"El dios que algunos eligen": religiones tabú y cultos alternativos en Argentina
Dios es el padre amoroso de las grandes religiones monoteístas para algunos; para otros, la divinidad habita en la naturaleza, en los ancestros o incluso en figuras que la mayoría considera oscuras. Macumba, El Gauchito Gil, Vudú, San La Muerte y tantos otros... Conocé aquello que muchos llaman "religiones alternativas".
En cada rincón del mundo, la fe toma formas diversas. Para algunos, Dios es el padre amoroso de las grandes religiones monoteístas; para otros, la divinidad habita en la naturaleza, en los ancestros o incluso en figuras que la mayoría considera oscuras. En una Argentina cada vez más plural, también florecen creencias que, lejos de los templos tradicionales, transitan los márgenes de lo que la sociedad acepta como "normal". Algunos las llaman religiones alternativas, otros directamente cultos, y para muchos son simplemente tabú.
Cultos minoritarios y religiones "raras" en Argentina
Desde hace años, la Dirección General de Cultos de la Nación registra oficialmente organizaciones religiosas de todo tipo, incluso aquellas que se alejan radicalmente de las religiones tradicionales. Argentina, con su Constitución que garantiza la libertad de culto, alberga una enorme diversidad: desde iglesias evangélicas independientes hasta comunidades afrobrasileras, espiritistas, y agrupaciones esotéricas.
Entre los grupos más controversiales -al menos en el imaginario social- se destacan:
• La Iglesia de Satán (Satanismo): Aunque no está registrada formalmente en Argentina como culto, existen pequeños grupos y personas que se identifican como satanistas. En su mayoría adhieren a una versión simbólica del satanismo moderno, inspirada en los escritos de Anton LaVey (EE.UU., años '60), donde Satán representa la rebelión contra el dogma religioso, el hedonismo y la libertad individual, no necesariamente el mal o el diablo bíblico.
• Espiritismo: Muy difundido en el siglo XIX y aún practicado hoy en día, especialmente en zonas rurales y urbanas marginales. El espiritismo sostiene que los muertos pueden comunicarse con los vivos. En Mendoza, existen médiums, centros de sanación espiritual y personas que aseguran canalizar mensajes desde "el más allá". En muchos casos, estas prácticas conviven con elementos del catolicismo popular.
• Umbanda y Candomblé: Originarias de Brasil y derivadas de religiones africanas traídas por los esclavos, estas creencias adoran a los orixás, espíritus de la naturaleza y ancestros. Sus rituales incluyen cantos, danzas, ofrendas e incluso sacrificios animales. Aunque todavía vistas con recelo en muchos sectores, han ganado adeptos en provincias como Buenos Aires, Córdoba y también en Mendoza.
• Vudú: Derivado del sincretismo entre religiones africanas y el cristianismo en Haití, el vudú es una religión compleja que mezcla magia, invocación de espíritus (loas), sanación y también ritos que han sido estigmatizados en la cultura popular. En Argentina su presencia es marginal, pero existen practicantes aislados, generalmente en contextos migratorios o esotéricos.
• Macumba: Término despectivo y generalizado para referirse a prácticas afrobrasileñas, aunque no representa una religión en sí. En la cultura popular argentina, hacer "una macumba" suele significar hacer un "trabajo" esotérico para el mal, lo cual está más vinculado al prejuicio que a la realidad ritual de estas religiones.
• Cienciología: Fundada por el escritor de ciencia ficción L. Ron Hubbard, es una religión controvertida en todo el mundo. En Argentina no está oficialmente reconocida como culto, pero tiene presencia en Buenos Aires. Sus detractores la acusan de secta, mientras sus adeptos afirman que ofrece herramientas para alcanzar el conocimiento espiritual.
• Nueva Era, esoterismo y religiones sincréticas: En la Argentina crecen también los movimientos que mezclan astrología, sanación cuántica, chamanismo, tarot, registros akáshicos y otras prácticas "espirituales" contemporáneas. Muchas de estas tendencias, aunque no se consideren religiones en el sentido clásico, movilizan una profunda devoción y generan comunidades activas.
Dentro de este último grupo se inscriben creencias y hábitos cada vez más difundidos entre figuras públicas y en círculos de poder. Tal es el caso de Karina Milei, hermana del presidente Javier Milei, conocida por su fuerte inclinación hacia la astrología, la energía de los signos zodiacales y la numerología. Incluso -según algunas fuentes cercanas a su entorno- muchas decisiones políticas del gobierno actual se toman luego de consultar cartas natales, tránsitos planetarios o interpretaciones esotéricas, lo que muestra cómo estas creencias, aunque ridiculizadas por algunos, tienen peso incluso en las altas esferas del Estado.
