Cuando la culpa es de los padres (y nunca del Estado)

La noticia sacudió a Mendoza: una alumna de 14 años, a la que en adelante llamaremos la Niña de la Paz -quizás de la paz que le arrebataron-, se atrincheró con un arma en la escuela Marcelino Blanco.

Adrián Characán
Adrián Characán

La noticia sacudió a Mendoza: una alumna de 14 años, a la que en adelante llamaremos la Niña de la Paz -quizás de la paz que le arrebataron-, se atrincheró con un arma en la escuela Marcelino Blanco, en La Paz. Como dato adicional todos los 11 de octubre de celebra el Día Internacional de la Niña, aquí parece se pasaron por alto varios 11 de octubre.

Cuando la culpa es de los padres (y nunca del Estado)

El episodio, doloroso en sí mismo, fue rápidamente utilizado por la Dirección General de Escuelas (DGE) como excusa para impulsar modificaciones al Código Contravencional.

Según anunció el ministro de Educación, Tadeo García Zalazar, en menos de quince días los cambios estarán listos y tendrán un objetivo claro: que los padres sean responsables de la violencia de sus hijos.

Cuando la culpa es de los padres (y nunca del Estado)

La foto institucional queda prolija: el Estado reacciona, el ministro gestiona, los problemas parecen tener un culpable a mano. Pero la pregunta incómoda surge sola: ¿de verdad el problema estaba en la casa de esa niña?

Cuando la culpa es de los padres (y nunca del Estado)

La lógica del traslado de culpas

El Estado, alineado con la lógica de Javier Milei -ese topo que promete dinamitarlo desde adentro-, reproduce una maniobra clásica: eludir responsabilidades y transferirlas al ámbito privado. La escuela, que es espacio público y que debería ser garante de contención, termina apareciendo como un escenario neutral, casi ajeno a lo que pasa entre sus paredes.

Sin embargo, los testimonios de miles de alumnos a lo largo de los años coinciden en un punto: las escuelas operan como corporaciones cerradas. Un docente es protegido por su directora, la directora por su supervisora, y así en adelante. Una cadena de silencios y coberturas que minimizan reclamos y estados de insatisfacción.Quien alza la voz queda solo, señalado, revictimizado.

Cuando la culpa es de los padres (y nunca del Estado)

La doble vara: alumnos versus docentes

El razonamiento oficial es tajante: una alumna llevó un arma, por lo tanto, hay que castigar a sus padres. Bien. Pero, ¿qué ocurre cuando un docente es el violento?

En Mendoza, como en todo el país, no faltan antecedentes de maestros que han ejercido violencia psicológica, maltrato verbal o incluso abusos sexuales contra alumnos. Allí, la ecuación cambia: la responsabilidad es individual, nunca institucional. El abusador carga con la condena -cuando la justicia funciona-, pero no hay proyecto alguno de la DGE que asuma la cadena de fallas que permitió que ese perverso ingresara, se quedara y actuara en el ámbito escolar.

No hay código contravencional que obligue al Estado a autocastigarse por la ausencia de controles, ni a sancionar a las directoras y supervisoras que miraron para otro lado.

Una revictimización más

La Niña de la Paz cometió un error gravísimo, nadie lo justifica. Pero si llegamos a ese punto, es legítimo preguntarse: ¿qué hizo la escuela antes para contenerla? ¿Qué herramientas tuvo a disposición? ¿Qué actitud adoptaron sus docentes?

Cuando la culpa es de los padres (y nunca del Estado)

Trasladar el peso a los padres es, en los hechos, revictimizar a la joven y blindar al sistema educativo. Un sistema que, como los hospitales, las municipalidades o la policía, funciona corporativamente y protege a los suyos, aunque eso implique silenciar a los más vulnerables.

El debate que no se quiere dar

El anuncio de García Zalazar evita la discusión de fondo: ¿qué modelo de escuela estamos sosteniendo? ¿Uno donde los alumnos son escuchados y acompañados, o uno donde se disciplina castigando a sus familias para preservar la fachada institucional?

