10 de abril, Día del Científico y la Científica: los que insisten en pensar un país
Houssay dijo: "Los países ricos lo son porque invierten en ciencia; los pobres lo son porque no lo hacen". Esa frase, sencilla pero brutal, nos persigue cada vez que miramos el boletín oficial o el recorte presupuestario.
Cada 10 de abril se recuerda el nacimiento de Bernardo Alberto Houssay, médico, farmacéutico, y primer latinoamericano en ganar el Premio Nobel de Medicina. Su trabajo sobre las glándulas pituitarias revolucionó la ciencia médica. Pero quizás su mayor gesto de amor a la patria fue quedarse, cuando todo invitaba a irse. Fundó el Instituto de Fisiología, formó generaciones de discípulos y presidió el CONICET, organismo que ayudó a crear y que hasta hoy lleva su huella.
Fue Houssay quien dijo: "Los países ricos lo son porque invierten en ciencia; los pobres lo son porque no lo hacen". Y esa frase, sencilla pero brutal, nos persigue cada vez que miramos el boletín oficial o el recorte presupuestario.
Ciencia: inversión o gasto
Durante décadas, el CONICET fue un faro. Uno de los principales organismos de ciencia del continente. Investigadores premiados, publicaciones en revistas internacionales, patentes argentinas al servicio del desarrollo.
Hoy, en cambio, la ciencia argentina agoniza entre la indiferencia y la burla. Sueldos congelados. Becarios bajo la línea de pobreza. Equipos obsoletos. Más de mil investigadores quedaron afuera del sistema este año, aún después de ser evaluados como "excelentes".
Se trata de un vaciamiento metódico. Cuando no se puede privatizar, se destruye.
Cuando Cristina repatriaba cerebros
Durante los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner, la ciencia fue política de Estado. Se creó el Ministerio de Ciencia y Tecnología, se inauguraron centros de investigación, y se lanzó el Plan Raíces, que trajo de regreso a más de 1.300 científicos argentinos que trabajaban en el exterior. No fue un acto de nostalgia, sino de estrategia.
Además, fue el tiempo en que Argentina envió satélites al espacio, construidos por ingenieros e investigadores del INVAP. El país se convirtió en uno de los pocos con capacidad tecnológica propia en materia aeroespacial.
Hoy, en cambio, importamos antenas satelitales de Elon Musk. Alquilamos conectividad en lugar de desarrollarla. No hay soberanía, hay suscripción. Y esa diferencia duele.
¿Qué es la fuga de cerebros?
Es el fracaso del Estado. Es lo que ocurre cuando la inteligencia estorba y la ignorancia se celebra.
Milei y la ciencia como enemigo
El actual presidente, Javier Milei, nunca escondió su desprecio por la ciencia pública. En campaña llamó al CONICET una "cueva de ñoquis", despreció la sociología, la biología, la historia, y prometió achicar todo lo que no generara "ganancia inmediata".
Cumplió: congeló ingresos al CONICET, recortó presupuestos, desactivó programas y paralizó el sistema científico. Investigadores con doctorados ganan menos que un alquiler. Equipos enteros se disuelven. El mensaje es claro: pensar no paga.
Pero hay una contradicción grotesca: Milei cree en la ciencia, al menos cuando se trata de clonar a su perro Conan. Pagó miles de dólares en Estados Unidos para replicarlo cinco veces en un laboratorio privado. Cree en la biotecnología, pero no para curar enfermedades ni crear vacunas. La quiere solo para calmar su duelo.
La ciencia que emociona pero no incomoda. La ciencia de la mascota, no del pueblo.
Ejemplos que eligieron volver
René Favaloro inventó el bypass coronario en Estados Unidos. Rechazó la fama y regresó a fundar su Fundación en Argentina. Murió en soledad, víctima de la indiferencia política. No pedía privilegios, pedía insumos para operar.
Facundo Manes, neurocientífico formado en Harvard, también volvió. Fundó el Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro y promovió la idea de un país que piense el cerebro como una política pública.
Como ellos, Andrea Gamarnik, pionera en virología; Raquel Chan, creadora de semillas resistentes a la sequía; Diego Golombek, cronobiólogo y divulgador; Silvia Kochen, experta en epilepsia y epileptología comunitaria.
Ninguno eligió la comodidad. Eligieron la causa.
Pensar en Argentina es resistir
Hoy, mientras celebramos el Día del Científico y la Científica, cientos de investigadores están más cerca de irse que de quedarse. Algunos hacen experimentos en cocinas convertidas en laboratorios. Otros dan clases sin cobrar. Muchos, simplemente, resisten. No desde el heroísmo, sino desde el compromiso.
Houssay no era un iluso. Era un lúcido. Y sabía que sin ciencia no hay soberanía. Que sin educación no hay movilidad social. Que sin conocimiento, no hay justicia posible.
En tiempos donde se ataca la razón, celebrar la ciencia es un acto de amor y de memoria. Amor por lo que somos capaces de pensar. Y memoria de todo lo que supimos ser.
Porque si hay algo que nos define como país, es esa extraña mezcla de genialidad y desprecio, de talento y maltrato, de aplauso y castigo. Lo dijo la Bersuit, en La argentinidad al palo:
Yo argentino, como el tiro en el corazón de Favaloro. Del éxtasis a la agonía, oscila nuestro historial. Podemos ser lo mejor o también lo peor, con la misma facilidad.