El trazo que lo cuenta todo: Grafología en Mendoza
Rubén Moreno se quedaba hipnotizado viendo escribir a su abuelo. No entendía cómo un gesto tan simple podía tener tanta armonía o tanta rabia contenida. Hoy, varias décadas después, sigue creyendo que cada palabra manuscrita es un acto de confesión inconsciente. "Escribimos con el cuerpo, pero dictado por el alma", solía decir Platón.
Cuando era niño, Rubén Moreno se quedaba hipnotizado viendo escribir a su abuelo. No entendía cómo un gesto tan simple podía tener tanta armonía o tanta rabia contenida. Hoy, varias décadas después, sigue creyendo que cada palabra manuscrita es un acto de confesión inconsciente. "Escribimos con el cuerpo, pero dictado por el alma", solía decir Platón, en voz baja y con los ojos entornados Rubén mira los dos movimientos simultáneos en los trazos, el consciente y el inconsciente, lo que queremos contar y en el otro movimiento lo que realmente lo que es.
Por Adrián Characán | adrian.characan@portada.com.ar
Una charla con Rubén Moreno, grafólogo mendocino que ha hecho de la escritura una brújula del alma.
En Mendoza, donde algunos todavía confunden grafología con adivinación, Rubén es una rareza: un científico del trazo, un terapeuta de la hoja en blanco, un detective del inconsciente. "La grafología es una ciencia", aclara de entrada, "porque tiene leyes, métodos y resultados cuantificables. No es intuición. Es lectura emocional con fundamentos técnicos".
Para él, la letra no miente. Basta ver una hoja escrita con birome -nunca con lápiz ni marcador- para saber si esa persona guarda una tristeza antigua, si sufre de ansiedad, si se reprime, si carga con una herida que no sabe que existe. "Hay cosas que uno cree haber perdonado y siguen ahí, enquistadas. A veces se manifiestan como dolores físicos. Y eso también se ve en la letra", dice.
Rubén ha trabajado en todos los campos en los que la escritura puede decir más que las palabras. En recursos humanos, seleccionando para puestos laborales, orientando vocaciones y evitando que la necesidad de trabajar eclipse la verdadera identidad. En ámbitos judiciales, colaborando en causas de violencia familiar o para entender por qué alguien hizo lo que hizo. En jardines maternales, donde los garabatos de un niño ya de diez meses pueden anticipar vínculos rotos o dolores mudos.
"Yo no diagnostico", insiste. "Yo leo. El que diagnostica es el psicólogo o el psiquiatra. Pero si me permiten mirar esa letra, yo puedo decirles los signos en porcentajes y dónde está el nudo, para un diagnóstico más certero". A veces, dice, lo que descubre asusta. O duele. Pero también abre puertas.
Y ahí aparece otra de las herramientas que lo apasiona: la grafoterapia. "Es como reescribir la historia desde la mano. Uno vuelve a aprender a escribir, con movimientos sistemáticos y precisos, para modificar el mapa inconsciente". Parece esotérico, pero no lo es. Lo explica con ejemplos: personas que no podían abrazar a sus padres y, tras semanas de ejercicios gráficos, un día lo hacen sin darse cuenta. personas que eran violentas y ahora pueden dominarlo, ya no lo son. O niños que habían callado abusos y logran contarlos, no con palabras, sino con dibujos que no mienten.
"Lo más difícil es enfrentar al niño interior", dice. "Porque ese niño muchas veces está herido y callado arrodillado en ese lugar, quedado en el tiempo esperando que lo rescaten. Pero en la letra se ve. Se proyecta. La escritura es como una radiografía emocional. Y en muchos casos, el único modo de saber qué pasa por dentro".
Rubén cree que hay momentos en que el papel es el único testigo. Por eso lo llaman abogados, jueces, policías. "Muchos uniformados no pueden contar lo que sienten sin decirlo, porque si lo hacen con palabras, en el peor de los casos, les sacan el arma o les bajan el sueldo. Entonces al escribir se puede prevenir (con anterioridad) las consecuencias del deterioro de su bienestar emocional o psíquico. Y en esa letra se ve todo lo que cargan".
En sus informes, Rubén habla de porcentajes de control de impulsos, de agresividad, de estructuras reprimidas, de sus pulsiones de situaciones no resueltas. Y lo hace sin juzgar. "Todos tenemos conflictos. Lo importante es saber dónde están, cuál es su origen y hacia donde lo proyectan".
Lo han convocado empresas petroleras, constructoras, comercios de distintos rubros, colegios privados para selección de personal o capacitación en liderazgo desde el análisis de sus integrantes, para saber con qué herramientas posee cada uno de ellos. También ha cubierto puesto en relaciones laborales, convirtiendo a las personas en seres humanos que trabajan y no solo números, como normalmente se dice. Pero también madres preocupadas, docentes atentos, psicólogos con ganas de ir más allá. En su casa de Ciudad, donde su escritorio está rodeado de hojas, libros y café recién hecho, Rubén recibe a quienes no saben por qué están mal. Y se sienta, paciente, a leer e interpretar lo que no saben que están contando sus trazos en realidad.
La semana que viene, promete, va a hablar sobre las firmas. "La firma es el yo íntimo, la historia de cada uno", adelanta. "Ahí aparece lo que uno quiere mostrar, y también lo que uno esconde".
Mientras tanto, sigue leyendo lo que muchos callan. Porque, como dice con una sonrisa casi melancólica: "El papel no juzga. Pero siempre recuerda".