CRUDA REALIDAD

Por un cacho de pan: desesperación que convierte a víctimas en victimarios

Un video viralizado muestra la desesperación de un jubilado que se ve forzado a cometer un robo. Todo queda registrado por las cámaras, menos el abandono del estado.

Adrián Characán
Adrián Characán

La imagen es dura. Un jubilado entra a una dietética. No hay violencia mas que la la ausencia del estado. No hay amenazas, solo la actuación de quien recurre por la desesperación. Solo una súplica muda en sus gestos, en sus manos que tiemblan más por la vergüenza de perder la dignidad.

Un hombre de la tercera edad, entra a una dietética. No hay violencia física. No hay amenazas, más que la de una puesta escena. Sólo una súplica muda en sus gestos, en sus manos que tiemblan más por la vergüenza que por la edad. Repite, casi como un rezo: "No quiero hacerte daño". Lo dice con una dignidad que sobrevive entre los restos de una vida deshilachada por la miseria.

¿Hasta dónde se puede caer sin romperse del todo?

¿Cuándo empieza la desesperación a parecerse más a la necesidad que al delito?.

La escena, filmada por las cámaras de seguridad, se volvió viral. Pero lo que no se viraliza, lo que se silencia, es el sistema que empuja. Que empuja suave, sin manos, pero con todo el peso del abandono. Como cuando te dejan caer al vacío sin siquiera mirarte.

Y entonces vuelven a la memoria esos tangos que ya nadie canta. Carlos Gardel, cuentan, entonaba con especial emoción uno que se llamaba, "Pan", su preferido, grabado en 1932. No era sólo una canción. Era un espejo. Un cachetazo dulce y triste que decía, hace casi cien años, lo mismo que esta imagen: hay hombres que roban para vivir, y hay otros que viven de robarle a todos.

La sociedad de los extremos: jubilados con hambre, sin remedios y jubilaciones por debajo de la línea de la indigencia y ricos con dólares a futuro. Porque  mientras este hombre pedía perdón por robar algunos pesos, que quizás los necesitaba para pagar el gas o comprar remedios, las grandes empresas que manejan el 30% de las góndolas ya fijaron sus precios con un dólar a 1.400 pesos. ¿Por qué? Porque pueden. Porque nadie los frena. Porque el Estado mira para otro lado y en ese otro lado no hay jubilados, ni laburantes, ni pibes sin leche. Solo hay balances, dividendos y accionistas felices.

El dólar oficial está en 1.220 pesos, pero ellos ya fijaron sus productos con un dólar a 1.400 pesos. Nos venden como si viviéramos en Manhattan, pero nos pagan como si habitáramos un país arrasado por la guerra.

Y mientras tanto, los funcionarios recitan frases como si fueran verdades reveladas. Guillermo Alberto Francos, jefe de Gabinete, en una entrevista con el pseudo periodista Jonathan Viale, aseguró que "es insostenible que de cada tres jubilados, solo uno haya hecho aportes". ¿En serio?. ¿Y si los otros dos sí trabajaron?. ¿Y si lo hicieron durante años en negro, porque sus patronales jamás hicieron los aportes que correspondían?. ¿No será que durante décadas nadie los controló, que se naturalizó el fraude laboral, la precarización y la evasión?.

Hace apenas unos días, en este mismo diario, se publicó que el 42% de los trabajadores de la provincia están en la informalidad. En negro. Invisibles. Esos mismos que un día se jubilarán -si es que llegan- y que para este sistema serán tachados como "parásitos" o "carga fiscal". Como si la culpa fuera de ellos y no de un Estado ausente y de empresarios que se enriquecieron a costa de su dignidad.

Pero nada de esto lo va a decir Jonathan Viale. No le interesa. Prefiere el guion cómodo, el aplauso de sus jefes, la complacencia con el poder. Sirve a estos funcionarios que nos mienten en la cara. Lo suyo no es periodismo: es militancia del privilegio. Y encima mal disimulada.

Volvamos a la dietética: ahí había dos víctimas

La joven que atendía, sorprendida, y el hombre que robaba con disculpas. Ambos arrinconados por el mismo sistema. Él con la culpa a cuestas. Ella con el miedo en los ojos. Ninguno eligió estar ahí.

Tal vez tengamos que volver a escuchar tangos. No por nostalgia, sino por memoria. Porque si algo nos enseñó Gardel es que cantar por un cacho de pan es, en el fondo, cantar por todos los que ya no tienen voz.

Y como si fuera el colmo del sarcasmo argentino, el jubilado eligió robar en una dietética. Tragicómico, como todo en este país: quiso escapar del hambre en el único lugar donde, por obra de este gobierno, ya estamos todos en dieta obligatoria.a deshilachada por la miseria.

¿Hasta dónde se puede caer sin romperse del todo?.

¿Cuándo empieza la desesperación a parecerse más a la necesidad que al delito?.

Esta nota habla de:

Nuestras recomendaciones