De esto no se habla
Luisa García Lozada, trabajadora social, es hipoacúsica. Afirma que si comienza a hablarse más de esta discapacidad, habrá mayor comprensión. Luisa García Lozada tiene 70 años y es cordobesa. Nació en barrio General Paz, pero vive en Argüello. Está separada y tiene tres hijos y seis nietos. Es trabajadora social y trabaja en la ONG… Continúa leyendo De esto no se habla
Luisa García Lozada, trabajadora social, es hipoacúsica. Afirma que si comienza a hablarse más de esta discapacidad, habrá mayor comprensión.
Luisa García Lozada tiene 70 años y es cordobesa. Nació en barrio General Paz, pero vive en Argüello. Está separada y tiene tres hijos y seis nietos. Es trabajadora social y trabaja en la ONG Promover que desarrolla proyectos de inclusión de adultos mayores en el Programa Aula Universitaria de la Universidad Blas Pascal.
Luisa es jubilada, pero nuca estuvo en estado pasivo. Pertenece a la organización no gubernamental Promover y realiza actividades que necesariamente necesita de la comunicación permanente.
«No recuerdo bien la fecha exacta en que comencé a darme cuenta de que no escuchaba bien, pero ya estaba jubilada. Es decir: fue aproximadamente hace 15 años. La primera señal fue no entender de lo que se hablaba en reuniones en las que había mucha gente. O necesitar ver las películas sólo habladas en castellano», comenta Luisa.
«No recuerdo cómo se fue dando, pero sí sé que lo que me llevó a la consulta fue el miedo de no poder comunicarme, especialmente con mi familia. Ellos fueron los que me hicieron notar cuando no entendía bien una palabra. Mi mamá, que también tuvo sordera, cuando no se quería poner los audífonos decía: «Si yo escucho, pero no entiendo». Esto es lo que a mí también me pasa. Escucho los sonidos, pero muchas veces no puedo decodificar las palabras. Esto depende del tono y la forma de hablar de las personas y del lugar donde me encuentro; por ejemplo, en el exterior escucho con muchísima más claridad que en un espacio cerrado. También influye mucho si hay ruidos externos a la conversación o el número de personas que participan de la charla», recuerda Luisa.
«Descubrí que la calidad de la audición también depende del estado emocional y de que mis oídos no siempre responden de la misma forma, aun siendo idénticas las situaciones en las que tengo de oír». «Cuando fui por primera vez al especialista, me diagnosticaron hipoacusia del oído derecho, con la única posible solución de usar audífono. Los tramité y después de varios meses lo conseguí. Me adapté bien, era un aparato pequeño, sin salida al exterior. No se notaba, pero igualmente yo siempre advertía que no escuchaba bien, y que usaba audífono y pedía que me perdonaran si a veces preguntaba lo mismo», comenta.
«Nunca me sentí discriminada por mis compañeras a causa de ese motivo y cuando nos reunimos a trabajar, en muchas ocasiones elegimos el lugar teniendo en cuenta mi limitación. En la vida doméstica es más difícil, porque uno habla desde cualquier lugar de la casa y yo tengo que estar cerca del que me habla o del que pretendo que me escuche. Sé que eso es molesto para los otros porque yo lo viví varios años con mi madre, cuando ella vivía en mi casa». «Ahora, el especialista me dijo que tenía que hacer una reeducación con una fonoaudióloga para que aprenda a modificar mi forma de conducirme en lo referido al habla y para que también pueda aprovechar al máximo lo que escucho».
«Cuando mi sordera aumentó, afectó a mi oído izquierdo y el especialista me recomendó dos audífonos», «Sobre los trámites en las obras sociales, considero que hay cosas que deberían reverse, porque afectan a la dignidad de la persona. Uno a veces siente que mendiga, cuando escuchar es un derecho».
En la ONG Promover trabajamos con adultos mayores y conozco muchísimas personas con más de 65 años: llenas de vida, actividades, ilusiones y proyectos. Personas que se preocupan por mejorar la sociedad y se brindan enteros cuidando nietos, ayudando amigos y dando ejemplo de valores y de vida honesta. Ellos merecen oír lo mejor que se pueda. La sordera tiene que dejar de ser un tema «del que no se habla» porque es el mejor modo de que todos vayamos entendiendo que el sordo no escucha, pero siente. Siente el afecto, la paciencia, la comprensión y el deseo de los otros por colaborar. Todo eso es una gran ayuda para no aislarnos.
Cuando estoy en una conversación y no entiendo, no sé cómo, pero me las arreglo como puedo. Pregunto: «¿Me pueden repetir?». O le digo al que está al lado: «¿Qué es lo que dijo?». Es muy raro que me quede sin enterarme si es que el tema es interesante o se está tratando algo importante, ya sea en una reunión, en el trabajo o en la familia. Trato de ignorar las reacciones, si es que las hay.
Intento que mi sordera no altere la forma de vida que quiero llevar y que no interfiera en mis actividades y, muy especialmente, en mis afectos
A veces me preocupo, y pienso: «Y si esto sigue aumentando, ¿adónde llegará?». En ese caso aprenderé a leer los labios y me juntaré con personas que usen el lenguaje de señas. Aunque no escuche, no pienso dejar de comunicarme. Además, aprenderé pintura, que es una deuda pendiente, y me dedicaré más a las plantas porque a ellas si podré hablarles, porque sus respuestas no tienen sonido.
Fuente: ONG PROMOVER.-