Descolonización Cultural: recuperar lo que nunca debió perderse
Nos dicen que América fue "descubierta" en 1492. Como si la tierra, los ríos, las montañas y sus pueblos no existieran hasta que un navegante europeo decidió incorporarlos al mapa del mundo.
Nos han dicho que América fue "descubierta" en 1492. Como si la tierra, los ríos, las montañas y sus pueblos no existieran hasta que un navegante europeo decidió incorporarlos al mapa del mundo. Como si 60 millones de habitantes originarios, desde Alaska hasta Tierra del Fuego, no fueran nada hasta que la mirada europea los nombró. Es hora de decirlo con todas las letras: América no fue descubierta, fue invadida.
Antes de ese choque brutal, existía aquí una civilización vasta y diversa. Los pueblos originarios no solo tenían casas y herramientas; tenían ciencia, astronomía, agricultura, medicina, arte, filosofía, y una cosmovisión que les permitía vivir en equilibrio con la tierra. La Pachamama, la Madre Tierra, no era un recurso a explotar: era un ser vivo con el que había que dialogar y agradecer.
Para los incaicos, el Sol era dios: Inti. Los ciclos agrícolas, los calendarios, las festividades y hasta la arquitectura estaban alineados con su movimiento. Las terrazas de cultivo en los Andes no eran solo proezas de ingeniería: eran templos vivos. La ciudad de Cusco estaba organizada como un puma, símbolo de fuerza y sabiduría, y Machu Picchu no era un simple asentamiento, sino un santuario energético.
Los mexicas (o aztecas) construyeron una de las ciudades más impresionantes de la humanidad: Tenochtitlán, con canales, jardines flotantes (chinampas) y mercados que asombraron a los cronistas españoles. Para ellos, el Sol necesitaba ser alimentado para mantener el equilibrio cósmico.
Los mayas, siglos antes de Galileo, ya observaban los cielos con precisión matemática. Su calendario, lejos de ser "primitivo", era más exacto que el juliano europeo. Conocían eclipses, solsticios, y habían desarrollado sistemas de escritura y medicina que aún hoy nos sorprenden.
Todo esto fue silenciado. Borrado.
El borrado cultural y el nuevo dios: Europa
Cuando los europeos llegaron, destruyeron templos y levantaron iglesias sobre sus ruinas. Cambiaron nombres, impusieron lenguas, prohibieron rituales, llamaron "paganismo" a todo lo que no entendían. Pero la colonización no terminó ahí.La colonización más peligrosa fue la mental.
En el siglo XIX, Alemania, con figuras como Wilhelm von Humboldt, exportó un sistema educativo que se convirtió en el modelo del mundo moderno. En él, el pensamiento "superior" venía de Grecia y Roma. Sócrates, Aristóteles, Platón fueron elevados a la categoría de dioses del intelecto. Mientras tanto, los sabios andinos y mesoamericanos eran invisibles. Así se nos enseñó que ser "culto" era admirar lo europeo, repetirlo, copiarlo.
Hoy tenemos presidentes, ministros y dirigentes formados en esa matriz. Gobernantes como Milei, que desprecia nuestras insignias patrias y fechas históricas, como si fueran una carga inútil. O como Cornejo, que hace poco celebraba comprar medicamentos en India porque "así lo hacen los europeos". Esa mentalidad colonizada es el resultado de siglos de enseñanza que nos convenció de que lo propio es atraso y lo ajeno es progreso.
La sabiduría ancestral sigue viva
Pero América sigue resistiendo. En las comunidades originarias, en los rituales del 1 de agosto, cuando se celebra a la Pachamama. Ese día se abre un hoyo en la tierra para devolverle alimentos, bebidas, hojas de coca y tabaco, en agradecimiento y pedido de permiso para seguir extrayendo sus frutos. Es un acto de profunda humildad ante la naturaleza.
La ciencia moderna recién ahora valida lo que los pueblos sabían hace mil años:
- Que ciertas plantas son medicinales.
- Que sembrar en terrazas evita la erosión.
- Que la tierra se regenera si se la respeta.
Ellos lo sabían porque no se sentían "dueños" del mundo: eran parte de él.
Descolonizar el pensamiento
Descolonizar no significa odiar lo europeo. Significa dejar de despreciar lo propio. Significa volver a mirar nuestras raíces, reconocer que América tiene voz, historia y sabiduría.
La colonización mental nos deja un vacío peligroso: pueblos sin identidad, sin memoria, gobernados por personas que desprecian su propio suelo. ¿Qué futuro puede tener un país cuyos líderes odian su pasado?
