPT) debido a la exposición constante a material gráfico perturbador. En mayo de 2020, la empresa acordó un acuerdo de 52 millones de dólares, proporcionando compensaciones a los afectados y cubriendo tratamientos médicos relacionados con el TEPT.
Estas historias no son aisladas. En diversos países del sur global, desde India hasta Filipinas, pasando por Venezuela y Brasil, se repite el mismo patrón. La IA necesita millones de datos etiquetados, y para obtenerlos se recurre a esta mano de obra barata que, con su esfuerzo, entrena los modelos que luego se venden por miles de millones de dólares. Mientras tanto, los creadores de estos sistemas -las grandes corporaciones tecnológicas- acumulan fortunas impensadas, sin que los trabajadores que hicieron posible este negocio vean un centavo más allá de su magro salario.
Los chatbots evolucionan, las inteligencias artificiales mejoran, pero en el camino dejan una estela de sufrimiento humano. ¿Cuánto vale el avance tecnológico si está construido sobre la explotación y el trauma de miles de personas? ¿Quién se hace cargo de las secuelas que deja esta industria?
Hoy, la inteligencia artificial no solo está desplazando trabajadores, sino que está destruyendo vidas en su camino. Y mientras el dinero fluye hacia las arcas de unos pocos, los verdaderos arquitectos de esta revolución digital son condenados al olvido, con sus mentes rotas y sus derechos pisoteados.