El deseo no se termina

En su nuevo libro, "Una filosofía de la vejez", Esther Díaz echa por tierra todos los mitos y los prejuicios sobre la adultez. Charlamos con la autora para profundizar un poco más en esta filosofía de la vejez.

Alejandro Frías
Alejandro Frías
Alejandro "Canito" Frías es escritor, crítico literario, editor. Periodista Cultural. Autor de "El Gol con la mano del Chueco" (cuento 2023); "Serie B" (cuentos 2024) y "Barro de domingo", novela escrita junto a Daniel Fermani.

Partamos de una afirmación: "La juventud y la vejez son lo mismo. Lo que cambia es nuestra manera de resistirla con encono o aceptarla con alegría". Esta frase, a partir de la cual podrían escribirse varias bibliotecas, corresponde a Esther Díaz, y está casi en el centro de su nuevo libro, "Una filosofía de la vejez" (Sudamericana), un ensayo que, desde las experiencias personales, la filosofía, la literatura y el cine, e incluso también desde la danza, y desde entrevistas de la autora que fueron parte de su investigación, ahonda en lo que significa ser adulto mayor, anciano o, como lo dice sin pelos en la lengua la autora, ser vieja o viejo.


Por Alejandro Frias

A lo largo de las páginas, Díaz analiza la vejez, especialmente desde el deseo, y cómo el sistema patriarcal y capitalista ha creado mitos sobre lo que significa llegar a esa edad, principalmente si se es mujer. También se detiene en las capacidades de los viejos, incluso en la de salir a la calle a reclamar sus derechos, y opone los tiempos, aquellos en los que la juventud era la que colmaba las calles con consignas, mientras que hoy la juventud recibe un sueldo para reprimir a jubiladas y jubilados en la puerta del Congreso de la Nación. Además, profundiza en la existencia de la vida, por lo tanto, en la pertenencia a una sociedad, con todo lo que esto implica. Se pregunta la autora: "¿Clase pasiva?". Y se responde que "así denomina el capitalismo financiero a las personas que atraviesan algo más de la mitad de su vida. Como si se tratara de seres sin movimiento, sin talento, sin creatividad y -lo más estigmatizante- sin productividad".

"Una filosofía de la vejez", de Esther Díaz, un ensayo que ahonda en lo que significa ser adulto mayor, anciano o, como lo dice sin pelos en la lengua la autora, ser vieja o viejo. Foto: Alejandra López

"Una filosofía de la vejez", de Esther Díaz, un ensayo que ahonda en lo que significa ser adulto mayor, anciano o, como lo dice sin pelos en la lengua la autora, ser vieja o viejo. Foto: Alejandra López

La importancia actual de un libro como "Una filosofía de la vejez" se refleja en algo en lo que también se detiene Díaz: la ciencia desarrolla medicamentos y demás para prolongar la vida, pero a la vez la sociedad creó los geriátricos, es decir, vivimos más, pero a cierta edad somos pasibles del descarte, del encierro, del olvido.

Para profundizar un poco más en esta filosofía de la vejez, nos comunicamos con Esther Díaz, y este es el resultado de esa charla.

"Una filosofía de la vejez" me parece una lectura más que necesaria en momentos como estos, en que el capitalismo se impone de manera cruel.

Bueno, justamente. ¿Viste que el libro termina con un manifiesto? Es un manifiesto que sería de la vejez en general, pero en particular de las mujeres viejas, porque es cierto que las mujeres somos muy maltratadas en esta sociedad no solo machista, como se reconoce, sino también antiviejos. Lamentablemente, estamos en una sociedad donde los viejos molestamos, en donde somos descartados, donde nos dicen abuela o abuelo en vez de decirnos por nuestros nombres, cosa que es una falta de respeto total, porque a ninguna persona le decimos tío o sobrino o primo si realmente no lo es, pero los viejos, las personas mayores en general, después de cumplir cierta edad, automáticamente perdemos el nombre. Obviamente, yo me defiendo como gata cuando me pasa eso. Pero creo que no se trata de eso, se trata de que la gente tome conciencia de que está escupiendo sobre su propia persona, porque, si no se mueren antes, también van a ser viejos. Sin embargo, se nos desprecia. Pero es cierto que si bien es un libro de filosofía, tiene un poco de humor también, toma las cosas con bastante ironía, y, obviamente, está atravesado por el deseo, de punta a punta, así como los seres humanos estamos atravesados por el deseo, y justamente en la adultez mayor el imaginario social ha hecho creer que perdemos el deseo, y el deseo no se pierde nunca mientras hay vida. Lo que sí, cuando uno está muy colonizado, como es el caso de muchísimas mujeres, eso se lo cree. Hay personas que después de los 40 o 50 años ya dicen "cerré el negocio" respecto del sexo, por ejemplo. Entonces, lo que yo intento decir es que no es así. El deseo no se termina. Es cierto que cuando las hormonas están muy fuertes el deseo es más grande, pero hay otras maneras de cuidar el deseo y también hay otras maneras de satisfacerlo según pasar los años, y bueno, como lo sé de mi propia vida, de lo que he estudiado, quiero transmitirlo a los demás, para que no solamente sea un libro de filosofía pura, poniendo entre comillas lo de pura, sino también para que sea un libro que nos haga reflexionar, e incluso a quienes no son todavía viejos, porque la vejez se instala en nuestros cuerpos en el momento en que nacemos, cuando empezamos a vivir.

