Matías Fernández Burzaco: «Ser deforme no es un insulto, es muy loco, divertido»

Matías Fernández Burzaco cuenta las huellas que su enfermedad, la fibromatosis hialina juvenil, deja en su cuerpo, pero su dolor lo transforma en humor para suavizar un relato doloroso.   Hace poco Matías Burzaco dio una nota para Télam, fue la ocasión para presentar su libro «Formas propias», el cual cuenta la historia de un… Continúa leyendo Matías Fernández Burzaco: «Ser deforme no es un insulto, es muy loco, divertido»

Matías Fernández Burzaco cuenta las huellas que su enfermedad, la fibromatosis hialina juvenil, deja en su cuerpo, pero su dolor lo transforma en humor para suavizar un relato doloroso.

 

Hace poco Matías Burzaco dio una nota para Télam, fue la ocasión para presentar su libro «Formas propias», el cual cuenta la historia de un «monstruo» que necesita de máscaras de oxígeno, de aparatos, de enfermeros perversos, un «monstruo» que los niños miran desde lejos sin comprender, su cuerpo se llena de bultos, tiene unos setenta y pico esparcidos a lo largo de su anatomía por una enfermedad que padecen apenas un puñado de personas en el mundo, entre ellas Matías, quien con valor narra y transforma su dolor por belleza y humor.

Fernández Burzaco tiene 23 años y en su libro describe su enfermedad: «se llama fibromatosis hialina juvenil. Fabrico más colágeno de lo normal, más piel, más tejido conectivo, y así nacen estos bultos redondos? La enfermedad modifica todo mi cuerpo y no me deja, entre otras cosas, caminar. Invade el cuerpo de piel -por dentro, por fuera- y parezco un hombre derretido», relata Matías.

La imagen de monstruo con la que se autopercibe el narrador de esta pieza autobiográfica única, publicada por Tusquets, no se condice con la construcción en primera persona del protagonista, quien al mirarse desde la mirada del otro y construirse con su sinceridad, sin ocultar ninguna de sus virtudes ni miserias, logra una imagen consumada del personaje de esta historia dolorosa, pero que no deja de tener en su crueldad la cuota de humor que descomprime por momentos el clima sofocante del relato.

Ante la pregunta de que si las formas propias del cuerpo del protagonista de la autobiografía tienen que ver con la forma propia que logra el texto, Matías responde: «Tal vez, no sé si lo logré; espero que sí. Me pondría feliz, ya que mi libro es periodismo y ojalá literatura. Traté de mostrar lo que hago, no solo lo que soy por mi físico reventado, además intenté soltar una voz y convertir un mundo singular en universal. Este era el desafío más complicado. Entonces no son solo las formas propias del cuerpo: están las frases propias, el juego con lo sensorial, la palabra que se amasa y se amasa, el trabajo de campo poniendo la cara. Todos tenemos nuestras formas propias, ¿no? La mirada. Yo estoy quieto y me dedico a mirar. Como mis enfermeros, tengo los ojos bien abiertos», relata Burzaco.

«Mi cuerpo no es genérico y tuve que meterme en ese personaje para escribir el libro: ser la bestia que asusta y mira a los otros y se mira y después escribe. ¿Quién no es un personaje?. De todas formas, mostrarme no lo pienso como necesario. Nadie «necesita» leer mi vida ni mi postura de enfermito endiablado. Es mi trabajo. Me lo pidieron y supe que tenía que pasar por miles de senderos emocionales. Lamentablemente, si sigo las intenciones de los medios hegemónicos tan favoritos de la vida, mi cuerpo se va a transformar en una empresa. Y yo quiero destruir eso. Por eso me parece que está bueno decir sin decir: ser deforme no es un insulto, es muy loco, es divertido, así que lo estoy escribiendo en vivo», agrega Matías.

«No me gusta nombrarme en tercera persona. Lo detesto, jamás lo hago. «Formas propias» es una autobiografía, una crónica de no ficción. Pero digamos: es el mismo tipo. Aunque tuvo muchos cambios en el proceso de escritura. Mutó. Antes era un curioso con caprichos. Ahora sabe sobre su enfermedad, cree ser una voz autorizada para escribir sobre sí mismo y está más preparado para las siguientes aventuras», advierte el autor, y agrega: «el del libro es un recorte; estaciona en el espejo, al mismo tiempo está desenfrenado, ansioso, se posiciona como un hombre y encuentra (o no) una independencia. Al igual que el periodista, que el personaje de veintitrés años. Ambos viven y respiran haciéndose cargo. Ya no necesitan a los demás».

En uno de los pasajes del libro, el protagonista manifiesta que no lo agradan las personas con discapacidad, a lo cual Matías advierte, «¿Qué es la discapacidad? ¿Qué es ser normal: existe eso? No es que no me gusten, siento que nunca elegí pertenecer a un grupo «especial», como decía mi madre, porque siempre me sentí igual a los demás. ¿Pero «los demás» qué son, cómo son, quiénes son? ¿Hasta dónde uno es capaz o incapaz? Yo sufro y tengo chispazos de felicidad como todos y todas. De chico era más maldito y odiaba a los que andaban en silla de ruedas o se babeaban. Ahora no».

«Me gustaría que el lector descubra si soy honesto y sincero en este libro. Que lo piense o que no lo piense. Tuve que desnudar los pensamientos. En principio, escribí todo lo que me deja conforme y lo que quise mostrar de la manera más cruda. No creo en lo bueno ni en lo malo ni en los defectos ni en las virtudes». «Quizás algún desprevenido pueda pensar que mi libro es una pequeña venganza. En su momento hubo segundos de furia, porque lo escribí a los veinte años, pero yo solo quise contar una historia sin faltarle a la verdad. Mi argumento más sólido: cuento todo lo que viví o vi o tuvo que ver directamente conmigo. Es difícil hablar sobre los otros, y por eso medio en chiste ya me han tildado de «escrachador». «Cuando escribo no pienso guardarme nada», opina Burzaco.

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