El peligro de esta era: varones jóvenes, burbujas digitales y una sociedad sin diálogo
La combinación entre cambios demográficos, falta de validación social del varón joven y el encierro en burbujas digitales está produciendo una fractura política y cultural global. Argentina, ubicada demográficamente entre el futuro africano y el pasado europeo, no es ajena a este fenómeno. Comprenderlo no implica justificarlo, sino evitar que derive en violencia, exclusión y daño social irreversible.
Demografía, validación perdida y radicalización en un mundo fragmentado. El mundo según la edad: futuro, pasado y tensión. Hay tres números simples que ayudan a entender en qué mundo vivimos.
África tiene una edad mediana de 19 años. La mitad de su población tiene menos de 19, la otra mitad más. África es todo futuro. No tiene pasado.
Europa tiene una edad mediana de 44 años. La mitad de los europeos es mayor de 44. Europa es, en términos demográficos, todo pasado. No produce europeos: los importa. Y esa importación le está rompiendo la política, porque la economía ya estaba rota por no tener hijos. Cuando importan hijos, aparece la resistencia cultural.
América Latina -y Argentina en particular- tiene una edad mediana de 32 años. Ni tan joven ni tan vieja. En el medio. En tensión.
Ese dato no es neutro. Define cómo se piensa, cómo se vota y cómo se imagina el futuro.
El voto joven y el cuadrante que rompe todo
En Argentina, si se analiza el comportamiento electoral cruzando edad y género, aparece un dato incómodo: si la elección se hubiera definido solo por el voto joven, Javier Milei ganaba en primera vuelta.
Resumen Porteño: Un gobierno que gobierna contra los derechos de la mayoríaSi se divide a la sociedad en cuatro cuadrantes -mayores y jóvenes, varones y mujeres-, tres votan de manera relativamente tradicional: varones mayores, mujeres mayores y mujeres jóvenes.
El que rompe todo es uno solo: varón joven. Sacando únicamente ese cuadrante, Milei gana.
No es una anomalía local. Está ocurriendo en todo el mundo.
Cerebros distintos, mundos distintos
Pensamos distinto los chicos grandes que los chicos chicos. No por ideología, sino por biología y contexto. El cerebro se cablea con el tiempo. Los estímulos que recibe, su cantidad y su calidad, producen formas distintas de percibir la realidad.
No entendemos el mundo de esos pibes.
Y sin embargo, esos pibes están haciendo el mundo actual y el que viene.
Milei es producto de eso.
La validación perdida del varón
Hay algo que suele quedar fuera del análisis: la falta de validación del varón.
Durante décadas, la validación masculina fue casi automática. Llegaba por el trabajo, por el rol social, por el lugar en la familia, por la mirada de las mujeres y por el reconocimiento entre pares. Ese circuito existía.
Hoy ese circuito está roto.
Cuando el varón joven no es reconocido, ni deseado, ni escuchado, ni valorado simbólicamente, aparece algo más peligroso que la tristeza: el resentimiento. Y ese resentimiento busca un objeto. Muchas veces lo encuentra en las mujeres, en el feminismo , en una idea abstracta de lo "progresista" o en la radicalización extrema.
No importa tanto el nombre. Importa la descarga.
Los líderes del enojo y la identidad del resentimiento
Ahí aparecen los líderes de las burbujas digitales.
Referentes que hablan sin filtros, que validan el enojo, que convierten la frustración en identidad. No dicen "estás equivocado". Dicen "tenés razón".
Nosotros y la Inteligencia Artificial: el trabajo humano frente a un espejo sin almaPara quien se siente cancelado, expulsado o invisible, eso funciona como un abrazo. Tóxico, pero abrazo al fin.
Derecha extrema y frustración económica
Ese refugio simbólico suele venir acompañado de un segundo problema: el económico.
Las derechas extremas -Milei, Bolsonaro, Trump- prometen libertad y revancha cultural, pero aplican políticas que empeoran la vida material de esos mismos varones jóvenes que las votan: ajuste, precarización, pérdida de horizonte, competencia salvaje.
Cuando la frustración cultural se combina con frustración económica, el cóctel se vuelve explosivo.
