Mil plátanos y ningún respiro
La Municipalidad de Lujan de Cuyo anunciaron con entusiasmo la plantación de mil árboles. Pero nadie explica por qué eligieron una especie que enferma.
En Luján de Cuyo anunciaron con entusiasmo la plantación de mil árboles. Pero nadie explica por qué eligieron una especie que enferma. Mientras tanto, otros rincones del departamento siguen esperando el Estado.
Lo dijeron con orgullo, con cámara en mano y sonrisa amplia. Plantar mil árboles. Reforestar. Poner verde donde hay cemento. Una política que, en los papeles, suena hermosa. Pero cuando uno rasca apenas un poco la superficie, empieza a picar. Y a picar fuerte.
En el video oficial, se lo ve exultante al intendente. Habla de la "plantación" y de la "poda", del sistema que se divide en etapas, y de cómo están trabajando "en cada rinconcito de Luján". Así lo dice. Textual.
Y ahí es cuando una se pregunta: ¿de verdad están en cada rinconcito?
Porque los vecinos del Carrizal, por ejemplo, no ven esa poda ni esa plantación. Ni una manguera ni una escoba. Tampoco los chicos de la escuela del kilómetro 48, una zona que viene siendo ignorada sistemáticamente desde la gestión de Omar De Marchi, luego con Sebastián Bragagnolo, y ahora con el ingeniero Esteban Alasino, que continúa la lógica sin tocar una coma. Lo que empezó como abandono se volvió costumbre.
El árbol que enferma
Volvamos a los árboles. Los que se están plantando con tanta alegría y difusión no son algarrobos, ni molles, ni chañares. No son especies nativas ni adaptadas. Son plátanos de sombra. Sí, los que tiran esas pelotitas verdes que, cuando se secan, explotan en una nube de pelusa que entra por los ojos, la nariz y los pulmones. Esos mismos. Los pelos que cubren los frutos son conocidos como PICA- PICA. Al caer pueden producir irritación en garganta y ojos.
Lo peor es que eso no pasa en una plaza, en una esquina, en una calle. Pasa ahora en mil lugares al mismo tiempo. Porque están plantando mil ejemplares. Y cada uno, tarde o temprano, va a liberar esa pelusa invisible que provoca alergias, conjuntivitis, asma y otros males respiratorios que ya bastante tenemos con el viento Zonda y el aire seco de Mendoza.
Lo dijeron sin dudar, con el pecho inflado: "vamos a plantar mil plátanos de sombra". Pero no dijeron ni una palabra sobre los efectos que tienen. Nadie habló de la pelusa, ni de los problemas respiratorios, ni de la agresividad de sus raíces, ni del impacto a futuro.
Ante la duda, porque sinceramente estábamos estupefactos con este anuncio lanzado con bombos y platillos, quisimos saber si existía alguna variedad de plátano que no fuera nociva para la salud. Y nos pusimos a investigar. Lo que encontramos no hizo más que confirmar nuestras sospechas: todas las variedades de plátano urbano -como el plátano híbrido de Londres, el oriental o el occidental- comparten el mismo problema. Liberan un polen altamente volátil que afecta a personas alérgicas y, en otoño, sus frutos se deshacen en una pelusa finísima que se mete por los ojos, la nariz y la garganta.
Existen numerosos estudios de universidades, institutos de botánica y organismos de planificación urbana -como los manuales de arbolado público de Rosario, Córdoba, La Plata y hasta Barcelona- que desaconsejan expresamente la plantación de plátanos en zonas pobladas, justamente por los efectos adversos en la salud. Incluso hay municipios que han prohibido nuevas plantaciones o están reemplazándolos por especies nativas o frutales.
La plantación de especies foráneas sin evaluación de impacto no es nueva. Ya ocurrió con animales como la liebre mara -introducida artificialmente-, que desplazó a especies nativas. Pero en pleno siglo XXI, con evidencia científica disponible y una crisis sanitaria y alimentaria a la vista, ¿qué sentido tiene seguir eligiendo árboles que enferman?
Con la nuestra
Un árbol de esos -lo comprobamos en plataformas de venta pública- cuesta 53.000 pesos. Y eso para un comprador particular. Pero todos sabemos que cuando compra el Estado, el precio sube, se multiplica, se engorda. Es de público conocimiento. Con traslado, plantación, tierra preparada, insumos y mano de obra, el gasto total ronda los 58 millones de pesos. ¿Y todo para qué? ¿Para enfermar?
Qué lástima que los recursos -que son de todos- se destinen a algo así. Justo ahora, cuando desde el gobierno nacional nos insisten con que no hay plata. Justo ahora, cuando vemos cómo el Estado se retira de los barrios, de las escuelas, de los comedores, y también del arbolado en zonas rurales.
Justo ahora, nos quieren vender una fiesta verde que en realidad es un problema a futuro.
