El sonido olvidado de la historia: la campana histórica de San Francisco
Accedimos al campanario de la basílica de San Francisco, donde cuelgan las tres campanas de bronce, centenarias, que quedaron en silencio, hace más de dos décadas porque su badajo está cortado. ¿Qué historias, qué voces olvidadas, se esconden en el silencio de esas campanas?
Diario PORTADA se adentra en el misterio de una joya oculta, escondida entre el silencio de las alturas de la basílica San Francisco. Allí, entre susurros del pasado, yace una de las campanas de bronce más antiguas de Mendoza, guardiana de secretos ancestrales.
Por: Orlando Pelichotti
La iglesia San Francisco, de antaño...
Ubicada en la esquina actual de Beltrán e Ituzaingó, esta iglesia fue un símbolo de belleza y grandeza en su época colonial. Construida con ladrillo, piedra y cal (como argamasa de mortero), su imponente estructura abarcaba más de cincuenta y seis varas de largo por veintidós de ancho, dominando la plaza principal con su presencia majestuosa. Su nave principal tenía capillas laterales, con un crucero y hasta un presbiterio que culminaba en un altar dedicado a la Inmaculada Concepción, mientras que en una de las capillas descansaba la imagen de Nuestra Señora del Carmen, Patrona del Ejército de los Andes, designada por el General San Martín, antes de partir a la República de Chile.
Su fachada principal, según consta en documentos en el Archivo General de Mendoza, estaba adornada con dos torres elegantes, una poseía una campana que parecía vigilar la ciudad, evocaba una época de esplendor y fe. Pero la historia de esta iglesia no solo es de belleza; está marcada por la incertidumbre y la destrucción. Tras la expulsión de los jesuitas en 1767, su destino quedó en suspenso, siendo solicitada por diversos religiosos e instituciones, sin que se definiera su uso por años. La tierra tembló en Mendoza en 1782, dejando al convento y templo en ruinas, y los franciscanos, en su afán de reconstrucción, lucharon por recuperar el edificio, logrando finalmente en 1798 la cesión de los antiguos jesuitas.
El 20 de marzo de 1861, otro terremoto devastador redujo la iglesia a escombros, dejando sólo ruinas y ecos de un pasado glorioso y misterioso, cuya remoción de los escombros duró más de dos años, y en donde pudieron rescatar la campana de bronce que hoy se conserva en el campanario de la Basílica de San Francisco.
La iglesia San Francisco de hoy...
Es la más antigua de la "Ciudad nueva", levantada en la esquina de las calles Necochea y España, frente a la plaza San Martín, en nuestra ciudad de Mendoza, en un tiempo de catástrofes y renacimientos, tras el devastador terremoto del 20 de marzo de 1861. Su construcción data de 1875, fue obra del renombrado arquitecto belga Urbano Barbier, creador de muchos de los edificios públicos de la época. Con líneas neo románicas y una planta basilical que supera los 2.300 metros cuadrados, la iglesia se divide en tres naves, testimonio de un pasado grandioso.
Originalmente, sus torres y campanario central se alzaban orgullosos, pero nuevamente un terremoto marcaría la historia de la campana, el del 1920 que dejó su huella, obligando a su demolición. Hoy, en el silencio de sus muros, aún late la historia de una época que se niega a ser olvidada.
Custodia la imagen de Nuestra Señora del Carmen de Cuyo, a la que el general San Martín declaró, en 1817, Patrona y Generala del Ejército de los Andes, la que donara su bastón de mando en agradecimiento por el éxito de su campaña en Chile, por lo cual fue declarada Monumento Histórico Nacional el 30 de junio de 1928. La nave sur guarda los restos mortales de la hija del General San Martín, Mercedes Tomasa, junto a su marido, Mariano Balcarce, y su hija, María Mercedes, traídos de Francia en 1951.
En una recorrida junto al Padre Fernando Lapierre, notamos que necesita urgente una restauración dado que se notan filtraciones y hasta desprendimientos en paredes y techos. "Insistimos en reiteradas oportunidades a la Nación, para que nos ayuden a restaurar, dado que es Monumento Nacional, pero no tenemos una respuesta favorable y el tiempo apremia..." nos relata el padre, mientras levanta su mirada a la Virgen.
En las entrañas del campanario
Desde la nave central de la iglesia, cruzamos un imponente umbral y salimos por la galería cerrada en el costado norte, como si esa puerta guardara secretos que no deben ser revelados fácilmente. Con cautela, ascendimos por unas escaleras muy angosta, cuyas huellas parecen ser las únicas testigos de pasos que alguna vez recorrieron ese camino hacia lo desconocido.
Al llegar al primer nivel, justo detrás del imponente rosetón de cristales coloridos, encontramos un portal que invita a explorar más allá de la vista. Desde allí arriba, se puede acceder al gran órgano de viento, o seguir una antigua escalera de madera pegada a la pared, que nos llevaría hacia el corazón del misterio: el campanario. La estructura, frágil y temblorosa, desafía la gravedad y la historia, con sus treinta y cinco escalones desgastados por los años y el silencio que parece absorber cada suspiro. El aire está impregnado de polvo, historia y un aroma que susurra secretos de tiempos pasados, mientras atravesamos un entretecho lleno de vigas y columnas metálicas remachadas, que se pierden en la negrura, sosteniendo en su interior enigmas que solo el tiempo conoce.
Al llegar a un descanso de cemento, una pesada puerta de madera nos separa del último nivel. Desde allí, buscamos la cúpula metálica del campanario, a la que accedemos trepando por un contramuro de apenas metro y medio.
Finalmente, llegamos al campanario, donde cuelgan las tres campanas de bronce, centenarias, que quedaron en silencio, hace más de dos décadas porque su badajo está cortado y están encerradas tras unas rejas metálicas que parecen haber sido colocadas para protegerlas de las palomas y del óxido.
La más antigua es la que sobrevive hace más de 200 años, ubicada en el lado Sur, muestra un borde irregular y marcas de golpes punzantes, como si guardara en su interior un secreto ancestral, dado que es una de las campanas más antiguas de nuestra provincia, según constan los documentos en el Archivo General de Mendoza.
De las otras dos, notamos llevan en sus bordes cicatrices de golpes y con inscripciones que no logramos descifrar, dado el mal estado de conservación, testigos mudos de un pasado que aún susurra en el viento. "Hace muchos años que no suenan, porque no son usadas dado que se cortó el badajo", nos dijo María mientras limpia en frente de la misma, dado que amaneció muy sucia, agregó.
¿Qué historias, qué voces olvidadas, se esconden tras esas rejas y en el silencio de esas campanas? Solo el tiempo y la sombra del campanario lo saben.
El sonido metálico de las campanas
Su uso trasciende lo litúrgico, manifestándose en sonidos metálicos que desafían el paso del tiempo, cuando los relojes no eran comunes, las campanas marcaban la vida diaria. Tres toques señalaban la misa: uno a media hora antes, otro un cuarto de hora antes y el último justo antes de comenzar, simbolizando glorias al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Al mediodía, sonaba el "Toque del Ángelus". En zonas rurales, un repique sin orden anunciaba tormentas, y en ocasiones, las campanas doblaban pausadamente en señal de duelo, recordando a los fallecidos. También, en emergencias, los "Toques de colaboración" alertaban a los vecinos para temblores, incendios o catástrofes. Esos sonidos, cargados de historia y misterio, aún resisten en el tiempo, susurrando secretos de una Mendoza que nunca olvida.