En el libro decís que este es un alegato como parte de la rebelión tras el choque con las misoginias y los viejismos irracionales. Me gustaría que ampliaras un poco esto de los viejismos irracionales si bien en el libro queda clarísimo.

El tema es así. Hubo una época, bueno, no vamos a hablar de Oriente, porque no es mi especialidad, hablemos de Occidente, hubo una época, decía, en que en Occidente se respetaba a las personas mayores, hasta el momento en que apareció la imprenta, por qué, porque antes de la imprenta y de que la gente empezara a aprender a leer y que se difundiesen los saberes a través de los libros, los viejos y las viejas eran valiosos, porque eran reservorio de sabiduría, todo lo que había del pasado estaba en esas cabecitas. En cambio, una vez que ya la información comenzó a difundirse y que cualquier persona pudo tener acceso ella, en el tiempo de la imprenta por medio de los libros, hoy por medio del teléfono, entonces ahí ya fue perdiendo prestigio la vejez en general, y ni hablar de las mujeres, porque en el caso de las mujeres, además de este tema de la edad, hay otro tema, que es el de la productividad. Las mujeres somos productivas, desde el punto de vista biológico, desde casi niñas, hay niñas a las que violan y quedan embarazadas a los 10 años, por ejemplo. Entonces, desde niñas hasta más menos los 40 años, somos productivas biológicamente, y después ya no, y desde ahí faltan pocos años para que, aparentemente, no seamos productivas desde el punto de vista económico, digo aparentemente porque yo tengo 85 y sigo trabajando, y vos y todos conocemos personas que son muy mayores o que son adultas mayores y que siguen trabajando. Por supuesto, hay viejos y viejas que no trabajan, y tienen todo el derecho, porque para eso trabajaron toda su vida. Pero para un sistema capitalista y de ultraderecha como el que lamentablemente estamos viviendo somos descartables, y la prueba está en lo que está pasando cada miércoles frente al Congreso nacional. No sé si en Mendoza también se hacen movilizaciones los miércoles...

Sí, se hacen las movilizaciones de jubilados los miércoles a la mañana en la Plaza San Martín, una de las plazas centrales de la provincia, pero no se les da mucha visibilidad en los medios.

¿Y hay represión?

No, al no tener visibilidad en los medios, no es mucha la repercusión que tiene esa marcha, aunque cada vez va más gente los miércoles a la mañana.

Ah, claro, bueno, tomemos el ejemplo de lo que pasa en el Congreso, que, obviamente, lo sabe todo el país. Ahí es más gráfica la represión. Además, esto comenzó desde el segundo gobierno neoliberal que tuvimos, que fue el de Macri, aunque algo hay también en el primer gobierno neoliberal que tuvimos, en la década del 90, y ahí había una líder, Norma Plá, que llevaba adelante esa lucha, y esa lucha continúa, y si bien es cierto que todavía no han conseguido ganarla, estas personas que se movilizan todos los miércoles sí han conseguido movilizar las estructuras, porque fíjate que se sigue tratando en el Congreso el tema. Preguntémonos si no hubiera habido toda esa movilización miércoles tras miércoles desde hace más de año, ¿se trataría este tema en el Congreso? Por supuesto que no, y además eso quiere decir que la historia, que tiene un tiempo mucho más largo que un ser humano, finalmente da sus frutos. O sea que ese sacrificio que comenzó con Norma Plá es como la gota que horada la piedra, la perseverancia. Norma Plá no pudo ver los resultados, pero dejó sus frutos. Mirá, me acuerdo ahora de un poema de un poeta argentino que dice que lo que el árbol tiene de florido, lo tiene de lo que tiene sepultado.

Esther Díaz, "Una filosofía de la vejez". Foto: Alejandra López

Esther Díaz, "Una filosofía de la vejez". Foto: Alejandra López

Por eso, algunos prefieren que los viejos y las viejas estén en geriátricos y no en la calle.