El riesgo es claro: abrir una puerta peligrosa donde los padres paguen por los errores de sus hijos, pero el Estado nunca pague por los suyos.

Cuando el propio Estado fogonea la violencia

Hay otro punto que no puede soslayarse. Desde el propio Estado se viene fogoneando la idea de la tenencia libre de armas, alentada por el Presidente, la Vicepresidenta y la Ministra de Seguridad, acompañada incluso de compras masivas de pistolas Taser, incluso por la provincia. El mensaje implícito es claro: el Estado ya no te protege, búscate vos mismo los medios para hacerlo.

En ese marco, ¿cómo se espera que una niña de 14 años -sin el juicio suficiente para comprender semejante escenario- reaccione frente a un contexto donde la violencia se naturaliza desde arriba? Responsabilizar únicamente a sus padres es tan absurdo como cruel.

Cuando la culpa es de los padres (y nunca del Estado)

Un padre policía, con un sueldo miserable que no le alcanza para fin de mes, con las preocupaciones propias de la subsistencia diaria, puede no haber notado a tiempo el estado emocional de su hija. Pero en el lugar donde ella pasaba la mayor parte de su tiempo, la escuela, tampoco lo notaron. La falla no estuvo en la casa: estuvo en la institución.

La paradoja de un mismo día

Ese mismo día, casi como una ironía cruel del destino, el mundo se sacudía con otra noticia. No ocurrió en estas tierras, sino en Estados Unidos, pero el eco fue inmediato y global: el asesinato de Charlie Kirk, el joven activista de ultraderecha que se hizo conocido como uno de los voceros más cercanos a Donald Trump. Kirk defendía la portación indiscriminada de armas, negaba el cambio climático, rechazaba de plano al movimiento LGBTI, en reiteradas ocasiones sostuvo discursos con un marcado sesgo xenófobo que habría logrado seducir a un sector del electorado joven con un discurso beligerante y provocador.

Cuando la culpa es de los padres (y nunca del Estado)

La paradoja es inevitable: mientras se discutía aquí la fragilidad de nuestras instituciones y la violencia que nos rodea, allá, a miles de kilómetros, Kirk caía fulminado por un disparo certero en el cuello, cuando daba un discurso en la Universidad del Valle de Utah. Un rifle a 200 metros marcó el final de una vida que había girado en torno a la exaltación de la confrontación. El tiro que lo silenció abrió, al mismo tiempo, un debate feroz sobre la violencia política, sobre la polarización que carcome sociedades enteras y sobre los límites de un discurso que juega siempre al borde del abismo.

Ese contraste -o esa coincidencia- parece recordarnos que no hay fronteras para el odio ni para la intolerancia. Lo que se vive en Mendoza, en Buenos Aires, en Orem o en cualquier ciudad del mundo, termina siendo parte de la misma trama: sociedades cada vez más tensas, divididas y expuestas a que la violencia deje de ser excepción para convertirse en norma.

Educación en el Hogar

No sorprende entonces que en muchos países se avance con alternativas como la Educación en el Hogar (homeschool), donde la currícula es impartida por hermanos mayores o los propios padres. Allí se enseña con una agenda abierta, a través de experiencias diversas: desde paseos por un museo, cocinar con la madre, plantar árboles o frutales con el padre, hasta cualquier actividad que transforme lo teórico en práctico. Y, además, este modelo fortalece el vínculo familiar, al convertir el aprendizaje en una experiencia compartida.

Antes, la escuela preparaba a los chicos para trabajar en fábricas, en jornadas de 8 o 12 horas. Hoy, con la destrucción de la economía, del empleo y de la industria, los prepara para sobrevivir en plataformas gig, manejando 14 o 16 horas en Uber o repartiendo hamburguesas.

Y mientras tanto, en el presente, castiguemos a los padres.

Un espejo incómodo

Para quien quiera profundizar este debate, vale la pena mirar el documental La Educación Prohibida. Allí se exponen falencias estructurales de la escuela, falencias que este episodio de la Niña de la Paz vuelve a poner en evidencia.

