Cuando una falsa denuncia destruye a una familia completa
Un padre fue condenado a 15 años de prisión. La denunciante fue su propia hija de 16 años. Cuando la noticia se conoció, muchos respiraron aliviados: se hizo justicia, dijeron. El sistema necesita condenas. Necesita números.
Hay condenas que no empiezan con la sentencia. Hay condenas que empiezan antes, cuando el sistema ya decidió de antemano a quién proteger y a quién abandonar. Este es uno de esos casos. Y aunque parezca increíble, todavía pasa.
Un padre fue condenado a 15 años de prisión. La denunciante fue su propia hija de 16 años. Cuando la noticia se conoció, muchos respiraron aliviados: se hizo justicia, dijeron. Las estadísticas sumaron un número más. El delito más temido -el abuso intrafamiliar- había sido castigado. Había informe psicológico, Cámara Gesell, pericias, testigos. Todo parecía cerrar.
Pero lo que no cerraba, ni para la madre ni para la hija, era la verdad.
Lorena, la madre, recuerda cada detalle. Recuerda que su hija, con el tiempo, le confesó entre lágrimas que había mentido. Que no había sido abuso, que fue una denuncia por enojo, por bronca. "Me equivoqué, mamá", le dijo. Y la madre, sin saber cómo, entendió que estaba atrapada en un laberinto sin salida.
Lorena no es militante de ninguna causa. Es solo una madre. Como pudo, golpeó las puertas que tenía al alcance: la Fiscalía, la Defensoría de Menores, las asistentes sociales. Pero ya nadie la quiso escuchar. Le dijeron, en otras palabras, que reabrir el caso no era una opción, que las pruebas ya estaban hechas y que cuestionarlas sería entorpecer la causa. Lo que en realidad estaban diciendo era otra cosa: que las estadísticas no se manchan.
Porque este es el drama silencioso que pocos se atreven a decir en voz alta. El sistema necesita condenas. Necesita números. Necesita demostrar, al menos en los informes, que protege a las víctimas. Y en ese camino, a veces, la verdad es solo un detalle incómodo.
Lorena denuncia -sin alzar la voz, sin recursos, sin prensa- que la pericia psicológica fue manipulada. Que desde entonces intenta revertir lo que ya parece irreversible. "Nos dijeron que reabrir esto afectaría los estudios previos, la Cámara Gesell. Pero ¿y la verdad? ¿Y mi hija que ahora dice que mintió? ¿Y su padre que está preso por algo que no hizo?". Nadie le responde.
El padre, por su parte, nunca se escondió. Fue él quien acompañó a su exmujer y a su hija a hacer la denuncia. Se puso a disposición. Confió, como confía cualquiera que cree que la verdad saldrá a la luz. Pero la maquinaria judicial ya estaba en marcha. Y detenerla, parece, es más difícil que encontrar la verdad misma.
No es un caso aislado. No es un error. Es, quizás, una muestra incómoda de un sistema que, en su afán de mostrar eficiencia, a veces se olvida de su razón de ser: la justicia.
La joven, que hoy vive con la culpa, y la madre, que vive con impotencia, siguen tocando puertas. Y el hombre, condenado, espera en una celda a que alguien se anime a escuchar, ya no a su hija, sino a la verdad.
Lo más triste es que no parece haber apuro. Total, la cifra ya cerró.