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Si Preguntan por Mí, el nuevo libro de Enrique Pfaab

Si Preguntan por Mí se titula el nuevo libro del periodista y escritor Enrique Pfaab, publicado por Ediciones Peras del Olmo. El escritor se arriesga por primera vez a mostrar su narrativa breve más auténtica

Si preguntan por mí es, en definitiva, una bitácora íntima, un diario de viaje, un álbum de imágenes, un bagayito de emociones de Enrique Pfaab.

En este, su quinto libro, el escritor se arriesga por primera vez a mostrar su narrativa breve más auténtica, sin estar condicionada a la realidad de su oficio de periodista.

Y, por ser tan personal, resulta la más cercana al lector y su historia.

Alerta el autor en el prólogo

¿Por qué se justifica publicar algo como esto, que en su origen sólo fueron apuntes, un desahogo? Quizás por un par de motivos: el primero es que mis hijas, cuando ya no esté, podrán explicar quién fue su padre. Un motivo egocéntrico, pero motivo al fin. El segundo es que, más allá de que hubiera querido otra cosa, los lectores con los que pueda contar seguro me recordarán por estos textos y no por otros, aun en contra de mi voluntad.

Si Preguntan por Mí, el nuevo libro de Enrique Pfaab

Biografía de Enrique Pfaab

Enrique Pfaab nació en San Carlos de Bariloche. Periodista y escritor. Vivió en distintos puntos del país hasta que se radicó en Mendoza en 2005.

Desde 1994 se ha desempeñado en varios medios de la Argentina, especialmente gráficos.

Es autor de Relatos de Rodeo del Medio (2017), El Ánima Parada y veinte sucedidos de pagos chicos (2018), Hipólito Bouchard, el libertador de los mares (2019), La vida al borde (2022) y ha escrito capítulos, prólogos e introducciones en libros en colaboración o de otros autores.

Fue finalista del Premio Internacional Mujica Láinez de Cuentos en la edición 2019.

Recibió el 1º Premio del Certamen Literario Vendimia en categoría Crónica y el 3º Premio Certamen Nacional Osvaldo Bayer (relatos), ambos en 2022.

Un adelanto de Si Preguntan por Mí

Uno que escribe

Soy uno que escribe. Podría ser uno que pinta, que toca la guitarra, que esculpe, que baila, que hace de otro en un escenario. Pero no, soy uno que escribe. También podría ser remisero, vendedor de seguros, vigilante, levantador de quiniela, taquillero en una kermese. Pero no, soy uno que escribe. Y, más allá de que me gane la vida con un teclado vendiendo mis dedos al absurdo oficio de periodista, soy uno que escribe por otra cosa. Escribo porque se me acomodan las ideas escribiendo. Porque soy tímido y callado. Porque me cuesta hablar diciendo lo que pienso. Porque escribiendo se me ordena la cabeza, pero también las tripas. Porque siento que soy uno y mejor cuando escribo. No sé qué haría con mi alma si no escribiera. Andaría por ahí, entre el desborde y la angustia, sin lógica ni destino. Y seguiré escribiendo mientras vea y la cabeza funcione. Quizás un día, uno último, escriba lo que siempre quise, lo que me complete. Después, sólo escribiré recordando ese momento.

A corto plazo

La verdad es esa: no tengo idea. Voy a hacerme una remera que diga eso. Estoy cansado de contestar siempre "no tengo idea". No sé por qué la gente necesita que uno le ande contando sobre sus deseos o sus planes. En diciembre, cuando me preguntaban dónde iba a pasar las fiestas y con quién, respondía "no tengo idea". Después me tuve aguantar "y, ¿te vas de vacaciones?". ¡No sé! ¡No tengo idea! Ni la más puta idea tengo. ¿Qué gana el mundo con saber qué carajo haré con mi vida mañana, eh? Nada. No gana nada.

El otro día me preguntaron: "Y a vos, ¿qué te gusta hacer?". Eso me preguntaron. Una pregunta muuuy amplia. No sé qué me gusta hacer. Depende. Cuando me dan ganas de ir al baño, me encanta ir. Cuando tengo hambre, me gusta comer. No me ha quedado mucho tiempo libre para pensar qué me gusta. No estoy confundido. No tengo ningún trauma. Voy a una psicóloga cada tanto. Ocurre que no sé qué voy a hacer mañana, ni en las fiestas. Ni en las vacaciones, ni el puto fin de semana. Y no me preocupa no saberlo. Más aún, no quiero saberlo. Prefiero sorprenderme. Soy un tipo a corto plazo. Además, quienes te preguntan lo hacen como excusa para hablarte de sus certezas.

Te van a refregar que pasaron la Navidad con cincuenta y cuatro familiares y que se van a Pinamar un mes. Que les gusta tirarse en parapente y una vez por mes van a Buenos Aires a comer tallarines a Pippo. No sé qué voy a hacer mañana. No tengo ni idea. Ni pasado, ni la semana que viene, ni en el dos mil y pico. No sé qué voy a comer durante los próximos veinte días ni con quién voy a estar. ¡No lo sé! Mi cabeza no tiene mucho espacio ni capacidad para tanto. Apenas tengo un par de sueños, dos o tres ideas, unas cuantas ganas, no mucho más. Eso sí, no las tengo en la cabeza. Las tengo en las tripas y no las voy a ir diciendo por ahí para que anden hablando los que se van a la playa con la suegra.

Madrugada

La vida se resuelve siempre a las dos de la madrugada. Las dos de la madrugada es una frontera, un ahora. Todo se define a esa hora. Ocurren las mejores historias. Se escriben las mejores. Las mejores terminan en ese instante. Los mejores polvos comienzan a las dos de la madrugada. Los anteriores son demasiado urgentes y los posteriores apenas un consuelo. A las dos de la madrugada se concentran todos los olvidos, los encuentros, los reencuentros. Los amores eternos empiezan allí y allí terminan. A las dos de la madrugada se es muy feliz o se está muy triste. Jamás indiferente. A las dos, los borrachos ya lo están y los sobrios se han dormido. A las dos de la madrugada es cuando los suicidas se suicidan, los asesinos matan, los ladrones roban, las madres se embarazan, los amantes gozan. A las dos de la madrugada ocurre todo lo que vale la pena. Todos los que valen la pena se mueren a esa hora. A las dos de la madrugada, las mujeres bellas son más hermosas porque, por un instante, son posibles. Pero sólo a las dos.

Luego las vuelve a invadir la indiferencia. Sabemos que hemos dejado de ser niños la primera vez que nos sorprende despiertos las dos de la madrugada. Sabemos que ya somos muy viejos cuando nos quedamos dormidos antes. Ahora, que ya la juventud es un territorio difuso y lejano, tengo el despertador puesto a la 1.55 para evitar cualquier riesgo. No soportaría estar durmiendo a esa hora. Las dos de la madrugada es la única hora posible. Todo lo que merece que ocurra, ocurre en ese instante. Ni antes ni después. Por eso, por todo esto, no me llamen a esa hora. Estaré ocupado.

Ausencias II

Las tengo colgadas en perchas en el ropero. Prolijas, bien estiradas, cubiertas con bolsas de nylon. Algunas se han puesto medio amarillas y otras parecen nuevas todavía. Hay algunas muy gastadas, otras tienen remiendos y también hay algunas rajadas, casi desechas. Más allá del estado de cada una, las he colgado en perchas, bien acomodadas, como si fuera a ponerme alguna una mañana de estas. Algunos coleccionan estampillas, otros latitas, autitos, armas, pipas, botellas... A mí se me dio por las ausencias.

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