Un redoble en el corazón del Oeste argentino
La batería no es un instrumento: es una forma de vivir, de respirar y de contar el mundo con los brazos. Por eso, este viernes 30 de mayo, cuando en la Nave Cultural de Mendoza se reúnan tres generaciones de bateristas en una misma sala, no será simplemente un evento. Será una declaración.
Ellos dicen que el ritmo lo marca el que sabe esperar. Que el golpe justo, a tiempo, hace bailar hasta al más duro. Que la batería no es un instrumento: es una forma de vivir, de respirar y de contar el mundo con los brazos. Por eso, este viernes 30 de mayo, cuando en la Nave Cultural de Mendoza se reúnan tres generaciones de bateristas en una misma sala, no será simplemente un evento. Será una declaración.
Una propuesta. Un sueño hecho redoble
Se trata de la iniciativa de instaurar el Día del Baterista Mendocino, cada 1 de junio, en honor a lo que fue -y todavía resuena- como el primer Drum Fest Local, celebrado en 1994 en el mítico bar Metrópolis. Frío afuera, calor humano adentro. Tres hombres, tres décadas distintas, tres pares de baquetas. Y un solo pulso: el de la música que nace desde abajo, desde el bombo del alma.
Volverán a estar los mismos: el maestro Pajarito Corvalán, el Zurdo Paz, y el Profe Gustavo Meli, quien por entonces tenía apenas 21 años y ya mostraba que lo suyo era otra cosa. Hoy con 52, consagrado, admirado, y convertido en una especie de Neil Peart cuyano -sí, ese profesor, el de Rush, banda canadiense que llevó la batería a otra dimensión-, Meli asume el desafío de hacer historia desde el Oeste argentino.
Pero no se trata solo de música. Hay algo más. Algo que late.
Porque esta propuesta también es política, aunque no partidaria. Es política cultural. Y es profundamente federal. Porque si hoy existe un Día Nacional del Baterista, el 11 de julio, nadie en Mendoza lo recuerda por haber sido consultado. Se eligió -como tantas otras cosas- desde Buenos Aires, y, si la memoria no falla, en homenaje al fallecimiento de Oscar Moro, el gran baterista de Serú Girán. Nada en contra. Todo bien con Moro. Pero otra vez fue allá, en la Capital. Como si la cultura, la música, la sangre que corre por los palillos, no existiera más allá de la General Paz.
Entonces, proponer un día propio, un día mendocino, no es un capricho. Es un acto de justicia poética. Es decir: nosotros también tenemos nuestra historia, nuestros músicos, nuestros festivales, y hasta nuestra manera de tocar. De hacer que el bombo suene con tierra. De que el redoblante tenga acento de montaña.
Y quién mejor que Meli para encabezar esa cruzada
Un profe que eligió otro camino. Que no se fue a vivir a Buenos Aires como tantos. Que construyó su carrera desde acá, como solista, organizador de festivales, docente apasionado, y referente indiscutido del drumming nacional e internacional. Que pone el cuerpo y el oído en cada clase, en cada charla, en cada toque. Que, como Nicolino Locche -a quien admira profundamente-, demuestra que la elegancia también puede venir desde el Oeste, desde lo no previsto, desde lo que se hace con estilo propio.
La noche del viernes será, entonces, una excusa hermosa. Para tocar. Para recordar. Para enseñar. Para decir, con cada golpe, que acá también hay escuela. Que en Mendoza hay bateristas, historia, futuro y, ahora, una propuesta con nombre y fecha: el Día del Baterista Mendocino.
Y si alguna vez la cultura fue un tambor que solo sonaba en Capital, ahora se empieza a escuchar otro ritmo. Uno más ancho, más alto, más diverso. Que suena desde la montaña hacia el país.
Y que, con un poco de justicia, va a quedar para siempre.