OBSCENO

Cuidamos más al atún: alarmas que también sirven para señalar al hambriento

Alarmas en las góndolas, silencios en las calles: una cadena de supermercados utiliza dispositivos de seguridad en latas de atún. No, no son celulares ni electrodomésticos: es comida. Alarmas diseñadas para evitar robos y para delatar el hambre.

Adrián Characán

En mayo de 2025, una cadena de supermercados ha comenzado a utilizar dispositivos de seguridad en latas de atún. No hablamos de celulares ni electrodomésticos: hablamos de comida. Alarmas diseñadas no solo para evitar robos, sino también para delatar el hambre. Y al mismo tiempo, para dejar expuesta la obscenidad de un sistema que ha fracasado en proteger a los más débiles.

Antes, estos dispositivos estaban reservados para productos electrónicos como televisores, celulares, tablets. Hoy, el hecho de que estén colocados en productos de la canasta básica, como una simple lata de atún, es un indicador brutal del hambre. Es una foto del deterioro social: ya no se roba por codicia, se roba por hambre.

Además, no podemos dejar de señalar que estos dispositivos, sin duda, encarecen el producto. Y que el costo de esos mecanismos, como tantas otras veces, probablemente termine pagándolo el consumidor. No solo eso: los hurtos y robos ya están contemplados en la economía interna de estas grandes cadenas. No se pierde: se redistribuye. En el pan, en la leche, en la yerba, en cada producto que llevamos todos los días a casa. El supermercado no pierde: gana siempre. Y ahora, gana también con la culpa, el miedo y la resignación de una sociedad empobrecida.

Lo que dicen los números y lo que grita la calle

Mientras se celebran índices que aseguran una baja inflación o una estabilidad imaginaria, los ciudadanos enfrentan aumentos brutales en los alimentos, en la luz, en el gas. Las subas que se perciben en los hogares no se condicen con las cifras frías de los informes oficiales. Hay una diferencia abismal entre la planilla y el changuito del supermercado.

Y por si fuera poco, ahora se paga también por la seguridad de los productos, por los robos que ya ocurrieron y por los que podrían ocurrir. Se paga el atún, el candado y la desesperación.

Los ciudadanos más débiles enfrentan aumentos brutales en los alimentos, en la luz, en el gas.

El combustible baja, pero no alcanza

Hace apenas unos días, se anunciaba con bombos y platillos una baja del 4% en el precio del combustible. Lo que no se dijo con la misma fuerza es que esa baja, en otros países, fue del 15%. En Argentina, como casi siempre, el alivio llega a cuentagotas y demasiado tarde.

La "libertad de mercado" parece ser, en realidad, libertad para seguir ganando mientras el pueblo pierde.

Cajeros que hacen de todo, sueldos que no alcanzan para nada

Los supermercados ahora prefieren que el cliente se atienda solo. Donde antes había seis empleados, hoy hay una sola persona. Y en algunos casos, ni eso. Las cajas automáticas reemplazan el trato humano, y los pocos trabajadores que quedan hacen el trabajo de tres.

El cajero repone, cobra, vigila, y a veces hasta consuela a quien no puede pagar. La dignidad laboral, como tantas otras cosas, se ha vuelto un lujo.

Jubilados: al borde de un genocidio silencioso

Mientras se blindan las latas de atún, los abuelos revuelven la basura. Es la escena repetida en cada ciudad del país. Hombres y mujeres que trabajaron toda su vida, que construyeron esta nación con sus manos, hoy eligen entre remedios o comida.

Esta libertad de mercado deja expuesta la obscenidad de un sistema que ha fracasado en proteger a los más débiles.

No es exagerado decir que estamos frente a una eutanasia lenta y planificada. Lo dijo el Papa Francisco: una muerte social en cuotas, cruel, silenciosa, sin balas pero con el mismo efecto devastador. Una generación que se extingue en la indiferencia, empujada al borde de un genocidio sin ruido, sin tumba, sin duelo.

¿Esto era la libertad?

La famosa entrevista entre Milei y Grabois sigue latiendo en la memoria colectiva. Juan Grabois: Una persona trabaja 18 horas para no morirse de hambre. Javier Milei: "Bueno, tiene la opción de morirse de hambre", respondió. Esa frase, convertida en doctrina, se ha vuelto el marco teórico de una economía que no promueve la vida, sino la supervivencia.

El libre mercado ha dejado de ser una idea para convertirse en una trinchera. Y desde allí se dispara contra todo lo que huela a humanidad.

Conclusión: cuando proteger el atún importa más que proteger al ser humano

Las alarmas en las góndolas son el síntoma de una enfermedad más profunda. No se trata de combatir el delito, sino de señalar a los hambrientos. Se protege la mercadería, pero no al que no puede pagarla. Se justifican las pérdidas millonarias, se maquillan los precios, se disfraza el ajuste.

Se cuida más al atún que a las personas en situación de calle. Y nadie, desde el Estado, parece dispuesto a regular esta crueldad. Porque esta "libertad de mercado" no es otra cosa que un permiso para matar de hambre.

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