Barrios privados y consorcios: ¿armonía o ilusión de control?
En Argentina, tanto los barrios privados como los edificios de departamentos comparten una característica fundamental: la búsqueda de una convivencia armónica mediante reglamentos internos.
En Argentina, tanto los barrios privados como los edificios de departamentos comparten una característica fundamental: la búsqueda de una convivencia armónica mediante reglamentos internos.
Estos reglamentos, diseñados para garantizar la seguridad y el orden, a menudo imponen restricciones que pueden limitar ciertas libertades individuales. Sin embargo, la efectividad de estas normas depende en gran medida del compromiso de los residentes y de la administración encargada de hacerlas cumplir.
¿Qué impulsa a vivir en un barrio privado?
La elección de residir en un barrio privado suele estar motivada por una combinación de factores:
- Seguridad: La presencia de vigilancia las 24 horas y controles de acceso brinda una sensación de protección.
- Infraestructura y servicios: Muchos barrios ofrecen amenities como clubes, canchas deportivas y espacios verdes.
- Aspiracional: Vivir en un entorno exclusivo es, para algunos, un símbolo de estatus y éxito.
Sin embargo, la seguridad no es infalible. Se han registrado casos de robos en barrios privados, a menudo más planificados que en zonas urbanas abiertas, aprovechando la confianza excesiva en los sistemas de vigilancia.
Nombres de fantasía para una vida idealizada
Es común que estos desarrollos adopten nombres que evocan naturaleza, exclusividad o tradición:
"Los Álamos", "La Cañada", "Altos del Sol", "Terrazas del Pedemonte", "Solares del Oeste".
La estrategia es clara: ofrecer no solo tierra y servicios, sino también una identidad. Un "nosotros" separado del "afuera". Una promesa de paz, pero también de pertenencia.
La expansión de los barrios cerrados
La proliferación de barrios privados en el país comenzó en la década de 1990, empujada por el miedo y la promesa. El miedo a la inseguridad.
La promesa de un estilo de vida seguro y cómodo.
Zonas como Pilar, Nordelta y Escobar en Buenos Aires, y Palmares, Dalvian o el Club de Campo en Mendoza, se transformaron en íconos de ese modelo.
Barrios amurallados, urbanismo selectivo, pertenencia restringida. Y al otro lado, los que miran desde afuera.
El precio de la exclusividad
Vivir en barrios privados o edificios de alta gama no es barato. Las expensas, muchas veces, duplican o triplican el salario promedio de un trabajador.
- Puerto Madero: Las expensas oscilan entre los $2.000 y $10.000 dólares mensuales, dependiendo del edificio, los amenities y los servicios incluidos.
- Recoleta: En edificios de categoría, las expensas van desde $200.000 hasta $350.000 pesos mensuales, según características y antigüedad.
- Mendoza: En barrios como Palmares, las expensas también se mueven en un rango amplio: entre $90.000 y $350.000 pesos mensuales, en función del tamaño del terreno, la casa y los servicios que ofrece el complejo.
Administradores: el poder detrás del orden
Cada edificio, cada barrio cerrado, tiene su figura de poder discreto: el administrador. Es quien gestiona, recauda, contrata, decide.
Pero ¿quién controla al que controla?
Su rol es clave, y su transparencia, muchas veces, difusa. En teoría, está supervisado por el consejo de propietarios. En la práctica, no siempre es así.
La otra cara del sueño: condominios autogestionados
Mientras el modelo cerrado se fortalece, crece también otra alternativa:
la de aquellos que no pueden -ni quieren- pagar fortunas para pertenecer.
Hablamos de los trabajadores de la clase media , en en proceso de extinción, de una clase laboriosa, que organizados en uniones vecinales, optan por adquirir tierras en condominio.
En este modelo, los costos de infraestructura -red de agua, energía eléctrica, accesos- se autogestionan, permitiendo avanzar con esfuerzo y de forma colectiva. Es más lento, sí. Pero más digno. Más real. Más posible.
La figura del condominio, contemplada en el Código Civil y Comercial, tras su modificación en 2016, otorga a cada condómino el uso exclusivo y excluyente del sector que le pertenece. Es propiedad compartida, pero con límites definidos. Es progreso desde abajo. Pese a que muchos municipios en lugar de incentivar este modelo lo obstaculizan.
Ya lo dijimos: el futuro de los Millennials está hipotecado
En otras notas ya advertimos algo que hoy es casi evidente: los Millennials no tendrán techo, ni suelo, ni tierra, al menos no si la economía sigue diseñada para que las oportunidades laborales sean sinónimo de precariedad.
Nos vendieron la libertad de emprender, de ser "nuestro propio jefe", de trabajar "cuando queramos". Y muchos hoy reparten pedidos 16 horas diarias en una bicicleta ajena, o conducen para plataformas que los reemplazan con un clic.
Uber, Cabify, Pedidos Ya, Rappi. Autonomía disfrazada de esclavitud moderna.
¿Quién puede ahorrar para una casa así?
¿Quién puede pagar una cochera, un metro cuadrado, un crédito?
El acceso a la tierra y a la vivienda ya no es solo una cuestión de esfuerzo: es una carrera con obstáculos estructurales. Y el futuro se muestra más como un callejón que como una avenida. La vida en barrios privados y edificios de lujo parece ofrecer una salida. Pero también impone sus reglas, sus costos, sus contradicciones.
Al otro lado, una porción creciente de la sociedad construye desde abajo, con esfuerzo, con organización, con leyes que permiten, aunque no facilitan.
Entre muros de vigilancia y terrenos autogestionados, la pregunta persiste: ¿quién tiene derecho a un pedazo de tierra?. ¿El que puede pagarlo o el que lo necesita? Y mientras tanto, los que trabajan más de lo que viven, siguen esperando su lugar.