Cuando la culpa es de los padres (y nunca del Estado)
La noticia sacudió a Mendoza: una alumna de 14 años, a la que en adelante llamaremos la Niña de la Paz -quizás de la paz que le arrebataron-, se atrincheró con un arma en la escuela Marcelino Blanco.
La noticia sacudió a Mendoza: una alumna de 14 años, a la que en adelante llamaremos la Niña de la Paz -quizás de la paz que le arrebataron-, se atrincheró con un arma en la escuela Marcelino Blanco, en La Paz. Como dato adicional todos los 11 de octubre se celebra el Día Internacional de la Niña, aquí parece se pasaron por alto varios 11 de octubre.
El episodio, doloroso en sí mismo, fue rápidamente utilizado por la Dirección General de Escuelas (DGE) como excusa para impulsar modificaciones al Código Contravencional.
Según anunció el ministro de Educación, Tadeo García Zalazar, en menos de quince días los cambios estarán listos y tendrán un objetivo claro: que los padres sean responsables de la violencia de sus hijos.
La foto institucional queda prolija: el Estado reacciona, el ministro gestiona, los problemas parecen tener un culpable a mano. Pero la pregunta incómoda surge sola: ¿de verdad el problema estaba en la casa de esa niña?
La lógica del traslado de culpas
El Estado, alineado con la lógica de Javier Milei -ese topo que promete dinamitarlo desde adentro-, reproduce una maniobra clásica: eludir responsabilidades y transferirlas al ámbito privado. La escuela, que es espacio público y que debería ser garante de contención, termina apareciendo como un escenario neutral, casi ajeno a lo que pasa entre sus paredes.
Sin embargo, los testimonios de miles de alumnos a lo largo de los años coinciden en un punto: las escuelas operan como corporaciones cerradas. Un docente es protegido por su directora, la directora por su supervisora, y así en adelante. Una cadena de silencios y coberturas que minimizan reclamos y estados de insatisfacción.Quien alza la voz queda solo, señalado, revictimizado.
La doble vara: alumnos versus docentes
El razonamiento oficial es tajante: una alumna llevó un arma, por lo tanto, hay que castigar a sus padres. Bien. Pero, ¿qué ocurre cuando un docente es el violento?
En Mendoza, como en todo el país, no faltan antecedentes de maestros que han ejercido violencia psicológica, maltrato verbal o incluso abusos sexuales contra alumnos. Allí, la ecuación cambia: la responsabilidad es individual, nunca institucional. El abusador carga con la condena -cuando la justicia funciona-, pero no hay proyecto alguno de la DGE que asuma la cadena de fallas que permitió que ese perverso ingresara, se quedara y actuara en el ámbito escolar.
No hay código contravencional que obligue al Estado a autocastigarse por la ausencia de controles, ni a sancionar a las directoras y supervisoras que miraron para otro lado.
Una revictimización más
La Niña de la Paz cometió un error gravísimo, nadie lo justifica. Pero si llegamos a ese punto, es legítimo preguntarse: ¿qué hizo la escuela antes para contenerla? ¿Qué herramientas tuvo a disposición? ¿Qué actitud adoptaron sus docentes?
Trasladar el peso a los padres es, en los hechos, revictimizar a la joven y blindar al sistema educativo. Un sistema que, como los hospitales, las municipalidades o la policía, funciona corporativamente y protege a los suyos, aunque eso implique silenciar a los más vulnerables.
El debate que no se quiere dar
El anuncio de García Zalazar evita la discusión de fondo: ¿qué modelo de escuela estamos sosteniendo? ¿Uno donde los alumnos son escuchados y acompañados, o uno donde se disciplina castigando a sus familias para preservar la fachada institucional?
El riesgo es claro: abrir una puerta peligrosa donde los padres paguen por los errores de sus hijos, pero el Estado nunca pague por los suyos.
Cuando el propio Estado fogonea la violencia
Hay otro punto que no puede soslayarse. Desde el propio Estado se viene fogoneando la idea de la tenencia libre de armas, alentada por el Presidente, la Vicepresidenta y la Ministra de Seguridad, acompañada incluso de compras masivas de pistolas Taser, incluso por la provincia. El mensaje implícito es claro: el Estado ya no te protege, búscate vos mismo los medios para hacerlo.
Por eso, las escuelas también son responsables.
Docentes que marcan y docentes que dañan
Es justo reconocer que en la docencia existen profesores y maestros que uno recuerda y evoca con cariño por su don y su vocación. Son esos docentes maravillosos que dejan huella y que los alumnos agradecen toda la vida. Pero también, en la misma estructura, se infiltran personas que no tienen vocación ni ganas de convivir en la tarea educativa.
Esos quedan atrapados en una institución que los esconde y los protege, en lugar de apartarlos. Docentes que ejercen ironía, sarcasmo o una maldad educada y elocuente, que pasa desapercibida pero hiere en lo más íntimo de un alumno. Y ese daño, muchas veces, es irreparable.
El Código Contravencional se ajustará en tiempo récord. Habrá titulares que celebren la medida como mano dura contra la violencia escolar. Pero mientras tanto, nadie se animará a escribir el otro artículo que hace falta: el que obligue al Estado a asumir su propia responsabilidad cuando un docente, un directivo o un inspector es quien destruye la confianza dentro de la escuela.
Porque, cuando conviene, todo es culpa de los padres. Y cuando no conviene, el Estado nunca se mira en el espejo.
Si tu hijo, tu hija o algún sobrino sufrió bullying, te invitamos a ver el documental La Educación Prohibida. Tal vez encuentres allí herramientas para entender las falencias del sistema escolar y la necesidad urgente de pensar alternativas.
Si realmente quisiéramos hacer las cosas bien, un recién nacido debería permanecer con su madre al menos los tres primeros años de vida. En esa etapa no necesita guarderías, cuidadores ni sustitutos. Claro que la realidad muchas veces es distinta y obliga a tomar otros caminos, pero no cortar ese vínculo tan temprano puede ser la clave para evitar conflictos futuros difíciles de reparar.
La educación, especialmente el paso por la escuela secundaria, puede ser sumamente gratificante para algunos alumnos. Sin embargo, ahí puede residir el error: pensar que todos atraviesan la experiencia escolar de la misma manera. Para muchos, ese recorrido resulta doloroso, pesado, y se transforma en un sufrimiento constante.
Algunos argumentarán que es importante socializar y aprender a convivir con lo bueno y lo malo. Pero, si la vida es tan corta, ¿por qué someter a niños y adolescentes a dolores físicos o psicológicos innecesarios cuando existen alternativas más humanas y respetuosas de sus tiempos y necesidades?
Y una pregunta final: ¿a la profesora Raquel la van a investigar? ¿Y al compañerito que ejerció bullying, a los padres de ese compañerito les van a aplicar algún castigo? Ahí, ¿no aplica la responsabilidad de los padres? Lo dejamos para que lo pienses.