Breaking Bad: el costado invisible del sueño americano

Cuando Breaking Bad se estrenó en 2008, se ganó rápidamente el título de "una de las mejores series de todos los tiempos". Su retrato del descenso moral de Walter White, un profesor de química convertido en narcotraficante, fascinó al público y a la crítica.

Gustavo Lopez

Breaking Bad, la serie de 2008 que se transmitía por Canal 7 de Mendoza, también deja ver algo menos comentado: un discurso que refuerza, de forma sutil y constante, una visión pro estadounidense del mundo. A través de sus personajes, sus jerarquías morales y su forma de retratar a los diferentes grupos étnicos, la serie parece sugerir -sin decirlo abiertamente- que la racionalidad, el poder y la inteligencia pertenecen al hombre blanco estadounidense, mientras que la violencia, la superstición y la corrupción son rasgos asociados a los personajes latinos.

No se trata de una propaganda evidente, sino de un entramado simbólico y narrativo que opera en silencio, naturalizando ciertos estereotipos. Breaking Bad no predica, pero insinúa. Y en esa insinuación, construye una mirada del bien y del mal donde el héroe y el villano no solo se distinguen por sus actos, sino también por su origen.

La pureza institucional y el espejo mexicano

Uno de los elementos más llamativos en Breaking Bad es la manera en que retrata a las instituciones estadounidenses, en especial a las fuerzas del orden. A lo largo de las cinco temporadas, la serie evita mostrar corrupción dentro de la DEA, la policía o el aparato estatal norteamericano. Los agentes pueden ser duros, impulsivos o burocráticos, pero nunca son corruptos. No hay tratos bajo la mesa, no hay sobornos, no hay complicidad con el crimen organizado.

Breaking Bad: el costado invisible del sueño americano

Esa "pureza institucional" contrasta con la forma en que Breaking Bad presenta a los sistemas de poder extranjeros, en especial los de México. En una de las pocas referencias directas a la corrupción política, un capo narco mexicano le menciona a Gustavo Fring -en una conversación telefónica- que su hermano es jefe de policía y que mantiene contactos con altos funcionarios. La escena es breve, pero significativa: la corrupción aparece asociada al Estado mexicano, no al estadounidense.

De este modo, la serie proyecta un imaginario en el que el crimen y la violencia existen dentro del territorio de Estados Unidos, pero como excepciones personales, no como fallas estructurales. El sistema norteamericano, representado por la DEA y sus agentes, se mantiene moralmente intacto, aun cuando los protagonistas -Walter White o Jesse Pinkman- operen fuera de la ley. En cambio, los países latinos son retratados como entornos naturalmente corruptos, donde la autoridad, la religión y el delito conviven sin conflicto.

El resultado es una narrativa que refuerza, casi sin proponérselo, una visión geopolítica familiar: la de un Estados Unidos ordenado, ético y racional, frente a un "sur" desbordado por la superstición, la violencia y la corrupción endémica.

En toda la serie no hay policías ni funcionarios corruptos.

El único policía retratado negativamente es el que abusa de Walter con gas pimienta, pero se trata de un caso aislado, no sistémico.

En cambio, se menciona explícitamente que en México hay corrupción política y policial.

Los villanos latinos: el enemigo externo dentro del territorio estadounidense

En el universo de Breaking Bad, los antagonistas más temidos y letales comparten un mismo rasgo: son latinos. Desde los violentos hermanos Salamanca -representantes del cartel mexicano- hasta el meticuloso Gustavo Fring, empresario chileno y cerebro del narcotráfico, la serie construye su galería de villanos a partir de identidades extranjeras.

Tuco Salamanca es la primera gran amenaza. Es impredecible, brutal, incapaz de razonar.

Mata a uno de sus hombres por un malentendido menor, actúa dominado por la ira y el consumo de drogas. En él se condensa el estereotipo del latino impulsivo y sanguinario, alguien que disfruta la violencia y se hunde en su propio descontrol.