Porque la actitud del ministro Tadeo García Zalazar no hace más que reafirmar lo que todos sabemos: la escuela elude sus problemas y los traslada al ámbito familiar.

El bullying, o acoso escolar, que no se nombra

No se salva nadie: ni el feo ni la linda, ni el gordo ni el flaco, ni el alto ni el bajo, ni el rico ni el pobre. Todos, de una u otra manera, pueden convertirse en blanco de esta situación penosa que muchas veces empieza como un chiste y termina dejando heridas profundas en la psiquis de una personaSi tu hijo sufrió bullying, es necesario decirlo: el bullying no solo viene de los compañeros, ni se circunscribe solo al horario escolar. Hoy, con las redes sociales, este acoso escolar está presente las 24 horas, los 365 días del año. Muchas veces, son los propios docentes quienes lo ejercen a través de la burla, el sarcasmo o contestaciones ácidas y despectivas, amparados en una supuesta autoridad.

La escuela misma, de muchas partes del mundo, está atravesada por simbologías moldeadoras: todos los alumnos sentados, uno de pie con actitud de supremacía, hablando desde arriba. Ese esquema no es neutro: moldea el espíritu y el carácter de las personas.

Por eso, las escuelas también son responsables.

Docentes que marcan y docentes que dañan

Es justo reconocer que en la docencia existen profesores y maestros que uno recuerda y evoca con cariño por su don y su vocación. Son esos docentes maravillosos que dejan huella y que los alumnos agradecen toda la vida. Pero también, en la misma estructura, se infiltran personas que no tienen vocación ni ganas de convivir en la tarea educativa.

Esos quedan atrapados en una institución que los esconde y los protege, en lugar de apartarlos. Docentes que ejercen ironía, sarcasmo o una maldad educada y elocuente, que pasa desapercibida pero hiere en lo más íntimo de un alumno. Y ese daño, muchas veces, es irreparable.

El Código Contravencional se ajustará en tiempo récord. Habrá titulares que celebren la medida como mano dura contra la violencia escolar. Pero mientras tanto, nadie se animará a escribir el otro artículo que hace falta: el que obligue al Estado a asumir su propia responsabilidad cuando un docente, un directivo o un inspector es quien destruye la confianza dentro de la escuela.

Porque, cuando conviene, todo es culpa de los padres. Y cuando no conviene, el Estado nunca se mira en el espejo.

Si tu hijo, tu hija o algún sobrino sufrió bullying, te invitamos a ver el documental La Educación Prohibida. Tal vez encuentres allí herramientas para entender las falencias del sistema escolar y la necesidad urgente de pensar alternativas.

Si realmente quisiéramos hacer las cosas bien, un recién nacido debería permanecer con su madre al menos los tres primeros años de vida. En esa etapa no necesita guarderías, cuidadores ni sustitutos. Claro que la realidad muchas veces es distinta y obliga a tomar otros caminos, pero no cortar ese vínculo tan temprano puede ser la clave para evitar conflictos futuros difíciles de reparar.

La educación, especialmente el paso por la escuela secundaria, puede ser sumamente gratificante para algunos alumnos. Sin embargo, ahí puede residir el error: pensar que todos atraviesan la experiencia escolar de la misma manera. Para muchos, ese recorrido resulta doloroso, pesado, y se transforma en un sufrimiento constante.

Algunos argumentarán que es importante socializar y aprender a convivir con lo bueno y lo malo. Pero, si la vida es tan corta, ¿por qué someter a niños y adolescentes a dolores físicos o psicológicos innecesarios cuando existen alternativas más humanas y respetuosas de sus tiempos y necesidades?

Y una pregunta final: ¿a la profesora Raquel la van a investigar? ¿Y al compañerito que ejerció bullying, a los padres de ese compañerito les van a aplicar algún castigo? Ahí, ¿no aplica la responsabilidad de los padres? Lo dejamos para que lo pienses.

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