Leonardo Favio: el juglar que filmaba el alma y cantaba derechos

Mientras el algoritmo nos repite en bucle clips de 15 segundos con violencia, odio o sarcasmo, hubo un mendocino que se animó a regalarnos casi seis horas de poesía política.

Adrián Characán

Mientras el algoritmo nos repite en bucle clips de 15 segundos con violencia, odio o sarcasmo, hubo un mendocino que se animó a regalarnos casi seis horas de poesía política. Y no lo hizo desde un estrado, lo hizo desde el cine. Allá, en Las Catitas, departamento de Santa Rosa, Mendoza, un 28 de mayo de 1938, nacía Fuad Jorge Jury, aunque todos lo iban a conocer como Leonardo Favio. Fue cantor, actor, director, guionista, productor y militante. Pero sobre todo, fue una voz. Una de esas voces que no se apuran. Que no interrumpe. Que no grita. Que no busca likes ni monetización. Una voz de esas que se toman su tiempo porque saben que la verdad no necesita velocidad.

Nosotros, que hoy consumimos compulsivamente videos de un minuto donde un supuesto especialista nos enseña por qué el país está mal por culpa de los inmigrantes, o por qué habría que aplaudir a quien dispara contra un delincuente por la espalda, deberíamos hacer el esfuerzo de sentarnos, aunque sea una tarde, y ver Perón, sinfonía del sentimiento. Porque ahí está todo. O por lo menos, todo lo que quisieron borrar.

Favio no bajaba línea, decía. Pero filmaba desde el amor. Y cuando uno filma desde el amor, eso también es político.

Un cineasta de los que no se venden por views

Con Crónica de un niño solo (1965) rompió los moldes de un cine argentino que todavía estaba empolvado de academicismo. Mostró la pobreza, el encierro, el abandono, pero sin miserabilismo. Con poesía. Con ternura. Con rabia también.

Después llegó El romance del Aniceto y la Francisca (1967), esa joya filmada en blanco y negro que muchos siguen considerando la mejor película argentina de todos los tiempos. Con El dependiente (1969) se le plantó al Instituto de Cine, que lo catalogó como "exhibición no obligatoria", o sea: sin apoyo, sin difusión. Pero Favio ya estaba acostumbrado a pelearla.

Cuando el cine se le hizo cuesta arriba, se metió a cantar. Y lo hizo con un éxito que lo desbordó. En plena efervescencia de los años setenta, sacó Fuiste mía un verano, O quizás simplemente le regale una rosa, Ella ya me olvidó, y otras tantas baladas que se metieron en el corazón de América Latina. Pero la fama lo encerró. No era eso lo que buscaba.

Volvió al cine con Juan Moreira (1973) y Nazareno Cruz y el lobo (1975), esta última, la película más vista en la historia del cine nacional. El golpe del '76 lo obligó al exilio, como a tantos. Vivió en Colombia, cantó por el mundo, pero el corazón siempre lo tuvo en la Argentina.

Peronista sin vergüenza y sin obediencia

Volvió en 1987. Ya sin dictadura, pero con el alma herida. En los '90 se animó a filmar Gatica, el Mono (1993), otro retrato del peronismo desde los márgenes, desde la calle, desde el barro. Y mientras el país se convertía en un experimento neoliberal que rifaba todo, Favio se encerró a filmar Perón, sinfonía del sentimiento (1999). Casi seis horas de historia narrada con épica, archivos, música y corazón. Una película sin estreno comercial, sin sponsors, sin rating, pero que hoy circula en escuelas, sindicatos y universidades como testimonio vivo.

La hizo por encargo de Eduardo Duhalde, pero sin obedecer a nadie. Porque Favio era peronista, sí. Pero no obediente. Estaba con los laburantes, con los pibes, con los curas villeros. Con Mugica. Con Walsh. Con Carpani. Con los que cantaban derechos mientras les apuntaban desde el fondo.

En 1973, en pleno regreso de Perón, fue el presentador del acto de Ezeiza, esa masacre que marcó el inicio del fin de la utopía. Desde el palco, con una pistola en la cintura y palomas volando entre disparos, pedía paz. Pedía que no mataran al otro. Pero el odio ya se había infiltrado.

El algoritmo contra la memoria

Hoy, en tiempos donde el algoritmo decide qué vemos y qué no, donde un clip viral vale más que una vida, cuesta imaginar a un artista regalando casi seis horas de historia para que pensemos. Para que comparemos.

Para que entendamos que hubo un país donde se conquistaban derechos, donde se construían hospitales, donde la justicia social no era un delirio sino un programa de gobierno.

Y claro que ese modelo generó odio. Porque ganar un derecho es un acto de amor, pero perder un privilegio, eso sí que genera resentimiento. Por eso lo odiaron. Por eso lo siguen odiando.

Nosotros, en cambio, lo seguimos queriendo.

Favio eterno

Murió en Buenos Aires el 5 de noviembre de 2012. Descansa en la Chacarita, entre autores y compositores. Pero su obra sigue viva.

En el 2022, el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata adoptó su nombre. En Buenos Aires, el Espacio Cultural Leonardo Favio, en el barrio de Constitución, funciona como un centro de difusión de cine nacional y latinoamericano, homenaje permanente a su figura.

Su hijo, Nico Favio, también artista, mantiene vivo su legado musical. Y nosotros, aunque nos empujen a la amnesia colectiva, aunque nos bombardeen con reels de odio disfrazados de chistes, cada tanto volvemos a él. A ese hombre que se animó a filmar el amor, la injusticia, la poesía y la historia.

En esta Argentina donde Cristina Fernández de Kirchner permanece con prisión domiciliaria, donde se ha logrado proscribirla como candidata en una causa plagada de errores jurídicos , donde los tiempos judiciales coinciden con los tiempos electorales, y donde el sistema judicial está bajo sospecha de ser manipulado por las grandes corporaciones y los poderes económicos -como en el caso iniciado por Macri, con Javier Iguacel al frente, contra Vialidad Nacional-, recordar a Leonardo Favio es un acto de resistencia.

Volver a su obra, volver a Perón, sinfonía del sentimiento, es volver a refugiarnos en un pasado que fue posible. Un pasado hecho con amor. Alejado del algoritmo, de lo que monetiza, de lo que rinde. Un pasado donde el otro importaba, donde la justicia social no era una frase hueca, sino una política viva.

Si la batalla cultural está en los algoritmos, mirá lo que no quieren que mires.

Porque esos algoritmos nos instruyen, nos dan órdenes sin que lo notemos. Nos dicen qué escuchar, qué comer, qué desear, a quién odiar. Y así lograron una sociedad dividida, domesticada, endeudada, obediente. Por eso te invitamos a tomarte casi seis horas para ver Perón, sinfonía del sentimiento. Para ver que otra Argentina fue posible. Y todavía lo es.

Y sí, a veces para volver a creer, basta con volver a Favio.

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