Más adelante, el relato se vuelve más sofisticado con Gustavo Fring. Educado, metódico, calculador, parece romper el molde... hasta cierto punto. Fring es el latino "civilizado", el que adopta las reglas del orden estadounidense y las replica con precisión quirúrgica. Pero su motor sigue siendo la venganza personal, una emoción primaria que lo aleja del ideal racional que encarnan los personajes blancos. Así, incluso el latino más inteligente termina siendo esclavo de su propio temperamento.

Breaking Bad: el costado invisible del sueño americano

En contraste, los personajes estadounidenses que se enfrentan a estos villanos -Walter White, Jesse Pinkman o incluso Hank Schrader- son retratados como figuras complejas pero moralmente justificables. Pueden equivocarse o actuar con crueldad, pero lo hacen empujados por la necesidad, el deber o el sufrimiento. Los latinos, en cambio, parecen "nacer" del crimen, actuar desde el instinto y el placer por la violencia.

De esa manera, la serie establece una dinámica casi simbólica: los enemigos del protagonista estadounidense no provienen de su propio país, sino del Sur. Son el "otro" que amenaza el orden, el caos que debe ser controlado. Y cuando caen -Tuco, los primos, Fring-, lo hacen como lo haría cualquier enemigo extranjero: derrotados por la inteligencia y la determinación del héroe norteamericano.

Criminales metódicos vs. criminales salvajes: la eficiencia blanca frente al descontrol latino

Uno de los contrastes más reveladores en Breaking Bad es la manera en que la serie diferencia la forma de actuar de los criminales según su origen étnico. Mientras que los personajes blancos o estadounidenses suelen ser representados como individuos racionales, metódicos y profesionales, los personajes latinos tienden a ser retratados como violentos, erráticos y emocionalmente inestables.

Los ejemplos abundan. Cuando Walter White asesina o manipula, lo hace con una precisión casi científica. Sus crímenes son "limpios", calculados, producto de un razonamiento lógico que, en el marco de la serie, llega incluso a parecer admirable. Lo mismo ocurre con Mike Ehrmantraut: un ex policía convertido en solucionador de problemas, que actúa siempre con calma y eficacia. Ambos encarnan la idea del "hombre que hace lo que debe hacerse", una figura profesional dentro del crimen.

El caso de Todd, miembro del grupo neonazi del final de la serie, refuerza esta lógica. Todd comete atrocidades -como el asesinato del niño testigo en el desierto-, pero lo hace sin escándalo ni placer visible. Mata con una frialdad casi burocrática, como si ejecutara una orden más. En Breaking Bad, incluso el mal blanco parece más ordenado.

En cambio, la violencia latina se muestra como desbordada, teatral, casi caricaturesca. Tuco Salamanca representa ese arquetipo a la perfección: estalla en ataques de ira, grita, golpea, destruye sin pensar. No planea, reacciona. En una escena, mata brutalmente a uno de sus empleados por un malentendido trivial, un gesto que no solo lo define como impulsivo, sino también como un peligro para su propio negocio.

El punto más simbólico de esta diferencia se da con los primos Salamanca. Cuando deciden asesinar a Hank, lo hacen de la forma menos eficiente posible: en lugar de usar un arma, uno de ellos opta por un hacha, un gesto cargado de exceso y espectáculo. Esa decisión "extravagante" termina costándole la vida. La serie podría haber mostrado una ejecución fría y directa, pero elige un enfrentamiento caótico, ruidoso, casi ritual.

El mensaje implícito es claro: los latinos no saben controlar su violencia. En ellos, el crimen no es una profesión sino una naturaleza. En cambio, los estadounidenses que cometen delitos -Walter, Mike, Todd- son racionales, estratégicos, discretos. Su violencia puede ser igual de mortal, pero está envuelta en el aura del profesionalismo.

Así, Breaking Bad termina construyendo una jerarquía moral invisible: el mal puede existir en Estados Unidos, pero al menos es eficiente. El mal latino, en cambio, es primitivo, desordenado y autodestructivo.

