Tokio: La Ciudad que rompió la burbuja con su círculo virtuoso
Mientras en España y Estados Unidos la vivienda se ha convertido en un lujo y en Argentina el sueño de la casa propia roza lo imposible, Tokio -la ciudad más poblada del planeta- logra lo que parece una utopía: mantener precios estables y alquileres accesibles.
¿Cómo lo hacen? Cuatro claves explican el fenómeno japonés:
- una industria laboral activa,
- libertad real para construir,
- un transporte público implacable y
- una planificación urbana flexible que no asfixia la iniciativa privada.
En Mendoza, en cambio, las trabas, los catastros congelados y la burocracia siguen dictando el ritmo de la desesperanza.
El crimen generacional que nadie se anima a nombrar: la dificultad para adquirir la casa propiaLa vivienda accesible como excepción
En la última década, el precio de la vivienda en España subió un 94%, y sólo en Madrid superó el 120%.
En Estados Unidos, el déficit habitacional ya es una crisis nacional, y en Argentina el crédito hipotecario se volvió un recuerdo.
Y sin embargo, en el otro extremo del planeta, Tokio -con catorce millones de habitantes en su municipio y cuarenta millones en su área metropolitana- muestra otra historia. Allí, un departamento de un dormitorio puede alquilarse por quinientos o seiscientos euros, menos que en Madrid, Nueva York o incluso que en zonas medias de Mendoza.
No es milagro: es método y decisión política.
Trabajo, trabajo y más trabajo
El milagro japonés arranca en el mismo punto donde acá se frena todo: la mano de obra. Durante décadas, Japón sostuvo un flujo constante de obreros, técnicos y arquitectos que levantaron más de ciento treinta mil viviendas nuevas por año solo en Tokio.
En la Comunidad de Madrid, con la mitad de población, se construyen diez mil. En Mendoza, mucho, mucho menos... Allá, construir no es un acto heroico ni un privilegio de pocos. Es una tarea respetada, bien paga y necesaria.
El ladrillo no simboliza especulación, sino continuidad.
El derecho a construir
El modelo japonés parte de una idea tan simple como revolucionaria:
La gente tiene derecho a usar su tierra, por lo que básicamente las personas vecinas no tienen derecho a detener el desarrollo.
Takahiko Noguchi, planificador urbano en Tokio.
Esa frase encierra una filosofía entera. En Tokio, la planificación urbana no sirve para frenar, sino para acompañar. El Estado no decide por los ciudadanos qué pueden o no construir. La planificación urbana no se rige por zonificación, si no por sentido común, si faltan viviendas esa es su prioridad.
La ilusión de acceder a la tierra propia: un sueño cada vez más postergadoSi hay demanda, se construye. Si el proyecto es viable, avanza. No hay asambleas vecinales, ni ambientalistas que bloqueen ni despachos que demoren meses por un sello.
En Europa, cada plano es una odisea de permisos. En Mendoza, un expediente puede quedar varado entre Catastro, Irrigación y un mostrador municipal.
En Tokio, el suelo se usa; en Argentina, se discute.
Transporte: la columna vertebral de la ciudad viva
Tokio no se pensó desde el auto, sino desde el tren. Casi nadie vive a más de diez minutos caminando de una estación.
El resultado es una ciudad donde se puede vivir lejos del centro sin quedar aislado y donde el precio del suelo no depende de la cercanía al trabajo. Mientras tanto, en Mendoza, los barrios nuevos suelen aparecer antes que las líneas de micro. Y en Buenos Aires, el transporte público sigue siendo una ruleta de demoras y mal humor.
Tokio creció al compás del tren, no al revés.
Flexibilidad y renovación constante
Después del estallido de la burbuja inmobiliaria en los noventa, el gobierno japonés eligió un camino inesperado:
Para ayudar a la economía a recuperarse de la burbuja, el país relajó la regulación sobre el desarrollo urbano.
Hiro Ichikawa, consultor del sector inmobiliario.
Nuestra cosa perdida: una película que aborda cómo se vive con la herencia de las personas que amamosMientras Europa y América respondían a sus crisis con más restricciones, Japón decidió abrir el juego. Permitió más densidad, más obra nueva y menos trabas. Y, a la vez, mantuvo una costumbre que sorprende a cualquier occidental: derribar y reconstruir. Las casas, especialmente las de baja altura, se renuevan cada treinta o cuarenta años.
No se venera la antigüedad, sino la funcionalidad.
Esa rotación constante mantiene el mercado joven y los precios estables.
Mendoza: cuando la energía se gasta en impedir
Mientras en Tokio el Estado estimula, en Mendoza el pueblo se prepara para salir a la calle. Este 26 de noviembre de 2025, colectivos ciudadanos, ambientalistas convocan a la Legislatura para impedir la megaminería, no a protestar por las pocas regalias del 3 %.
Y sin embargo, quizá la pregunta no sea si hay que oponerse, sino cómo exigir mejor acuerdos y lograr extraer recursos como sucede en Chile y permiten un desarrollo del país vecino, que tanto nos gusta visitar.
Tal vez el reclamo no debería ser "que no se haga", sino "que se haga bien".
Quizás si la provincia se quedara con el 30% de regalías y no con apenas el 3%, si existieran controles reales, técnicos y ambientales y si las empresas mineras operaran bajo normas estrictas de sustentabilidad, la historia sería otra.
Quizás si las personas evitaran impedir lo posible y destinaran esa energía a mejorar las condiciones de ejecución de los proyectos, Mendoza podría experimentar un crecimiento parecido al de Tokio.
Pero no: convivimos con un déficit habitacional de más de 130.000 viviendas, sostenido por funcionarios que encuentran placer en decir "acá no se hace". El verbo prohibir parece más cómodo que el verbo construir.
Quizás si el pueblo tuviera otra instrucción, que les permitiera entender que existen sectores a los que no les conviene la explotación minera sobre el desarrollo, podríamos verlo distinto.
Tokio demuestra que la vivienda accesible no depende del milagro, sino de la decisión. Que construir no debería ser un privilegio, sino una forma de organizar la esperanza.
En Mendoza, mientras los ambientalistas convocan por redes a impedir la megaminería, lo hacen, paradójicamente, desde sus smartphones: esos mismos dispositivos fabricados con minerales extraídos en otras partes del mundo. No parecen advertir que cada uno de esos teléfonos, tablets o computadoras que usan para organizar marchas, contiene cobre, litio, níquel o silicio, todos obtenidos gracias a la minería que aquí se intenta prohibir. Quizás deberían entender que esos aparatos que tanto valoran también dejan su huella de carbono, aunque sea lejos, en otra latitud, en otro suelo que alguien perforó para que ellos puedan comunicarse.
El sector de hotelería pierde 10 empleos diarios por la crisis económicaCrece la morosidad en préstamos y tarjetas de crédito de las familias argentinasPeligran los USD 20 mil millones prometidos por bancos de EE.UU por falta de garantíasAquí, las bodegas, la vendimia, los paisajes diseñados para turistas y etiquetas de exportación conforman un mundo cerrado, tan reducido que ni siquiera entran los cosechadores de uva o los labriegos que hacen posible ese lujo. Es un universo elitista que, en su afán de pureza, se opone a cualquier desarrollo industrial que altere el paisaje. El agua, dicen, hay que cuidarla; pero en realidad la necesitan ellos.
Mientras Mendoza levanta muros de trámites, Japón levanta casas.
Tal vez haya que dejar de mirar al Norte y aprender del Este: allá entendieron que la vivienda no se promete, se construye.
No viajamos a Tokio, pero nos lo contaron....