Mendoza: tierra de fe y también de misterio
En Mendoza, una provincia de tradición católica y conservadora, también florecen prácticas alternativas. Barrios periféricos, zonas rurales e incluso el centro urbano son escenarios de reuniones espiritistas, sesiones de sanación energética, ofrendas a la Pachamama y hasta rituales umbandistas. Aunque muchas veces estas creencias se mantienen en la intimidad, existen agrupaciones que organizan eventos abiertos o difunden sus prácticas en redes sociales.
En este contexto también cobra presencia la brujería popular, una práctica extendida aunque muchas veces negada. Desde trabajos para el amor, amarres y despojos, hasta conjuros más oscuros, esta tradición convive silenciosamente con el día a día de muchas personas. Una de las canciones más conocidas de Los Tipitos, habla de Brujería. En los pueblos elementos más conocidos -y temidos- en este mundo los pequeños muñecos confeccionados con tela, hilo, papel, cera o incluso con elementos biológicos, que son usados en rituales y entierros simbólicos. Su aparición en patios, terrenos o esquinas suele generar alarma entre vecinos, aunque quienes los confeccionan aseguran que poseen un propósito espiritual claro, ya sea de protección, castigo o conexión con entidades.
Otra herramienta espiritual -también rodeada de mística y temor- es la tabla ouija, usada para intentar contactar con espíritus. Aunque para algunos no pasa de un juego, en círculos espiritistas o esotéricos se la respeta como un canal de comunicación con otras dimensiones. En Mendoza y otras provincias, hay testimonios de encuentros organizados en la clandestinidad donde la ouija se convierte en protagonista de experiencias intensas, muchas veces difíciles de explicar.
La desconfianza institucional y los prejuicios sociales hacen que muchas de estas religiones o prácticas sean vistas como peligrosas, ilegítimas o directamente como sinónimo de delito o estafa. Sin embargo, la mayoría de sus adeptos encuentran en ellas sentido, contención y una forma de espiritualidad que las religiones tradicionales ya no les ofrecen.
¿Culto, religión o secta?
La frontera entre religión, culto o secta es difusa. Jurídicamente, en Argentina cualquier grupo puede registrarse como culto si cumple con ciertos requisitos. Sin embargo, el término "secta" suele usarse de forma peyorativa para señalar manipulación, coerción o aislamiento.
En ese sentido, organizaciones como la Red de Apoyo a Víctimas de Sectas denuncian ciertos movimientos que operan bajo la fachada religiosa para ejercer poder, captar dinero o someter psicológicamente a sus miembros.
La fe, un terreno en disputa
Quizás el punto más inquietante de esta nota no está en las prácticas extrañas, ni en las invocaciones oscuras, ni siquiera en el temor a lo desconocido. Está en la pregunta de fondo: ¿quién define qué es religión y qué no? ¿Quién decide cuál dios vale la pena y cuál no?
Pero hay devociones que, aunque no se inscriben formalmente como religiones, mueven multitudes con la misma intensidad que una fe ancestral. En los márgenes de lo permitido, en lo que muchos llaman "la religiosidad popular", aparecen figuras como San La Muerte y el Gauchito Gil. El primero, con su esqueleto afilado y su mirada vacía, es venerado como protector de lo extremo: lo que escapa a la justicia, lo que queda al margen, lo que solo la muerte comprende. El segundo, el "santo gaucho" correntino -Antonio Mamerto Gil Núñez-, caído a manos del Estado y elevado por el pueblo, representa la figura poderosa para ayudar al humilde, al criollo , cuya tumba se ha convertido en santuario.
Ambos son símbolos profanos pero cargados de mística: no son aceptados por la Iglesia, pero acumulan velas, ruegos y promesas, sobre todo en los barrios populares. No hay misa, pero hay oración. No hay cura, pero hay fe. Una fe alternativa, desesperada, muchas veces nacida del dolor y la marginalidad, donde lo sagrado y lo pagano se abrazan sin pedir permiso.
Y aunque tal vez haya perdido algo de visibilidad en los últimos años, la Difunta Correa sigue siendo un símbolo profundamente arraigado en la religiosidad popular argentina. Su historia conmueve desde lo humano: una mujer humilde que, según el mito, murió en pleno desierto sanjuanino, escapando de las guerras y el abandono, pero cuyo cuerpo fue hallado con su bebé aún con vida, amamantado por su madre muerta.