Violencia como síntoma social
En ese contexto aparecen los márgenes más oscuros: atentados, femicidios, violencias extremas. No como regla, pero sí como posibilidad latente. No como locura individual, sino como síntoma social.
El peligro no es la bronca.
El peligro es la bronca sin red, sin validación, sin salida colectiva.
Del mundo compartido a las burbujas digitales
Antes existían la radio y la televisión. Nos gustara o no, todos hablábamos de lo mismo. Había una conversación común.
Los mayores escuchaban tango, los jóvenes rock. Había diferencia, pero también conocimiento mutuo. Se podían pasar un disco. Se podía traducir.
Hoy eso se terminó.
Vivimos en burbujas digitales cerradas, nichos herméticos, donde circulan figuras con enorme poder simbólico que para el resto de la sociedad son invisibles. Personas capaces de llenar estadios sin cruzarse jamás con otros mundos culturales.
No hay puente. No hay roce. No hay mezcla.
Un puente posible: Spinetta y el tango como lenguaje común
Hubo un tiempo -no tan lejano- en el que los mundos culturales no estaban completamente aislados. En el que era posible que distintas generaciones se encontraran, se rozaran, se escucharan. La música fue, quizás, uno de los últimos grandes puentes.
Un ejemplo claro de esa conexión, al menos en la Argentina, fue Luis Alberto Spinetta.
Spinetta, uno de los fundadores del rock nacional, decidió interpretar "Gricel", un tango clásico compuesto en 1942, con música de Mariano Mores y letra de José María Contursi. Un tango atravesado por la melancolía, el amor perdido y la espera, que había sido llevado a la historia grande del género por intérpretes como Aníbal Troilo y Roberto "el Polaco" Goyeneche.
Esa versión no apareció en un disco de tango, sino en un disco de rock.
"Gricel" fue incluida en La la la (1986), el álbum doble que Spinetta grabó junto a Fito Páez. Un disco clave del rock argentino, nacido del cruce entre generaciones, sensibilidades y lenguajes distintos. Allí, en medio de canciones nuevas, apareció ese tango de los años cuarenta, reinterpretado con una delicadeza y un respeto que no buscaban modernizarlo, sino traducirlo.
Ese gesto decía mucho más que cualquier discurso.
Mostraba que era posible tomar algo del pasado sin cancelarlo. Que era posible dialogar con otra tradición sin burlarse ni apropiarse. Que un pibe que escuchaba rock podía, a través de Spinetta, llegar al tango. Y que alguien formado en el tango podía reconocer en ese rock una continuidad emocional.
Era un tiempo en el que todavía existían lenguajes compartidos. En el que un disco podía circular de mano en mano. En el que las generaciones no estaban encerradas en burbujas herméticas, sino separadas por diferencias que todavía podían cruzarse. Hoy, ese tipo de puente parece cada vez más difícil.
Por eso recordar ese gesto no es nostalgia musical. Es memoria cultural.
Y también advertencia: cuando los puentes se rompen del todo, lo que queda no es diversidad, sino aislamiento.
Un negocio basado en el aislamiento
Las burbujas no son un error del sistema. Son su negocio.
Las grandes corporaciones digitales ganan más cuanto más aislados estamos, cuanto más reafirmados estamos en lo que ya creemos, cuanto menos nos incomoda el otro.
Por eso hoy es casi imposible lo que antes era cotidiano: el intercambio generacional. Un disco, una película, una idea. Hoy no hay intercambio: hay incompatibilidad.
El riesgo de no escuchar
En este escenario, los varones jóvenes no solo pierden validación social y afectiva. Pierden lenguaje común. Nadie los traduce. Nadie los interpela sin atacar. Nadie les habla sin señalar.
Y cuando una sociedad deja de validar, de escuchar y de integrar a un sector entero -aunque ese sector haya tenido privilegios históricos- no se vuelve más justa. Se vuelve más peligrosa.
Porque esos pibes no desaparecen. Se organizan. Se encierran.
Y alguien, en algún momento, les pone nombre a su bronca.
Entender esto no es justificar.
Es, apenas, intentar evitar que el daño sea mayor.