Claro. Ahora, volviendo a mi libro, en el cual, después de haber estudiado filosofía durante más de 50 años, intento reflexionar sobre esta edad que atravieso yo en este momento, que es la adultez mayor, que no tengo tampoco problemas en llamarla vejez. Entrando a los 40 años, a mí me preocupó mucho que las personas perdieran su identidad cuando cumplen cierta edad. En aquel momento yo escribí sobre el tema en La Nación y en Clarín, y hubo mucha gente que me escribió para agradecerme esa postura y contarme cosas, como por ejemplo que su mamá o su papá murieron en geriátricos, y a partir de que entraron en la institución perdieron el nombre, pasaron a ser abuela o abuelo. Yo he sido profesora en algunos doctorados en enfermería y, obviamente, aprovechaba para comentarles esto a las enfermeras y los enfermeros, y una enfermera en la Universidad Nacional de Rosario me dijo "pero lo hacemos por ternura". Bueno, perdón, pero voy a decir una grosería, yo les respondí "¡ternura las pelotas!", porque si alguien siente ternura por alguien, ¿qué es lo primero que hace? Le pregunta el nombre. A los viejos no se les pregunta el nombre, inmediatamente son abuelos o abuelas. Además, pensemos, si abuela o abuelo fuera una cosa prestigiosa, bueno, vaya y pase, pero qué es el abuelo o la abuela hoy en una familia, algo que molesta. Antes del siglo XX no existían los geriátricos, o sea, se inventó una institución para encerrar a las personas cuando cumplen cierta edad. Pero esto viene de lo que hablábamos antes, porque, justamente, el capitalismo considera que las personas son descartables. Es un desprecio enorme el que el capitalismo tiene por la vejez. Pero acá viene la contradicción. Sin embargo, la tecnociencia no hay mes en que no saque una noticia sobre que se inventó una nueva pastilla o lo que sea. De hecho, cuando yo era niña, una vida esperable era de sesenta o sesenta y cinco años, y ahora, para una ciudad como Buenos Aires, las estadísticas de las grandes capitales dicen que es de setenta y nueve años, y ese es el promedio, es decir que hay gente que vive cien años. Bueno, de hecho, tengo yo un ejemplo directo, porque mi mamá murió a los 103 años, y esto lo logra la tecnociencia. Por supuesto, antes, sin tanto desarrollo científico, también había personas que vivían muchos años, pero eso era extraordinario, no era común llegar a esa edad como lo es ahora. Sin embargo, esta sociedad desprecia a los viejos. Entonces, qué sentido tiene alargar la vida en una sociedad que desprecia y descarta a los viejos

Bueno, justamente a propósito de esto, vos en el libro indicás que el símbolo de la fobia a los viejos son los geriátricos, algo sobre lo que ya te referiste, pero insistís un par de veces con que lo importante no es vivir hasta una edad avanzada, sino con la mente despabilada.

Vivir intensamente, claro. Pacho O'Donnell escribió hace unos años un libro sobre la vejez, él a una edad muy avanzada comenzó a hacer ejercicio, y dice que el objetivo no es solamente sentirse bien, sino también vivir más años. Yo tuve la oportunidad de que me hicieran un reportaje con él, antes de que yo escribiera este libro, entonces le preguntaban qué sentido tiene vivir muchos años. Además, pensá en lo que dije hace un ratito. Yo viví la tortura de que mi mamá viviera hasta los 103 años, y hacía diez años que estaba paralítica y ciega. No había día en que no clamara por morirse. Por supuesto que yo, lamentablemente, no tengo la magia de poder morir ahora, en este momento en que estoy más o menos bien, más o menos, eh, porque me cuesta caminar, me duele todo. Yo soy muy optimista respecto de la vejez, pero no soy boluda, lo ideal sería sentirse bien, si te sentís bien, entonces, bueno, disfrutá la vida, pero cuando ya son tantos los años, es difícil que no tengas inconvenientes. Por supuesto que hay ejemplos, pero son ejemplos, no es la mayoría, entonces, hay que vivir intensamente, y fundamentalmente yo insisto mucho en el tema del deseo sexual, porque todo deseo en el fondo es sexual. Por supuesto que después se puede sublimar y se puede desear comer, beber, estar con amigos, buscar otro tipo de gozo, otro tipo de manifestaciones, pero desde que nacemos hasta que morimos el deseo está vivo si se lo mantiene vivo. Así como hay pruebas de que se lo mata si, en el caso de las mujeres, se dejan colonizar por discursos machistas y capitalistas que dicen que después de los cuarenta años ya no servimos para nada y que el deseo se muere o que con la menopausia desaparece. Esto no es así. Lo que se va con la menopausia, y lo mismo en el caso de los varones con los años, es ese impulso terrible que te traen las hormonas, esa cosa que te pasaba a los 25 o 30 años, eso de levantarte a cualquiera con tal de satisfacer tu deseo, eso ya no, ya no estamos para hacer el ridículo, pero el deseo siempre sigue, aunque con otras formas. Así como tenemos otra forma en el cuerpo y tenemos otra forma de pensar, también tenemos otra forma de gozar. Cuando somos jóvenes, en los varones, parece que todo pasa por la penetración, pero cuando pasan los años ya no. Yo no hice investigaciones sobre varones para el libro, pero sí hice investigaciones sobre el deseo en mujeres mayores, y tengo mi propia experiencia también como válido experimento, de que si te seguís cuidando, si te seguís dando satisfacciones sexuales y te seguís estimulando, ya sea con dildos, consoladores o pornografía, el deseo sigue, pero no necesita sí o sí la penetración, si la hay, en buena hora, tampoco se trata de negarla, pero esto se da sobre todo los varones, con lo que yo llamo el machismo tecnológico, porque se han desarrollado técnicas, como la del Viagra, por ejemplo, para que los varones puedan seguir teniendo relaciones sexuales, y no se han desarrollado técnicas así de específicas para las mujeres. Hace algunos años aparecieron unos chips que se ponen debajo de la piel, pero eso en sí mismo ya es una molestia. Por empezar, un Viagra vos lo podés tomar solo, y si sos una persona joven te podés tomar uno entero, si sos una persona mayor podés tomar menos, porque si no podés tener un problema al corazón, o podés darle un mordisquito a la pastillita y sentirte estimulado, y si necesitás un poco más, tomar más, y si no te funciona, podés dejarlo. En cambio, si te meten uno de esos dispositivos debajo de la piel, como en el caso de las mujeres, estás lista, porque no podés sacártelo sola, tenés que ir a hacerte una microcirugía, que no es una cosa de otro mundo, pero, bueno, tenés que sacar un turno, tenés que ir y te tienen que intervenir para sacarlo. Hace unos años, cuando especialmente varias mujeres de la farándula se lo pusieron, al final se lo terminaron sacando, porque además era una molestia. Hablo de esta diferencia para que se vea cómo en cosas tan nimias aparentemente, como gozar o no gozar también se nota el peso del patriarcado, aun en el deseo.

