Villa Crespo y el abismo invisible: cuando la tragedia se viste de madre
Durante las primeras horas de la mañana, en un edificio común del barrio porteño de Villa Crespo, la policía encontró una escena imposible: una familia entera muerta.
Durante las primeras horas de la mañana, en un edificio común del barrio porteño de Villa Crespo, la policía encontró una escena imposible: una familia entera muerta. Lo que al principio parecía una tragedia adjudicada al padre, terminó revelando una hipótesis mucho más compleja y perturbadora: los investigadores creen que Laura Fernanda Leguizamón, de 50 años, asesinó a su esposo y a sus dos hijos adolescentes, y luego se quitó la vida de una puñalada certera al corazón.
El giro en la investigación se dio al cotejar las evidencias del departamento 6°A de la calle Aguirre 295. Bernardo Adrián Seltzer (53) yacía sin vida en la cama matrimonial, con múltiples heridas de arma blanca, en una posición que sugería haber sido sorprendido mientras dormía. Sus hijos, Ian (15) e Ivo (12), fueron atacados por la espalda. Uno murió en su cuarto y otro en un pasillo, intentando escapar. Las autopsias preliminares indican que ambos presentaban heridas defensivas: habían intentado resistir.
Leguizamón fue hallada en el baño, con una sola herida penetrante en el tórax, sin signos de lucha. Cerca del cuerpo, una carta escrita a mano contenía frases desconcertantes: "todo mal, muy perverso...", aunque su contenido completo no ha sido revelado. La escena no tenía señales de robo ni ingreso forzado. Las puertas blindadas estaban intactas. Nada faltaba. Nada había sido revuelto. Solo silencio, sangre, y un dolor que ahora busca un sentido.
¿Una madre asesina?
Para el sentido común, que una madre pueda matar a sus propios hijos desafía todas las categorías de lo humano. No es casual que, apenas trascendida la noticia, se hablara en primera instancia de un posible crimen cometido por el padre. En los casos de filicidio o violencia intrafamiliar con desenlace letal, las estadísticas marcan con claridad que la mayoría de los autores son varones. Y tal vez por eso, casi de forma automática, la primera hipótesis apuntó a él. Es una idea que se instala con naturalidad, una presunción que no siempre se somete a revisión inmediata.
Sin embargo, la historia y la antropología nos recuerdan que este tipo de crímenes, por más atroces que parezcan, no son un fenómeno nuevo ni exclusivo de un género. Lo que cambia es el contexto, el modo en que la sociedad elige ver -o no ver- las señales, los síntomas, las alertas.
Los estudios sobre filicidio (el asesinato de hijos por parte de sus padres) identifican múltiples motivaciones: desde razones económicas y de "altruismo distorsionado" hasta casos de enfermedad mental grave, donde el sujeto pierde contacto con la realidad. Si bien los hombres cometen una mayor cantidad de homicidios intrafamiliares, las mujeres que llevan a cabo este tipo de actos suelen estar atravesadas por un perfil específico: trastornos psicóticos, depresiones profundas no tratadas, aislamiento, pérdida de vínculos afectivos significativos y abandono del tratamiento psiquiátrico.
La hermana de Laura Leguizamón declaró que "tenía problemas psiquiátricos" desde hacía tiempo. La empleada doméstica también había notado un cambio reciente: "hacía semanas que estaba rara, como apagada... y creo que había dejado la medicación". Lo había comentado con cierta culpa, como quien ve cómo alguien se desvanece y no sabe si intervenir.
La salud mental y el mito de la madre eterna
La maternidad, en gran parte de nuestras sociedades, está rodeada de un halo de pureza, sacrificio y abnegación. La madre como sinónimo de entrega, como refugio incondicional. Bajo ese modelo, el solo hecho de sugerir que una mujer pueda ser agresora -y más aún, asesina de sus propios hijos- resulta tabú, incluso monstruoso.
Pero los pueblos antiguos sabían que el alma humana podía quebrarse. En muchas culturas, la figura de la madre destructiva o ambivalente aparece en mitos y rituales de iniciación: desde la diosa Kali de la tradición hindú (protectora y devoradora al mismo tiempo), hasta las Erinias griegas, castigadoras de los crímenes familiares.
En las tradiciones andinas, el desequilibrio entre el "adentro" de la casa (lo femenino, lo nutricio) y el "afuera" (lo masculino, lo productivo) podía conducir a enfermedades del alma.
¿Podemos leer este crimen como un fenómeno aislado, producto de una psicosis individual, o es un síntoma de algo más amplio? ¿De qué modo la presión invisible sobre las madres, la soledad, el silencio, la precariedad emocional, el abandono de los sistemas de cuidado, pueden crear un terreno fértil para el desastre?
Casos similares, un patrón silenciado
En Argentina, el caso de Lucio Dupuy -asesinado por su madre y su pareja- puso el foco en las omisiones del sistema estatal y en la ceguera de quienes deberían haber intervenido. En 2023, en Corrientes, una mujer degolló a sus dos hijos de madrugada y luego se entregó. En ambos casos, la salud mental fue un factor determinante. La diferencia es que, muchas veces, estas mujeres no reciben asistencia adecuada o son vistas solo como "madres malas", en lugar de pacientes urgentes.
A diferencia de los padres filicidas, que suelen actuar motivados por celos, violencia de género o venganza, las madres que cometen estos crímenes lo hacen en el contexto de una disociación profunda, una quiebra interna que las aísla del mundo. El horror no es solo lo que hacen: es cómo llegaron a hacerlo sin que nadie lo advirtiera.
¿Y ahora qué?
Este caso no pide justicia penal. Pide comprensión. Pide políticas de salud mental más robustas. Pide que dejemos de romantizar la maternidad y empecemos a verla como un vínculo humano, complejo, lleno de luces y sombras.
La tragedia de Villa Crespo no tiene explicación sencilla. Pero sí tiene un mensaje: cualquiera de nosotros, en el abismo adecuado, puede romperse. Lo monstruoso no está tan lejos. Vive, a veces, justo del otro lado de la puerta.
Y como en los viejos relatos míticos, cuando el refugio se transforma en amenaza, el hogar deja de ser un lugar. Se convierte en una pregunta. Una que nos toca responder como sociedad.