Armando Tejada Gómez: el que escribió la patria desde la calle
A veces la patria no se nombra en los discursos, sino en las esquinas. A veces el país no se explica con mapas, sino con un poema. Armando Tejada Gómez no necesitó trajes ni púlpitos. Le alcanzó con haber sentido frío. Con haber tenido hambre. Con haber sido niño.
Armando Tejada Gómez nació en Guaymallén, Mendoza, el 21 de abril de 1929. A casi 100 años de su natalicio, sigue más vigente que nunca. El cuarto de 19 hermanos. En una casa sin lujos, sin certezas. Sólo con pan, cuando había.
Creció entre los sauces y los márgenes del canal Cacique Guaymallén, donde la infancia se jugaba en barro y esperanza. Donde los sueños no eran de plástico, sino de tierra y cielo.
Vendió diarios. Lustró botas. Caminó los bordes.
No fue un poeta de biblioteca. Fue un poeta con calle. Un cronista de los que duelen. Un obrero de la ternura.
Su pobreza no fue un obstáculo: fue su materia prima. De allí tejió palabras que aún nos siguen ardiendo.
En Hay un Niño en la Calle dejó grabada su historia, pero también la de todos los niños que el país olvidó.
Nombró a Toto su hermano, aquel chico asesinado por una bala, porque -ayer como hoy- vale más lo arrebatado que la vida de una criatura.
Habló de la madre sin: sin número, sin papeles, sin casa, pero con una ternura que aún hoy desborda los márgenes del verso.
Y nos dejó esta advertencia, como un faro para el que se extravía:
Importan dos maneras de concebir el mundo. Una, salvarse solo, arrojar ciegamente a los demás de la balsa. Y la otra, un destino de salvarse con todos. Comprometer la vida hasta el último náufrago.
Armando Tejada Gómez: militancia y poesía
Militó en el partido comunista , desde la palabra. Legisló, sí, pero su banca verdadera estaba entre los que no tenían voz. A la dictadura la enfrentó con poesía. A la injusticia, con belleza.
Armando Tejada Gómez fue amigo del alma de Mercedes Sosa.
En 1969, junto a César Isella, parió Canción con Todos. La voz de Mercedes Sosa la volvió bandera. Después la llevó por el mundo.
Pero la raíz, el temblor, siempre estuvo en esa letra escrita por un mendocino pobre que sabía mirar el dolor sin disfrazarlo.
En Digan No, fue más claro que muchos abogados, que muchos jueces:
Digan no al verdugo, digan no al torturador, digan no a la censura, digan no a la traición...
Cada poema suyo fue un acto de amor y de denuncia. Cada recital, una misa laica para los que no tenían consuelo. Fue amigo del alma de Mercedes. Ella lo llevó con ella hasta el final. Y volvió a cantar su poema más duro -Hay un Niño en la calle- junto a René de Calle 13, para que nuevas generaciones volvieran a llorar -y a entender-.
Hoy hay un auditorio en Guaymallén que lleva su nombre. Pero él no cabe en una placa. Vive en cada verso que todavía nos quiebra.
En cada niño sin casa.
Y en esta Argentina de influencers y slogans vacíos, qué saludable sería que los que mandan leyeran más a Tejada Gómez y menos a los gurúes del algoritmo y de esos que gastan fortunas en una posible vida en Marte, mientras se excluye en la Tierra a los más vulnerables .
Porque hay dolores que no se curan con marketing. Y hay pueblos que no se salvan solos. Se salvan con todos.
Como él quiso.
Como él escribió.
Como él vivió.