A propósito del deseo sexual, afirmás en el libro que la desexualización de los viejos es política, además de que te extendés también en cuanto al deseo y el goce en los casos de la comunidad LGBTQ+.

Claro. El que menos problema tiene es el hombre viejo y heterosexual. Y si pasamos al ámbito LGBTQ+, obviamente que ya es un tema de todas las edades. Sin embargo, en una sociedad machista y capitalista, aun los varones homosexuales también tienen beneficios, a pesar de ser discriminados por la sociedad, si se lo compara con la discriminación que hay hacia las lesbianas. Viste que yo trabajo en Página/12, y escribo con una postura transfeminista, y justamente la próxima semana mi columna va a ser sobre estas dos mujeres lesbianas que mataron al hijo de una de ellas. Entonces, empecé a comparar cuando una madre o un padre heterosexual mata un hijo, y de esos casos, lamentablemente, hay muchos. Seguramente te acordás de un caso, hace unos quince o veinte años atrás, que hubo un juez que tenía una hija con síndrome de Down, Natalia se llamaba, y les echaron la culpa al padre y a la madre, pero en ningún momento se dice una pareja de heterosexuales mató a su hija. Sin embargo, con esta cosa tremenda que pasó con estas dos mujeres, lo primero que te dicen es que dos lesbianas mataron a su hijo. En ningún momento dicen que los otros eran heterosexuales, pero si se tiene una sexualidad diferente, te lo marcan. Es decir, si esto pasa en una edad plena todavía, como en estas dos mujeres, te imáginás las mujeres grandes, las adultas mayores, ya no hablando de un crimen. Pero, bueno, no solamente de discriminación se habla en el libro.

Esther, te agradezco mucho estos minutos, y si te quedó algo que quisieras destacar, alguna reflexión final, podés hacerlo ahora.

Bueno, gracias. Voy a ser un poco reiterativa, pero fue muy placentero escribir este libro, porque son ideas que estaban dando vuelta por mi cabeza. Yo sentí que mis ideas sobre la adultez mayor estaban saltando en el aire, por ahí pescaba alguna, pero muchas se me iban, en cambio, con la disciplina que da escribir un libro, logré poner en su lugar todas esas ideas, y la satisfacción más grande que me da es que ya estoy recibiendo repercusiones de personas que leyeron el libro, de todas la edades, cosa que me da mucho placer, porque no solamente me leen los viejos y las viejas, y porque me agradecen profundamente que les haya de alguna manera desempolvado el juicio, eso que uno ya toma como natural y que es lo peor que podría haber, tomarlo como natural. Así que la reflexión es esa, qué bueno poder comunicarse con otras y con otros para pensar juntos, porque nadie se salva solo.

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