Llamativo silencio
Llama la atención el silencio de los sectores que suelen alzarse en defensa del arbolado urbano. Esos mismos que reaccionan -y con razón- cuando se erradica o trasplanta un árbol, hoy parecen no tener nada que decir frente a una acción que, si bien a primera vista puede parecer positiva, es profundamente nociva a mediano y largo plazo.
Multiplicar por mil la posibilidad de enfermedades respiratorias en una provincia agreste, donde el polvo, la sequedad y los vientos ya complican la salud pública, no es una decisión menor. Mucho menos si hay alternativas posibles y más sensatas.
Porque el verdadero compromiso ambiental no es selectivo, ni se activa solo cuando es políticamente cómodo. Y este, sin dudas, es un momento para hablar.
¿Y quién controla al que controla?
También resulta alarmante que muchos de los que suelen oponerse, trabar o rechazar proyectos de vivienda o planificación -ya sea por prejuicio, comodidad o intereses sectoriales-, cuando les toca a ellos diseñar una política pública, lo hacen mal. Como en este caso.
Entonces nos preguntamos: ¿quién puede decirle algo al municipio cuando se equivoca? ¿Quién lo controla? Porque todos sabemos que el municipio se mete en nuestras casas. Usa drones, mide superficies cubiertas, semicubiertas, cobra tasas, impone multas por construcciones no declaradas. Aplica sanciones con toda la fuerza de la norma... cuando se trata de ciudadanos comunes.
Pero cuando son ellos los que planifican mal, los que toman decisiones con impacto sanitario negativo, ¿quién los corrige? ¿Quién les impone una sanción? ¿O acaso todo queda tapado bajo la impunidad que protege al que maneja la chequera, la pauta y el presupuesto público?
¿Y si nadie dice nada?
Si está desaconsejada la plantación de este ejemplar -el plátano-, y aún así el municipio, de manera inconsulta, lo planta. No una, ni diez, sino mil veces... ¿quién debería oponerse?
¿Qué organismo debería alzar la voz y ponerle un freno? ¿El INTA? ¿El INTI? ¿El CONICET? ¿La Universidad Nacional de Cuyo? ¿El gobierno provincial? ¿El gobierno nacional? ¿Alguna secretaría de salud, de ambiente, de planificación urbana?
Porque lo que se está haciendo no es menor: se está sembrando enfermedad, en masa, y a sabiendas. Y lo más grave es el silencio. El silencio de quienes deberían decir "no". El silencio de los que conocen el impacto de esta especie en la salud pública y aún así callan.
Nos alarmamos -y con razón- por las veneras en el agua, por el arsénico, por el glifosato. Pero esto es tan grave como todo eso, porque no se trata de una amenaza lejana o compleja, sino de un daño directo, evitable, y que se está ejecutando frente a nuestros ojos. Y sin embargo, nadie se opone.
¿Ignorancia o desinterés?
Queremos pensar que fue por desconocimiento. Que no sabían. Que nadie les advirtió. Que algún proveedor los convenció con la frase "crece rápido y da buena sombra". Pero también podemos pensar que no les importó. Que era más fácil, más barato, más visible para la foto. Más vendible en redes.
Pero si hablamos en serio del bienestar común, si hablamos en serio de salud pública, de infancia, de planificación urbana, esta elección es un error grave. Y si no fue un error, es peor.
Todo bien con el calentamiento global, con las energías ecosustentables, con el discurso verde. Todo bien con el cuidado del medio ambiente. Pero... ¿y el cuidado de la salud? ¿No es acaso más urgente, más grave, más inmediato? Si están los recursos -y evidentemente los hay, porque se están plantando mil árboles-, ¿no hubiera sido más lógico, más humano, elegir una especie que no solo diera sombra, sino también fruto? Y que ese fruto, en lugar de enfermarnos, nos alimente.
Porque no todo lo que da sombra protege.
Y no todo lo que florece mejora la vida.
A veces, hay que mirar más allá del brote para ver si hay raíz.
¿Cómo es posible que el municipio, en lugar de plantar mil plátanos -que ya sabemos que provocan alergias y enfermedades respiratorias- no opte por plantar árboles frutales? Sería una decisión mucho más sensata, considerando no solo la salud pública, sino también la emergencia alimentaria que ya golpea a miles de familias. Y la que puede agravarse si las políticas económicas actuales siguen este rumbo de ajuste y exclusión.
El Estado debería estar pensando a largo plazo, sembrando futuro. Hay un viejo dicho italiano que decía: "Los abuelos plantaban olivos y las aceitunas eran el regalo para sus nietos." Ya sea para que hicieran conservas, para que las comieran en salmuera, o para que prepararan su propio aceite de oliva. Porque plantar un frutal no es solo un gesto productivo: es una declaración de amor por quienes vendrán.
Quizás, tan solo quizás, si pensáramos así, otros serían nuestros destinos.