El arte impera para abrir heridas y cicatrizarlas
Pasó por el Teatro Imperial una obra fuera de los géneros convencionales y emocionó a un público ávido de pasión. Herida Absurda, Virginia Innocenti, Hernán Lucero y Leandro Marquesano, mucho más que buenas actuaciones y bellos tangos
Un espectáculo pasional y potente en el Teatro Imperial de Maipú para hacer de un sábado cualquiera, una noche inolvidable
Tal como se anunciaba, después de su debut en el Torquato Tasso de Buenos Aires y de una presentación en La Plata, Virginia Innocenti, actriz, cantante, compositora e ideóloga de una propuesta de música teatralizada, decidió que la primera presentación de "Herida Absurda" fuese en Mendoza, y el Teatro Imperial de Maipú fue el lugar.
Fuera del guión
En tiempos en los que todo lo que ocurre sucede detrás de las pantallas, en momentos en los que cuesta distinguir entre crueldad e ironías, resulta sorprendente lo corpóreo y los perfumes, pero también -y hay que admitirlo- la realidad se torna inverosímil. En la previa del espectáculo, frente a la entrada principal del Teatro Imperial, un taxi se detiene. Dos mujeres con sus tickets para el show. El taxista solicito, termina de ayudar a bajar una silla de ruedas de una de las pasajeras, al instante se desvanece y cae tendido sobre la vereda de la calle Pescara y se le produce una herida cortante. Con celeridad llamaron al 911 y apareció ambulancia, servicio médico y policía. El taxista fue asistido y trasladado, tres minutos antes de que comenzara la función. Alguien pudo pensar que eso fue el preámbulo de Herida Absurda, pero no.
¿Todo está previsto?
Puntualmente 21.30, bañada de luz azul, gana el frente del escenario Virginia Innocenti, sugiriendo un diálogo cómplice con el público, y en pocas palabras, utiliza como recurso el humor, indicando que el pianista (Leandro Pitu Marquesano) enfurece si acaso ve un flash o escucha el sonido de un celular. De inmediato, desde las butacas surge un sonido de celular. ¿Parte del show?. Si así fuese, la precisión supera a cualquier reloj suizo, si no, una demostración más de la pretensión de las pantallas por invadirlo todo. Sea una u otra opción, comenzó una obra potente, entretenida, lúcida, melodramática y no carente de pinceladas de humor, merecedora de los minutos de aplauso del final.
Esencial, pero visible
Aunque es la música la protagonista inevitable, el decorado discreto y la iluminación ajustada, colaboran para dar ambiente a "Herida Absurda". Se lucen sin mezquindades Virginia Innocenti, Hernán Lucero y Leandro Marquesano; aliados para descorrer los telones del amor y el desamor, con tangos, canciones y actuaciones, cada cual desde su lugar y oficio. En esta ocasión, lo esencial también es el desarrollo histriónico, el despliegue físico, la gestualidad.
El error, único ausente
Como bien definió Nietzche, la vida sin música sería un error, y Herida Absurda desborda de canciones, con versiones en las que se lucen, independientemente, los tres. La sonoridad algo jazzística que emerge del piano de Marquesano; la solvencia y rigor de Hernán Lucero, que le añade la postura de virilidad exigida para ponerle voz a los clásicos y, algo que sorprendió a más de uno de los amantes de la música rioplatense presentes, la entrega de Virginia Innocenti, la potencia de suvoz y la singularidad para interpretar, incluido uno de su autoría, los tangos.
La intención de lo intenso
Dentro de la narrativa de la obra, se permiten una versión de "Trigal", canción de Sandro, que sirve para quebrar el tono nostálgico y ominoso que propone la dramaturgia tanguera, momento que permite al público distenderse luego de una tensión impresionante, de tantos reproches, rencores, culpas y la obligada ebriedad para mitigar tanto dolor.
Herida Absurda no sólo pasó por Mendoza y conmovió a los espectadores que asistieron al Imperial, Herida Absurda pasó y se imprimió en el recuerdo de quienes aún buscan refugio fuera del vidrio templado del mundo digital.
¡Ay trigal!... dame tu surco y dame vida
Borra mi tiempo y esta herida
Si ya es mío tu trigal...
Que si ya es mío tu trigal...