Idiotas útiles y enemigos caricaturescos: del salvajismo latino al nazismo domesticado

La narrativa de Breaking Bad no solo marca diferencias entre la violencia latina y la estadounidense, sino también entre los tipos de maldad que cada grupo representa. En los personajes latinos, la brutalidad se confunde con estupidez. Son impulsivos, irracionales y toman decisiones que atentan directamente contra sus propios intereses. Tuco Salamanca mata a un empleado frente a testigos, sin prever las consecuencias; los primos buscan ejecutar a Hank en plena vía pública con un arma cuerpo a cuerpo, una acción tan irracional que termina provocando su muerte. En el universo de la serie, los latinos no solo son violentos: son malos estrategas, torpes, víctimas de su propio temperamento.

Breaking Bad: el costado invisible del sueño americano

Esa torpeza contrasta con la llegada del último grupo de villanos: los neo nazis. En teoría, deberían ser los enemigos más extremos del relato -asesinos sin moral, fanáticos del racismo-, pero Breaking Bad los trata de manera distinta. Su maldad es más controlada, más "profesional". Todd, por ejemplo, asesina a un niño sin pestañear, pero lo hace sin gritar, sin furia ni espectáculo. Su gesto es rápido, frío, eficiente. Incluso en el acto más monstruoso, la serie los muestra como organizados, disciplinados, con códigos.

La elección de este tipo de enemigo no es casual. Los nazis son, dentro del imaginario estadounidense, un villano seguro: una amenaza moralmente universal, reconocida y derrotada. Desde la Segunda Guerra Mundial, el cine y la televisión norteamericana han utilizado al nazismo como símbolo absoluto del mal, un antagonista que no cuestiona al sistema, sino que reafirma su superioridad ética. Basta recordar al Capitán América golpeando a Hitler o los cortos de Disney burlándose de los nazis: el nazismo como un mal caricaturesco, ajeno y vencido.

En Breaking Bad, esa lógica se repite. Los neo nazis representan una amenaza aislada, una aberración, no un síntoma estructural. Son el mal "permitido", aquel que no compromete la imagen del Estado norteamericano. Y, paradójicamente, incluso ellos son retratados con más autocontrol que los villanos latinos.

En otras palabras, la serie parece decir que hasta los nazis pueden ser más civilizados que los latinos. Mientras los Salamanca gritan, rezan, y destruyen sin pensar, los neonazis planifican, ejecutan y eliminan testigos con precisión militar. Uno encarna el caos del Sur; el otro, la frialdad del Norte.

Breaking Bad: el costado invisible del sueño americano

Así, Breaking Bad termina reforzando un imaginario donde el mal estadounidense -aunque brutal- conserva una forma de racionalidad, mientras que el mal latino se hunde en la irracionalidad y la torpeza.

El "mal blanco" como excepción controlada

La observación sobre los neo nazis es crucial:

  • Son los únicos blancos que disfrutan abiertamente de la violencia.
  • Pero están representados de una manera caricaturesca, exagerada, simbólicamente "no estadounidense".
  • Son racistas, incultos, pobres, una minoría extrema que nadie en la serie (ni en la sociedad) tomaría como reflejo del estadounidense promedio.

Esto permite que la serie diga, inconscientemente:

"Sí, hay blancos malos, pero son monstruos aislados. No representan a la nación."


Mientras que los latinos criminales (Salamanca, Tuco, los primos, Gus) sí representan un sistema, una cultura, un modo de vida.

El mal blanco es individual y marginal.

El mal latino es colectivo y cultural.

El goce permitido y el goce castigado desde la psicología narrativa:

  • Cuando un personaje blanco disfruta de hacer daño (Todd, Walt en algunas escenas), no pierde control: mantiene el dominio de la situación.
  • Cuando un personaje latino disfruta de hacer daño (Tuco, Héctor, los primos), pierde control: su goce lo hace cometer errores fatales.

La violencia blanca: profesionalización moral

Cuando Breaking Bad se estrenó en 2008 . Detrás de su impecable guion, su fotografía desértica y su ritmo cinematográfico, la serie de Vince Gilligan se consolidó como un retrato oscuro, pero profundamente humano, del sueño americano y sus límites.


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