Esa imagen desgarradora -una madre que da lo último de sí- conmovió al pueblo más allá de la lógica religiosa. Desde entonces, su tumba improvisada en Vallecito se convirtió en santuario. Hoy miles de botellas de agua se dejan como ofrenda en las rutas, en los caminos, en los altares improvisados por camioneros, devotos, peregrinos que ven en ella no solo una mártir, sino un símbolo de esperanza y sacrificio.
No hay cura que oficie, pero hay ritual. No hay doctrina, pero hay fe. La fe popular, que brota en los márgenes, donde no llegan los sacramentos, pero sí las necesidades. Una fe que no pide permiso ni necesita explicación. Porque cuando el pueblo no encuentra consuelo en lo sagrado oficial, lo crea con lo que tiene: dolor, amor y devoción.
Y si de mitos populares hablamos, Gilda merece un capítulo aparte. No fue santa, no fue mártir en el sentido religioso, pero su muerte trágica en la ruta, a bordo de un micro que transportaba sueños de cumbia y giras infinitas, la convirtió en leyenda. Su voz dulce y sus letras cargadas de esperanza -"no es mi despedida", cantaba como una premonición- resonaron aún más fuerte después del accidente que la arrebató físicamente, pero que la elevó simbólicamente. Hoy su figura vive en estampitas, altares improvisados en colectivos, camiones y puestos de feria.
Gilda se transformó en una santa pagana, una figura maternal y protectora que recibe pedidos de salud, amor o consuelo. La veneran choferes, madres, trabajadoras, jóvenes que no encuentran respuestas en los templos tradicionales. Como si el pueblo necesitara crear sus propias deidades, cercanas, tangibles, con quienes identificarse. Porque cuando el dolor no encuentra abrigo en lo oficial, lo inventa en lo posible. Algo parecido a lo que ocurrió con Gilda sucedió con Rodrigo Bueno, el Potro cordobés, quien también falleció trágicamente en un accidente automovilístico, justo cuando se encontraba en el mejor momento de su carrera. Como Gilda, su muerte no lo apagó: lo inmortalizó. Sus canciones siguieron resonando, su imagen empezó a aparecer en altares caseros y su figura se convirtió en símbolo de alegría, rebeldía y pertenencia popular.
Y si nos remontamos más atrás en el tiempo, la historia parece repetirse. Carlos Gardel, el Zorzal Criollo, murió en un accidente aéreo en Medellín también en la cúspide de su carrera internacional. La tragedia no hizo más que consolidar el mito. Desde entonces, cada vez que suena un tango suyo, se cumple aquella frase que ya no necesita pruebas: "Gardel cada día canta mejor".
En todos los casos, la muerte no puso fin a la devoción, sino que la consagró. Porque en este país donde el dolor y la esperanza caminan de la mano, los ídolos populares no mueren: se convierten en leyenda. Y la leyenda, con el tiempo, se transforma en fe.
Y como si faltara prueba de que en Argentina lo sagrado y lo profano conviven sin escándalo, está la Iglesia Maradoniana. Sí, existe. Nació en Rosario y tiene miles de fieles en distintos países. Su dogma: rendir culto al más humano de los dioses, Diego Armando Maradona. No hay ironía -o quizás toda-, pero tampoco falta de devoción. En esta liturgia futbolera, Diego no es un ídolo, es un ser divino caído, imperfecto, capaz de la redención por gambeta.
Tienen su propio "Padre Nuestro" ("Diego nuestro que estás en la Tierra... "), celebran la "Navidad Maradoniana" el 30 de octubre y cuentan los años "d.D." (después de Diego). Es una religión nacida del amor, del barrio, del potrero, de la tristeza de ver partir a alguien que condensaba todas las contradicciones argentinas en un solo cuerpo.
Una muestra más de cómo el pueblo, lejos de los mármoles y los púlpitos, construye sus propias formas de fe, sus santos y sus rituales. No para desafiar a Dios, sino quizás para encontrarlo en donde verdaderamente vive: en la calle, en la canción, en la gambeta o en un colectivo con una estampa de Gilda y una vela encendida.
En un país donde la libertad de culto está garantizada, pero donde muchos aún se sienten con derecho a señalar al "otro" como raro, pecador o loco, resulta necesario recordar que la fe -como el amor, el arte o la muerte- no siempre se puede explicar. Solo se puede intentar comprender.