José Malgioglio: el héroe en silencio

La historia de un soldado italiano, que decidió pasar sus últimos días en Mendoza y que sus restos descansan olvidados hace casi un siglo en un antiguo sector del Cementerio de la Ciudad de Mendoza.

No todas las leyendas llevan espadas o coronas de laureles. Algunas, simplemente, se refieren a los que empuñan un fusil, en un frente de combate, hasta que se les acaba el aliento. Esta es la historia de un soldado italiano, que decidió pasar sus últimos días en Mendoza, y que sus restos descansan olvidados hace casi un siglo, en el antiguo sector del Cementerio de la Ciudad de Mendoza. Su nombre fue José Malgioglio y logramos recuperar su casi centenaria historia.

Por Orlando Pelichotti

Sólo el silencio y el tiempo nos acompañaron esta mañana entre las sombras quietas del cementerio, de repente una pequeña lápida llamó la atención. Numerada con el 243 (de mármol carrara blanco), con la figura de un ángel y esa llama casi extinta con un epitafio ya desgastado y solitario:

José S. Malgioglio. Suboficial héroe de la Guerra Europea. Noviembre 11 de 1928. Su esposa, hermano y demás familiares...

Algunos registros en los archivos y diarios de la época, confirmaron lo que el viento parecía susurrarnos: que allí descansan los restos mortales de un hombre casi anónimo que sobrevivió a la Gran Guerra, que cruzó un océano en busca de paz. Nos dio la sensación de que hay historias que no deben perderse. Que algunas almas dejaron huellas más profundas que lo que el mármol puede contar.

De pequeño soldado a héroe

Cuando estalló la Gran Guerra de Europa (1914 - 1918), esa gran masacre humana que luego justificaron hasta el hartazgo y que finalmente llamaron Primera Guerra Mundial. José no era más que un joven italiano de 17 años. No esperaba gloria ni medallas cuando se enroló en el Ejército, porque su tierra era devorada por el fuego enemigo, y alguien tenía que defenderla. Fue voluntariamente como tantos otros de su familia y vecindario.

Las batallas pronto comenzaron y no tenía un dominio en las armas, pero lograba estar una y otra vez en los frentes, en las primeras líneas, pero la que marcó su destino fue estar en la batalla de Vittorio Veneto, a finales de octubre de 1918 (recordada por ser la victoria del reino de Italia y decisiva para el final del frente italiano contra el Imperio austrohúngaro), una de las peores en ese infierno entre fusiles y gritos. Su unidad había sido enviada a una trinchera de avanzada. Cuando el fuego cruzado se volvió insoportable, algunos soldados retrocedieron. Tres intentaron seguirlo, pero no llegaron lejos. José pronto se quedaría solo.

Dos días sin alimentarse, y casi sin agua, apenas más compañía de los cuerpos inertes de sus compañeros. Disparó hasta su última munición y las que pudo recolectar de otras armas, manteniendo a raya a un enemigo que no imaginaba enfrentarse a un solo hombre, un diario local destaca en una entrevista realizada: "Le pedí a Dios que me dejara vivir unos días más, y a los minutos escuché los gritos y disparos cruzados, señal que mis compañeros estaban cerca, llegaron con tres frentes distintos para envolver al enemigo. El combate fue interminable". Se luchó incluso cuerpo a cuerpo. Y cuando por fin recuperaron el territorio, se toparon con algo inesperado: un soldado desplomado en el fondo de una trinchera, con las manos ensangrentadas y los ojos aún abiertos. Era Malgioglio. No había muerto. Aún respiraba. Dicen que el sargento mayor, convencido de su muerte, rompió el silencio militar con una lágrima cuando lo vio. Nadie lo olvidó, pero tampoco se habló mucho de él. La guerra no tenía tiempo para héroes silenciosos.

José Malgioglio: el héroe en silencio

Dado de baja por complicaciones pulmonares -consecuencia de aquellos días de guerra, y por la exposición en reiteradas veces a los gases enemigos-, ahora con el grado de sargento, recibió una pequeña paga y un futuro incierto. Y como tantos otros, regresó con sus hermanos menores a su ciudad y en marzo de 1919 cruzaron el Atlántico. Querían hacerse "la América". Buscaban aire. Esperanzas. Partieron en un barco a vapor que los llevó primero a Río de Janeiro y luego al puerto de Buenos Aires. La capital lo deslumbró un tiempo, pero su cuerpo enfermo no soportaba la humedad ni el ajetreo. Les hablaron entonces de Mendoza. De su clima seco, donde muchos italianos eran recibidos para trabajar en los viñedos. Subieron al tren casi sin pensarlo. Y acá, en estas tierras nobles, encontraron un rincón para volver a vivir en paz.

Mendoza: donde el dolor encontró su paz

En nuestra provincia se relacionó rápidamente con la colectividad italiana y fue allí donde conoció a una joven mujer, que vivía en el Carril Nacional de Guaymallén (actual avenida Bandera de los Andes). Se casaron sin grandes festejos, como quien entiende que el amor verdadero no necesita testigos. Tuvieron dos hijos. Una familia pequeña, sencilla, que trabajó cuando pudo, vivió con lo justo y enseñó a sus hijos a no temerle a la verdad ni al silencio. No hablaba mucho de la guerra. Solo decir:

Si aún estás vivo, entonces ya ganaste.

Con el tiempo, su cuerpo cedió. La enfermedad lo alcanzó una vez más, esta vez sin esa trinchera que lo protegiera. Murió sin estruendo, como vivió desde que llegó a estas tierras. De su mujer y los hijos nadie supo más nada, no dejó sucesión, ni testamento legal. Hoy, el héroe extranjero descansa en el nicho olvidado 243, vencido por el tiempo, carcomido por el abandono y escondido entre hojas secas.

Las letras de su nombre se deshacen con el viento, y ni una flor adorna su morada. José Malgioglio no murió en la impiadosa guerra lejana. Murió en la tierra que lo adoptó, rodeado de silencio y amor.

Y esa fue su victoria.

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