Hoy más que nunca necesitamos recuperar la cosmovisión ancestral. No para volver al pasado, sino para construir un presente en equilibrio. Recordar que el Sol sigue siendo nuestro padre, la Tierra nuestra madre, y que ningún imperio, ni antiguo ni moderno, puede quitarnos eso.
El que no tiene raíces, no tiene alas.
Decía Enrique Dussel. Quizás sea momento de plantar de nuevo nuestras raíces para volver a volar.
La música como acto de resistencia cultural
En medio de este borrado sistemático de la memoria ancestral, hay artistas que se han propuesto recuperarla a través de la música, la poesía y el arte. Uno de ellos es León Gieco, quien en su canción "La Ruta del Coya" canta:
Es una frase cargada de sentido. Habla del Sol como deidad central en las cosmovisiones originarias, y cuestiona la lógica de la conquista europea que, obsesionada por el oro y la plata, no entendió quela verdadera riqueza estaba en la armonía con la naturaleza.
Como Gieco en Argentina, también en México, Colombia y otras partes de Latinoamérica surgen músicos que buscan reconectar con las raíces, rescatar las lenguas originarias y devolver dignidad a los símbolos que el colonialismo intentó borrar. Sin embargo, la realidad es cruda: el poder económico acumulado por Europa gracias al saqueo de las riquezas de América consolidó un eurocentrismo tan profundo que hasta hoy resulta difícil revertir la colonización mental que nos hace creer que todo lo foráneo es superior a lo nuestro.
Roca, Sarmiento y el odio a lo propio
Si miramos nuestra propia historia, veremos que esta lógica no se detuvo con la independencia política. Julio Argentino Roca, con su "Campaña del Desierto", llevó adelante un genocidio contra los pueblos originarios para abrir paso a las estancias y al "progreso" europeo. Domingo Faustino Sarmiento, por su parte, dejó escrito en sus libros su desprecio por las comunidades indígenas y su apuesta por una Argentina blanca, europea, "civilizada".
Frente a ellos, el único movimiento político que reivindicó, aunque sea parcialmente, a los peones rurales y a los descendientes de esas culturas originarias fue el peronismo. Desde sus primeras leyes laborales hasta la dignificación del trabajador rural, el peronismo sembró una semilla de justicia social que provocó un odio visceral en las élites que seguían viendo al país como un feudo europeo en el sur del mundo. Ese antiperonismo, incubado en los salones y editoriales que soñaban con París y Londres, sigue vivo hoy.
No es casual que quienes desprecian las culturas originarias sean los mismos que desprecian los símbolos populares, las banderas, las fechas patrias y cualquier intento de reivindicación nacional. Son dos caras de la misma moneda: el rechazo a lo propio y la adoración de lo ajeno.
La colonización cultural que celebramos sin darnos cuenta
Mientras la celebración de la Pachamama sigue siendo relegada a pequeños círculos y comunidades que luchan por mantener viva la conexión con la Madre Tierra, otras festividades totalmente ajenas a nuestra historia y cultura se instalan con fuerza en el corazón de Latinoamérica.
En casi cada ciudad del continente, niños se disfrazan para Halloween, una festividad de origen celta que no tiene ningún vínculo con nuestras raíces. Las vidrieras de los comercios están llenas de palabras en inglés: Sale, Black Friday, Hot Sale, Owlet.
Y nadie se detiene a pensar que esas palabras no son nuestras. Que son símbolos de una colonización cultural que no se impuso con fusiles, sino con marketing y series de televisión.
Incluso San Patricio, una celebración irlandesa, se replica con fervor en bares y calles de Latinoamérica, mientras el Carnaval, con su origen en tradiciones indígenas y afroamericanas, pierde fuerza o es reducido a un espectáculo para turistas. En Colombia, una fiesta española como la "tomatina" -donde la gente se lanza tomates- ya se replica como si fuera propia.
La Navidad misma, con árboles de pino que no crecen en nuestros climas y renos que nunca pisaron este continente, se convirtió en una de nuestras fechas más importantes, mientras nuestras celebraciones autóctonas quedan relegadas a un segundo plano o son vistas como curiosidades folclóricas.
Todo esto nos deja una pregunta incómoda:
¿Nos damos cuenta de que estamos celebrando más lo que nos impusieron que lo que realmente nos pertenece?
Nos enseñaron que lo propio era atraso y que lo ajeno era progreso. Nos convencieron de que hablar inglés es prestigioso, de que usar palabras extranjeras nos hace modernos, de que vestirnos de zombie o de Santa Claus es divertido, mientras ofrendarle a la Pachamama es "primitivo".
Quizás sea tiempo de mirarnos al espejo con sinceridad y preguntarnos:
Y vos, mirándote... ¿qué tan colonizado estás?