Alejo Montenegro, el chico de la camiseta número 2
Alejo, jugador de futsal del Club Fray Luis Beltrán, fue diagnosticado con muerte cerebral y falleció el martes siguiente en el Hospital Central. Tenía 17 años. El conductor que lo atropelló no se detuvo. Huyó. Horas después, fue entregado por su padre.
Sábado a la madrugada. Callejón Los Italianos, Guaymallén. Un grupo de amigos vuelve caminando, quizás de una fiesta, quizás de un cumple. Ríen, hablan fuerte, como a los 17 años. La vida todavía no duele.
Pero a las 5.30 todo se detiene.
Una Ford Ranger irrumpe en la escena. En segundos, uno de ellos, Alejo Montenegro, queda tendido en el asfalto. Inconsciente. Golpeado. Joven. Demasiado joven.
El conductor no se detiene. Huye. Horas después, es entregado por su padre. Dice que tuvo miedo.
Alejo, jugador de futsal del Club Fray Luis Beltrán, fue diagnosticado con muerte cerebral y falleció el martes siguiente en el Hospital Central. Tenía 17 años y el número 2 en el pecho.
¿Cómo se digiere algo así? ¿Cómo se atraviesa un dolor que no cabe en el pecho? No hay manual. No hay receta. Sólo hay preguntas, miradas que no se responden, silencios que lo dicen todo.
Pero también, poco a poco, existen formas de sostenerse.
No para olvidar. Eso nunca.
Sino para transformar la ausencia en una forma nueva de presencia.
Abordar el dolor sin apurarlo
Algunos encuentran refugio en una imagen, en una canción que les recuerda su risa, en una camiseta con su perfume. Otros eligen escribirle cartas, hablarle en voz baja, como si pudiera oírlos.
Los abrazos sin palabras, las visitas de amigos, las fotos en el celular, los partidos que ya no jugará pero que se seguirán jugando en su nombre.
El dolor no se borra. Pero puede rodearse de ternura.
La memoria como refugio
En 2006, luego de un accidente en Santa Fe que costó la vida a nueve alumnos del colegio Ecos, León Gieco y Spinetta compusieron "8 de octubre".
Una canción que no revivía a nadie, pero iluminaba el amor que quedó. Porque a veces la música abraza más que las palabras. Alejo merece también esa memoria viva. Esa canción. Ese ritual que lo mantenga cerca.
"Revolución de amor
De paz y dignidad... Al fin
Yo creo que sin querer
A Dios de la siesta saqué
Y ahora mis sueños crearán
Más vida, más felicidad"
El chico que jugaba con el alma
La foto lo muestra serio, con la camiseta mitad verde, mitad roja. El número 2 en blanco.
Pero Alejo no se fue del todo. Quedó en cada pase que dio, en la red que hizo vibrar, en la risa con sus amigos, en el abrazo con sus padres, en los gritos de gol.
Su historia, ahora, también es nuestra
¿Y el conductor?
Tiene 20 años. Fue liberado bajo fianza. Dijo que tuvo miedo. Tal vez si se hubiese quedado. Tal vez si hubiera socorrido. No lo sabremos. A veces es conveniente no sospechar la historia. Pero sí sabemos que detenerse, enfrentar, ayudar, puede cambiar el destino.
La justicia hará lo que le corresponde. La comunidad también.
¿Y ahora qué?
Ahora hay que abrazar más fuerte. Jugar por él. Recordarlo con cada camiseta que se lave, con cada gol que se grite, con cada aplauso que se mire al cielo. Y construir, entre todos, una memoria que no duela por lo que se perdió, sino que acompañe por todo lo que dejó.
Alejo Montenegro no es una estadística. Es un hijo, un amigo, un jugador. Es el número 2. Y estará siempre en cancha.
Y a veces, cuando todo duele, cuando el frío del hospital se parece al silencio del mundo entero, sólo una canción puede decir lo que el alma no logra. Porque ¿cómo explicar lo que significa perder a un hijo de 17 años? ¿Cómo nombrar ese abismo sin palabras?
Entonces suena Violeta Parra, desde algún rincón del alma, como un susurro que abraza:
"Volver a los diecisiete
después de vivir un siglo
es como descifrar signos
sin ser sabio competente.
Volver a ser de repente
tan frágil como un segundo,
volver a sentir profundo
como un niño frente a Dios... "
Eso mismo. Alejo tenía 17. Y su ausencia nos obliga a volver a ese tiempo, a recordar lo que fuimos cuando todo estaba por empezar. Nos enfrenta a la fragilidad de un segundo y a la profundidad del amor más puro.
Porque no se trata sólo de un accidente, ni de estadísticas viales. Se trata de un chico que ya no va a cumplir los 18. De una familia que quedó parada frente a Dios, rota.
Y ese instante fecundo, que canta Violeta, hoy duele como nunca.
... Y como escribió Armando Tejada Gómez en su "Toddy Deussán", hay personas que son la vida dos veces. Alejo fue eso para quienes lo amaron: una flor de madre que soñaba otra vida. Un chico alimentado a lirios, que dejaba pájaros sueltos en cada abrazo. Y ahora, su ausencia nos obliga a mirar de nuevo cada esquina, cada bicicleta, cada silencio.
Donde posa con sus padres
Con el orgullo de quien sabe que todo lo vivido fue en familia, a puro esfuerzo, a pura esperanza. Y mientras sonríe, una frase en el fondo parece escrita para él:
No te rindas, que la vida es eso: continuar el viaje, perseguir tus sueños, destrabar el tiempo, correr los escombros y destapar el cielo.
Como si esa bandera no fuera sólo un pasacalle, sino una promesa. Un mensaje para el camino que viene. Porque crecer también es eso: saber que uno nunca camina solo.
Porque hay amistades, hay hijos, hay vidas, que cuando se van, se llevan también una parte nuestra.
En medio del dolor más profundo, cuando el mundo se derrumba y las palabras apenas alcanzan para respirar, hay gestos que conmueven por su entereza. A Sebastián, el papá de Alejo, le tocó un rol que nadie elige: ser la voz de su hijo cuando su hijo ya no podía hablar. Comunicar cada parte del proceso, cada parte del final, con amor, con dignidad, con una entereza que sólo puede nacer del amor más inmenso.
Fue él quien, aun con el corazón hecho trizas, encontró la manera de sostener a otros mientras se le caía el mundo. No eligió ese rol, nadie lo haría. Pero lo asumió con valor, con palabras suaves, con el temple valeroso de un padre que no se rinde a la desesperación, sino que transforma el dolor en memoria.
A Sebastián, nuestro respeto más profundo. Porque en el momento más oscuro, fue luz. Porque en medio de la tragedia, eligió el amor. Porque, aunque roto, sostuvo.
Y quizás, un día, cuando volvamos al barrio del alma, toquemos la puerta de la memoria y lo veamos ahí, sonriendo, como en las fotos, como en los sueños. Solo porque un amigo, como dijo Armando, es la vida dos veces.