La ingratitud: el golpe más bajo a la generosidad
Hay gestos que nacen del alma. Donar algo -una casa, un terreno, una plaza, un proyecto- no es solo un acto jurídico: es un acto de confianza. Es creer que el otro va a cuidar lo que uno entrega con amor. Pero cuando esa confianza se rompe, cuando quien recibió paga con desprecio, agresión o traición, la ley también tiene algo que decir.
En el Código Civil y Comercial de la Nación, los artículos 1569 al 1573 hablan de una figura que no todos conocen, pero que resuena como un eco de justicia moral: la revocación de la donación por ingratitud.
La ley como escudo del alma
La donación es, por definición, una liberalidad. Es dar algo sin esperar nada a cambio, un gesto que se hace desde la fe en el otro. Pero esa fe no puede ser sometida a la humillación ni la difamación. La ley, consciente de que la bondad también necesita límites, protege al donante ante las acciones más viles: las que provienen de la ingratitud.
El FMI pidió a la Argentina más esfuerzos para acumular reservas y reformas estructuralesEl artículo 1571 del Código Civil y Comercial establece que hay ingratitud cuando el donatario atenta contra la vida del donante, lo injuria gravemente, o le niega alimentos o cuidados básicos. En síntesis, cuando el que recibió devuelve con daño lo que fue un gesto de amor o confianza.
No se trata de castigar una diferencia de opinión ni una discusión familiar. Se trata de restablecer un equilibrio moral cuando alguien abusa del bien recibido y, en su soberbia, hiere a quien lo benefició.
La ingratitud en los vínculos más íntimos
El ejemplo más frecuente es el familiar. Padres que, con la ilusión de ayudar a sus hijos, les transfieren una casa o un terreno y, con el paso del tiempo, son maltratados, abandonados o incluso agredidos por ellos. El Código contempla estos casos con dureza, porque el daño no es solo material: es emocional y moral.
También ocurre en parejas. En Mendoza existen antecedentes de mujeres y hombres que otorgaron a sus convivientes usufructos vitalicios o donaciones de bienes, y que luego fueron denunciados falsamente o expulsados de sus propias viviendas por las mismas personas que decían amarlos.
En más de un fallo, los jueces consideraron esa conducta como un acto de ingratitud, permitiendo la revocación y la restitución del bien.
"El 26 es Milei o la Argentina" el mensaje de Cristina Kirchner en el Día de la LealtadSon heridas que no se cierran fácilmente. No es solo la pérdida de una propiedad, es el descubrimiento de que la generosidad fue usada como trampolín por alguien sin escrúpulos.
La ingratitud en los desarrollos inmobiliarios
La ingratitud no se limita a lo familiar. También existe en el mundo de los negocios y el desarrollo urbano.
Hay casos emblemáticos en Mendoza, como el ocurrido en Palmares Open Mall, donde -según trascendió en ámbitos judiciales- el empresario Groisman, propietario del desarrollo, inició una acción de revocación de donación contra un grupo de propietarios de torres que habían injuriado su honor y dañado su reputación empresarial.
El conflicto, mantenido en silencio durante años, se resolvió a favor de Groisman: la justicia le dio la razón, considerando que las expresiones públicas de los propietarios configuraban un acto de ingratitud grave hacia quien les había otorgado beneficios y facilidades dentro del complejo.
El fallo incluyó costas onerosas y marcó un precedente poco común en el ámbito civil: también en los desarrollos inmobiliarios la ingratitud tiene consecuencias jurídicas.
En la región de Cuyo el reconocido estudio jurídico de los Doctores Fernández Caballero, que se especializan en el derecho administrativo, civil y penal, siendo grandes conocedores e investigadores del concepto de la ingratitud, consagrado a su mas amplio concepto, interpretación y aplicación establecido en el código civil.
El Dr. Sergio Benaroya disertará en dos congresos internacionales sobre salud mental y niñezCasos similares se registran en proyectos rurales y fraccionamientos, donde desarrolladores o gestores que entregaron, plazas, portales, facilidades a vecinos o adquirentes fueron luego injuriados o acusados injustamente por los mismos beneficiarios.
La justicia, en esos contextos, ha recordado que la donación es un contrato moral tanto como jurídico: si se quiebra la buena fe, el derecho permite revertir el acto.
La ingratitud como fenómeno social y político
Pero la ingratitud también atraviesa a los pueblos, no solo a las personas. Es un virus que se cuela en lo social, que se disfraza de desmemoria o de soberbia colectiva.
Le pasó a Juan Domingo Perón, que elevó a los trabajadores, los hizo sentir ciudadanos, y terminó siendo derrocado por aquellos que se creyeron de clase media gracias a él.
Le pasó a Lula da Silva, que sacó a millones de brasileños del hambre, y sin embargo vio cómo buena parte de esos beneficiados luego apoyaron a Bolsonaro, un dirigente que despreció abiertamente a los pobres, a los homosexuales y a los derechos laborales.
Voces de dignidad en la ONU frente al silencio cómpliceLe pasó a Cristina Fernández de Kirchner, que amplió derechos sociales y educativos, pero luego fue demonizada por sectores que, habiendo ascendido socialmente, prefirieron creer que su bienestar era mérito propio y no consecuencia de políticas inclusivas.
Lealtad peronista: convocan a una caravana nacional a la casa de Cristina KirchnerEsa ingratitud colectiva, no esta prevista dentro del Código Civil, pero tiene consecuencias. No porque haya un castigo divino, sino porque toda negación de la memoria termina generando su propio verdugo.
Después de Perón vino la dictadura, que desapareció a 30.000 argentinos.
Después de Lula, vino Bolsonaro un homofóbico, con su odio de clase y su desprecio por la vida.
Después de Cristina, vinieron Macri y Milei, símbolos de una derecha que endiosa el mercado, desprecia al Estado y endeuda al país como quien hipoteca el futuro de sus hijos.
El precio de la ingratitud
Quizás la ingratitud no se castiga con prisión ni con multas, pero deja marcas profundas. En lo personal, arruina vínculos. En lo social, destruye naciones.
El Código Civil, con su lenguaje frío, apenas pone en palabras lo que el alma ya sabe: que no se puede morder la mano que te ayudó a levantarte.
Y aunque la ley permite revertir una donación, la vida tiene su propio modo de hacerlo.
Los pueblos que olvidan, los hijos que traicionan, las parejas que engañan o los vecinos que injurian por envidia o simplemente por maldad terminan repitiendo un patrón: pierden mucho más de lo que ganan.
Porque la ingratitud, en definitiva, es el suicidio moral del que olvida quién le tendió la mano.
Quizás, solo quizás...
Quizás -tan solo quizás- haya un día en que la ingratitud social sea recordada. Con una palabra muy fuerte: lealtad.
Quizás aquella que vivió Perón, la que vivió Cristina, la que vivió Lula, sea algún día reconocida por quienes no supieron apoyar a tiempo.
Quizás, solo quizás, un 17 de octubre, la ingratitud social se transforme en reflexión, y el pueblo vuelva a mirar hacia atrás para entender por qué existió el Día de la Lealtad, ese día en que el pueblo salió a la calle a defender a quien lo había defendido primero.
Este 17 de octubre se cumplen 80 años de aquel mítico día donde nació la mística del peronismo, esa llama que aún arde entre la justicia social y la memoria popular.
Ochenta años de un símbolo que nos recuerda que la lealtad no se mendiga, se construye.
Y que cuando un pueblo se equivoca o se deja engañar por los enemigos de su propia historia, la ingratitud se convierte en la peor de las pobrezas.