Cadena nacional o condena nacional
Un mensaje repetido, un país en vilo. Javier Milei apareció en cadena nacional, con un mensaje grabado, durante unos quince minutos. ¿Cuánto tiempo más soportará la gente discursos que se repiten mientras la realidad se desangra en la calle?
El lunes a las 21 horas, Javier Milei apareció en cadena nacional, con un mensaje grabado, durante unos quince minutos. El horario no fue casual: la hora en la que todavía hay familias sentadas a la mesa, con la televisión encendida, esperando que el presidente hable no sólo de números, sino de futuro. Lo que recibieron, sin embargo, fue un discurso reiterativo, aferrado al mantra del déficit cero, sin una sola novedad concreta que alivie la difícil vida cotidiana de los argentinos.
El eco de las palabras vacías de contenido
Más allá de las cifras, lo que quedó retumbando en la memoria colectiva fueron expresiones desafortunadas que se mezclaron con interpretaciones peligrosas. Se habló de una "solución definitiva" para la crisis económica, y aunque en ningún registro oficial aparece el término vinculado directamente a la "Solución Final" del nazismo, la asociación emergió sola en redes sociales, en cafés, en charlas de sobremesa. Porque la historia pesa, y porque cada palabra presidencial debería medirse como quién pisa un campo minado.
La cadena nacional, que debía transmitir firmeza y rumbo, terminó sonando como una condena nacional: repetición de diagnósticos ya conocidos, ausencia de autocrítica y un tono de advertencia que rozó la amenaza. Festejó la baja de inflación, la baja sostenida de la pobreza, la baja de los impuestos y la salida del cepo cambiario, que en definitiva considera grandes éxitos, que el ciudadano de a pie no logran percibir, muy por el contrario. La realidad es que nada hay para celebrar.
Déficit cero, pobreza infinita
El eje del mensaje fue, una vez más, el déficit cero o equilibrio fiscal. Milei repitió la consigna, varias veces, como si fuera un dogma religioso. Aseguró que, si las cosas van bien, el aumento proyectado para los jubilados llegaría recién en 2026: unos 19 mil pesos, que ya hoy serían absolutamente insuficientes para vivir con dignidad. Una promesa diferida en el tiempo que, en el presente, equivale a condenar a los adultos mayores a la miseria.
Nada dijo sobre el caso Diego Spagnolo -su socio, abogado personal y confidente, ni sobre los audios que involucran a su hermana Karina-, que circularon públicamente y comprometen seriamente la transparencia del gobierno. El silencio presidencial fue tan elocuente como incómodo.
Milei intentó sonar más conciliador en las formas, pero el contenido fue intransigente y radical: defensa cerrada de un plan económico que castiga a jubilados, desfinancia universidades públicas, ajusta hospitales como el Garrahan, a los sectores mas indefensos de discapacidad y permite que miles de argentinos no lleguen a fin de mes.
El peso de la historia
Nombrar -aunque sea de manera indirecta- la idea de una "solución definitiva" en un país que todavía carga con cicatrices de dictadura y con la memoria viva del Holocausto, es más que una torpeza: es una herida abierta. No hace falta haberlo dicho literal para que la evocación esté ahí, latente. Y en política, lo que se evoca es tan potente como lo que se pronuncia.
El problema no es sólo semántico. Es ético. La historia argentina y la historia mundial reclaman responsabilidad. Un presidente no puede jugar con las palabras como quien improvisa en una sobremesa de café.
La excepción argentina
Más de 150 países en el mundo no logran, ni buscan, sostener un déficit cero o equilibrio fiscal. El caso más emblemático es Estados Unidos, que desde la Segunda Guerra Mundial mantiene déficit fiscal y, sin embargo, es una potencia mundial. La Argentina, en cambio, se ufana de tener déficit cero, pero lo consigue a fuerza de sufrimiento ciudadano: jubilados que ajustan medicamentos, estudiantes que ven cómo se achican los presupuestos universitarios, familias que recortan hasta en comida.
El resultado es perverso: déficit cero, sí, pero con un riesgo país de más de 1.100 puntos con un dolar que llego al tope de la banda en 1485 pesos. Tan alto que los grandes fondos de inversión ya desalientan seguir apostando por la Argentina e invitan a retirarse de la timba financiera que volvió a instalar el propio gobierno.
En paralelo, la renuncia de otra funcionaria del Fondo Monetario Internacional, la turca Ceyla Pazarbasioglu, anuncio su retiro, tras haber afirmado un extenso documento que la deuda Argentina, es prácticamente impagable, encendió otra alarma: admitió que lo que está haciendo hoy el FMI con el plan Milei "Este naufragio es más fraudulento que el de 2018". Una confesión que debería estremecer, pero que apenas se filtró en la agenda oficial.
Lo peor ya pasó
En una parte del discurso, Milei repitió que "lo peor ya pasó". Sin embargo, esa frase no es nueva: ya la había pronunciado en marzo de este año y en al menos dos o tres ocasiones más. Antes que él, lo dijo también Toto Caputo, lo dijo Mauricio Macri durante su gestión y lo dijo Fernando De la Rúa. Y en todos los casos, la realidad demostró lo contrario: lo peor no había pasado, lo peor estaba por venir.
El eco de esa repetición resuena hoy como una advertencia, más que como una promesa.
Un presidente solo
Otro detalle que no pasó desapercibido: en esta cadena nacional se lo vio solo.
En otras oportunidades, Milei aparecía rodeado de funcionarios o referentes, intentando transmitir respaldo y cohesión. Esta vez, no. La soledad fue elocuente. El presidente que se definió como el abanderado contra "la casta" estuvo siempre acompañado por figuras que, en los hechos, eran parte de esa misma casta que tanto dice repudiar.
Hoy, quizás como estrategia, eligió mostrarse solo. O tal vez la soledad sea el síntoma de algo más profundo: a mitad de su mandato, el círculo rojo y el poder real comienzan a soltarle la mano.
Una cadena que ata
En definitiva, la cadena nacional del lunes no liberó, sino que ató. No despejó dudas, no marcó un horizonte distinto, no ofreció un respiro. Fue más un mensaje de trinchera que un puente hacia la sociedad.
Queda flotando la pregunta incómoda: ¿hasta cuándo se puede gobernar a fuerza de cadenas nacionales que parecen condenas nacionales? ¿Cuánto tiempo más soportará la gente discursos que se repiten mientras la realidad se desangra en la calle?