SALUD

Estamos enfermos de humanidad

No se trata solo del bolsillo. No es únicamente la heladera medio vacía o la boleta de luz que llegó como una amenaza. Es el cuerpo, la cabeza, el alma que se están deshilachando en silencio.

Adrián Characán

No se trata solo del bolsillo. No es únicamente la heladera medio vacía o la boleta de luz que llegó como una amenaza. Es el cuerpo, la cabeza, el alma que se están deshilachando en silencio. Desde que el nuevo gobierno empezó a marcar el pulso del país con su motosierra, lo que más se ha cortado no son gastos superfluos, sino pedazos enteros de estabilidad, de salud, de paz.

Nos duele el país, literal

Nos duele la espalda de cargar con angustias que no son nuestras y sin embargo nos tocan cada día. Nos duele la cabeza de pensar cómo vamos a pagar el gas o el agua. Nos duele el colon, irritado de tanto nervio, de tanto apretar los dientes frente a un sistema que ya no contiene a nadie.

La ansiedad se ha vuelto una rutina. Se despierta con nosotros, toma mate a la par, y nos acompaña en cada espera. No hablamos ya de episodios aislados, sino de una epidemia de angustia que atraviesa todas las edades y todas las clases. A fines de 2023, más del 26% de los argentinos presentaban síntomas de ansiedad o depresión, y en los sectores más vulnerables ese número superaba el 40%. El 72% reconocía que la situación económica afectaba directamente su salud mental.

El insomnio dejó de ser una excepción: ahora es parte del insomnio colectivo de un pueblo que no encuentra descanso ni en sus sueños. La sensación de agobio se coló en las estadísticas. Uno de cada cuatro argentinos está en riesgo de desarrollar un trastorno mental. Y muchos ya lo están padeciendo sin siquiera saber cómo nombrarlo.

Nos cuesta respirar, y no solo por la inflación. La presión sube, los latidos se alteran, las articulaciones se inflaman, los estómagos se enroscan. El colon irritable dejó de ser una dolencia menor: se volvió pandemia en las guardias clínicas. Los médicos lo dicen entre líneas: el cuerpo está hablando por nosotros. Se ha duplicado la cantidad de consultas por cuadros de estrés agudo, fatiga extrema, hipertensión y desórdenes gastrointestinales.

Y cuando vamos al médico, muchos nos dicen lo mismo: "Es estrés". Pero ese estrés tiene nombre y apellido, y no sale en el parte oficial.

No es casual que en los barrios se hablen más de pastillas que de proyectos. Que los chicos digan "me duele la panza" y no sepan ponerle palabras a lo que sienten. Que los grandes terminen en guardias con diagnósticos difusos: colon irritable, fibromialgia, hipertensión. Enfermedades sin bacteria, sin virus, pero cargadas de contexto.

Porque la angustia también enferma. Porque cuando suben las tasas, el agua, la luz, el gas, el impuesto inmobiliario, el automotor, las patentes... baja la salud.

Desde fines de 2023 hasta mediados de 2024, los servicios públicos se multiplicaron por cinco, mientras los salarios perdieron más de un 30% de poder adquisitivo. La salud no es ajena a ese desbalance: aumentaron las ausencias laborales por razones emocionales, se saturaron las consultas en psicología y se recortaron los programas de atención gratuita.

Sueldos chicos

En los hospitales, los sueldos se achicaron y las guardias se vaciaron. En algunos centros de salud mental se perdieron hasta 200 puestos de trabajo. En las terapias, los profesionales atienden entre la urgencia y el agotamiento. Algunos gremios médicos alertaron que ocho de cada diez trabajadores del sector presentan síntomas de agotamiento emocional, lo que ya repercute directamente en la calidad de la atención y en los tiempos de espera.

Enfermos de humanidad

Estamos viendo algo más hondo que una crisis económica. Estamos asistiendo a una erosión emocional masiva. El alma colectiva de este país está en carne viva. Como si la Argentina estuviera manifestando en cada cuerpo lo que no puede gritar de otra manera.

Nos estamos enfermando de humanidad. Esa es la frase. Así lo dijo Gustavo Cordera en su canción Mi Soberano: "estoy enfermo de humanidad". Una definición tan certera como desesperada. Como un diagnóstico sin tratamiento.

Y entonces: ¿qué nos queda?

Tal vez ponerle nombre a esto. A esta pandemia silenciosa. A esta enfermedad endémica que va más allá de virus y de bacterias.

Es una afección del alma social. Una descomposición moral, emocional y política que nos atraviesa el cuerpo como una fiebre sin alivio.

Si existiera un termómetro para medir el estado de salud de una sociedad, el último domingo lo habría dejado en rojo. En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, donde más personas en situación de calle hay, donde el frío duele más cuando se duerme sobre el asfalto, ganó el vocero presidencial Adorni. Ganó La Libertad Avanza. Volvió a triunfar el proyecto que ajustó, recortó y abandonó a muchos de los mismos que lo votaron. Y lo hizo en la ciudad que más sufre la exclusión. En la capital de la desolación urbana.

¿Será que también enfermamos en nuestras decisiones? ¿Que el dolor colectivo nos vuelve erráticos, compulsivos, desesperados? ¿Será que, cuando todo se desordena adentro, también elegimos desde el miedo, desde la bronca, desde el vacío?

El Eternauta nos lo gritó hace décadas: nadie se salva solo. Pero en esta etapa del país, muchos votan como si la salvación fuera individual, como si el prójimo fuera prescindible. Es decir, como si no supieran que la trampa está en eso, en creer que se puede sobrevivir a costa del otro. Que se puede seguir negando el dolor ajeno y aun así dormir tranquilo.

¿Será esta la enfermedad más compleja de todas?

Quién sabe. Por lo pronto, lo que sí sabemos es que, si seguimos ignorando lo que nos pasa como sociedad, vamos a seguir enfermándonos, solos, cada vez más solos.

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