Burnout: El día que la cabeza dijo basta

Nos vendieron que aguantar era de valientes. Que mientras más horas le metiéramos, más cerca estábamos del éxito. Que dormir poco era signo de productividad.

Adrián Characán

Nos vendieron que aguantar era de valientes. Que mientras más horas le metiéramos, más cerca estábamos del éxito. Que dormir poco era signo de productividad. Y así nos encontramos, un día cualquiera, con la cabeza apagada y el cuerpo en huelga, preguntándonos cuándo pasamos de estar cansados a estar quemados. En Argentina, lo llaman estrés, súper estrés, híper estrés... hasta que alguien dice la palabra en inglés y suena más grave: burnout.

Y sí, parece más serio cuando te lo dice un médico con tono académico, pero la realidad es que la mayoría llega a la consulta cuando el tanque ya está seco y la batería en rojo hace rato.

El cuerpo puede estar pidiendo descanso a gritos, pero la cabeza solo escucha "no pierdas el laburo".

La palabra burnout viene del inglés, de burn (quemar) y out (afuera), y su traducción literal sería algo así como "quemarse hasta apagarse" o "consumirse por completo". El término empezó a usarse en la década del 70 para describir el agotamiento extremo en profesionales de la salud y educación, y hoy la Organización Mundial de la Salud lo reconoce como un fenómeno laboral vinculado al estrés crónico que no se ha manejado con éxito.

Cuando el trabajo se come la vida

El estrés de todos los días -ese que te acelera el corazón en un embotellamiento o te pone a contestar mails un domingo- ya es un deporte nacional. Pero el burnout es otra cosa. Es el paso final de un camino largo: insomnio, falta de concentración, dolores que se instalan como inquilinos y una apatía que te roba las ganas hasta de lo que antes te entusiasmaba.

En Mendoza, el fenómeno no es distinto al del resto del país. La receta es la misma: sueldos que no alcanzan, jornadas que se estiran hasta que la luna se cansa, y la cultura de "si no lo hacés vos, lo hace otro". A eso sumale el mate frío en la oficina, los cortes de luz en verano y la sensación de que siempre falta algo para llegar a fin de mes. Un combo perfecto para que la cabeza diga basta.

Cuando el miedo al despido aprieta más que el dolor

Y si el burnout ya es un problema grave, en un país como la Argentina se vuelve un cóctel explosivo. Porque acá, además del cansancio, cargamos con el miedo constante a perder el trabajo. La pérdida de empleo es una sombra que nos sigue de cerca: empresas que cierran, contratos que no se renuevan, recortes disfrazados de "reestructuración".

La presión es constante: si no respondés rápido, quedás fuera del circuito.

Durante el gobierno de Javier Milei, más de 13.000 pymes han bajado las persianas, a lo que se suma la pérdida brutal de la capacidad de compra de los sueldos y el cierre o disolución de organismos clave como Vialidad Nacional, el INTI, el INTA, recortes en el Hospital Garrahan, entre otros. Todo eso se traduce en un clima de incertidumbre permanente, donde el miedo a quedar afuera del mercado laboral pesa más que la salud.

Ese miedo paraliza. Hace que muchos sigan trabajando enfermos, que no pidan licencias, que callen síntomas por temor a quedar afuera. En Mendoza, lo vemos todos los días: gente que llega a la guardia con crisis nerviosas y, mientras les ponen un suero, ya están pensando en cómo volver rápido para que no los reemplacen. El cuerpo puede estar pidiendo descanso a gritos, pero la cabeza solo escucha "no pierdas el laburo".

El mito del aguante

En este país, frenar sigue siendo visto como debilidad. Si pedís licencia por salud mental, más de uno te mira como si te estuvieras tomando vacaciones encubiertas. Hay empresas que ni siquiera reconocen al burnout como un motivo válido para parar, y la prevención brilla por su ausencia.

En Mendoza, las clínicas privadas recién ahora empiezan a ofrecer programas para manejar el estrés laboral, mientras en el sector público los psicólogos hacen malabares con la cantidad de pacientes que atienden por turno. Y en el medio, miles de personas se automedican o buscan alivio en terapias alternativas, desde yoga hasta biodanza, tratando de recuperar algo de aire en la agenda.

La desconexión que nunca llega

La ley argentina habla de "derecho a la desconexión digital" para que, fuera del horario laboral, no tengas que contestar mensajes ni mails. Pero la realidad es que el celular sigue sonando a cualquier hora. En Mendoza, ni siquiera en la cosecha -donde el ritmo ya es inhumano- se respeta esa frontera. La presión es constante: si no respondés rápido, quedás fuera del circuito.

Bournot: lo que no se dice

El burnout no solo se trata de cansancio extremo. Es también esa sensación de inutilidad, de "ya no sirvo para nada". En un país donde el trabajo es, para muchos, la única forma de dignidad y pertenencia, perder las ganas es como quedarse sin identidad. Y eso, acá, duele doble.

El problema es que no hablamos de esto hasta que explota. Hasta que alguien termina internado, o con ataques de pánico, o pidiendo una licencia que se extiende por meses.

Y ahora qué

Dicen los especialistas que la única manera de evitar el burnout es frenar antes de llegar. Reducir la carga, aprender a decir que no, reconectar con actividades que nos devuelvan placer. Pero en un contexto económico que no perdona, suena a lujo. En Mendoza, como en todo el país, la mayoría sigue haciendo malabares entre dos o tres trabajos, hijos, cuentas, y una montaña de responsabilidades que no da tregua.

No se trata de ser más fuertes. Se trata de entender que somos humanos. Que el cuerpo y la cabeza también tienen fecha de vencimiento. Que no todo es aguantar. Porque si seguimos así, un día vamos a despertar sin ganas de nada... y ahí sí, ni el mate más amargo nos va a sacar adelante.

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