No nos salvó el Tío Sam, nos salvó el Tío Bessent
El auxilio no llegó desde la bandera de las barras y las estrellas, sino desde los escritorios de Wall Street. Scott Bessent se convirtió en el nuevo garante del rumbo económico argentino, mientras el Tesoro norteamericano actúa como salvavidas y árbitro del dólar.
Detrás del gesto técnico se esconde un mensaje político: Estados Unidos no vino a salvar a Milei, vino a contener a China y a cuidar sus bonos. Argentina, otra vez, agradeciendo la soga que la mantiene a flote sin notar que también la ata.
Por Martín Tula | martin.tula@portada.com.ar
Argentina, esta vez, no recurrió al Tío Sam. Quien vino a evitar que el barco se hunda fue el Tío Bessent, ese flamante ministro de economía importado de Wall Street que hoy parece manejar los hilos de nuestra política monetaria. Cuando uno intenta entender por qué el Tesoro de los Estados Unidos decide intervenir en la economía argentina, no hay que buscar razones ideológicas ni imaginar que Javier Milei es visto en Washington como un genio financiero. La respuesta es mucho más terrenal señores: es geopolítica y dinero. Dos palabras que, juntas, explican casi toda la historia reciente del país.
El gobierno de Milei autorizó que tropas de EE.UU ingresen al país de manera inconstitucionalArgentina se transformó en los últimos años en un tablero estratégico donde las potencias globales mueven sus piezas. China no llegó con discursos, llegó con cemento, acero y dólares. En silencio, instaló una red de infraestructuras clave: la estación espacial en Neuquén -esa antena colosal de la que pocos saben qué señales capta-, las represas hidroeléctricas en Santa Cruz, obras ferroviarias y un creciente interés por controlar la Hidrovía Paraná-Paraguay, el corredor por donde circula el 80 % del comercio exterior argentino. A cambio, ofreció financiamiento y acceso a su mercado, algo irresistible para un país al que el crédito internacional le da la espalda. Pero la cooperación china no es filantropía: es influencia y presencia territorial. La base espacial de Neuquén, que oficialmente depende de un organismo civil, alberga personal chino con formación militar y una autonomía operativa que escapa a la supervisión local. Se la justifica en nombre de la "investigación científica", pero hasta los más prudentes admiten que es una justificación endeble.
En ese contexto, Estados Unidos no podía quedarse mirando. Washington interpreta la expansión china en América del Sur como una invasión silenciosa: puertos, represas, comunicaciones y, lo más delicado, puntos de observación satelital. Por eso la reacción del Tesoro norteamericano fue tan rápida. No se trata de ayudar a Milei, sino de recuperar terreno perdido en el tablero global.
El segundo motivo es mucho más inmediato: el dinero que se estaba evaporando. Los bonistas comenzaron a perder valor en sus títulos argentinos, los fondos de inversión olieron sangre y la corrida estaba servida. El primer tuit de Scott Bessent, anunciando los 20.000 millones de dólares (a los cuales en otro comunicado de le sumaron 20.000 más) de asistencia, funcionó como torniquete financiero. No fue un gesto de simpatía: fue una maniobra de contención para evitar que la hemorragia se convirtiera en default. La escena tiene su espejo en el pasado: México, diciembre de 1994. El presidente Ernesto Zedillo devaluó el peso y la economía mexicana colapsó. Un mes después, el gobierno de Bill Clinton salió al rescate con un paquete de 20.000 millones de dólares ¿Acto de hermandad latinoamericana? No. Fue pragmatismo puro: si México caía, arrastraba a los bancos estadounidenses y a buena parte de Wall Street. Así nació la crisis del tequila, que sacudió a todo el continente y marcó la pauta:
Washington no salva gobiernos, salva mercados.
Legisladores estadounidenses quieren prohibir la ayuda financiera de Trump a MileiHoy, la historia se repite con otros nombres. Argentina no es México, Milei no es Zedillo y Bessent no es Clinton, pero el guión es el mismo: proteger el capital financiero antes que la estabilidad social. Llamarlo "asistencia" es un eufemismo. Lo que hay es una intervención económica. El Tesoro estadounidense maneja las bandas del dólar en Argentina y actúa como garante implícito de nuestra política monetaria. Esa tutela se moverá más rápido o más lenta según lo que ocurra el 26 de octubre. Si el Gobierno sobrevive con margen, la intervención será moderada; si la derrota es amplia, será directa y con condiciones explícitas. En ambos casos, el objetivo será el mismo: tranquilizar a los inversores, no a los argentinos.
El mundo se mueve con créditos e inversiones, eso nadie lo discute. Cuando uno toma un préstamo para ampliar su casa o invertir en su negocio, busca crecer, no sobrevivir. Pero nuestro país toma deuda para pagar deuda. Es la definición perfecta de un círculo vicioso: préstamos del FMI, del Club de París, la deuda demencial con Venezuela al 15 %, los acuerdos con China y ahora la ayuda del Tesoro estadounidense. Nada de eso se destinó a inversión real, obra pública o creación de empleo. Solo a cubrir vencimientos o sostener el tipo de cambio. En resumen, llevamos décadas roleando deuda: pateando el problema para que lo pague el próximo gobierno o la próxima generación.
El 27 de octubre, día posterior a las elecciones, el gobierno deberá presentar algo más que discursos: un plan económico sostenible, realista y creíble, que sirva de base para lo que queda de mandato y marque una eventual reelección. También deberá recuperar diálogo y consenso en el Congreso, porque ya quedó claro que los gritos y los tuits no votan leyes.
Javier Milei anunció un megaproyecto de Inteligencia Artificial de capitales estadounidensesMilei enfrenta ahora su propio espejo. Como dijo alguna vez Miriam Bregman, hoy el presidente parece un "gatito mimoso": domesticado por el poder que antes desafiaba. Está acorralado por ANDIS, por el 3 %, por Espert y por sus propios soldados, esos candidatos que disparan contra sí mismos. El ejemplo más reciente es Karen Reichardt, que en una entrevista con Jonatan Viale definió votar al kirchnerismo como "una enfermedad mental". ¿De verdad cambiaron el "cárcel o bala" por esto? La falta de brújula política se nota, y el costo lo paga la gestión.
Milei tiene dos caminos: lotear el poder y conceder espacios reales a sus aliados -devolver recursos a las provincias, reconstruir el tejido político y darle algo de oxígeno a la sociedad- o encerrarse en su credo de hierro: "yo muero con la mía". El problema es que ahora su "mía" tiene nombre y pasaporte estadounidense: Scott Besent. Si elige el segundo camino, el final ya está escrito. Y como tantas veces en nuestra historia, será crónica de una muerte anunciada.
Se han ensayado muchas formas de gobierno y se seguirán ensayando en este mundo de pecado y sufrimiento. Nadie pretende que la democracia sea perfecta ni sabia. De hecho, se ha dicho que es la peor forma de gobierno, excepto por todas las demás que se han probado de vez en cuando.
Churchill en la Cámara de los Comunes el 11 de noviembre de 1947-