19 años de la tragedia del Colegio Ecos, la historia se repite con Alejo Montenegro

Diecinueve años desde aquel 8 de octubre en que el país se estremeció con la noticia: el trágico accidente de un micro del Colegio Ecos cargado de jóvenes y de sueños solidarios. Casi 20 años después: la muerte de Alejo Montenegro de apenas 17 años. El punto en común: vidas truncadas por el alcohol al volante.

Adrián Characán

Del dolor que dejó aquel colectivo solidario en 2006 a la muerte de Alejo Montenegro de apenas 17 años de edad, otra vida truncada por el alcohol y la impunidad al volante.

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Han pasado diecinueve años desde aquel 8 de octubre en que el país se estremeció con la noticia. Un micro del Colegio Ecos, cargado de jóvenes y de sueños solidarios, regresaba desde el paraje El Paraisal, en Chaco, donde los estudiantes habían compartido días con chicos de una escuela rural. Era un viaje de compromiso, de empatía, de esos gestos que parecen pequeños pero que sostienen el mundo.

En la ruta 11, un camión conducido por un hombre alcoholizado invadió el carril contrario y chocó de frente contra el micro. Murieron nueve estudiantes, una profesora y los dos ocupantes del camión. La tragedia quedó grabada en la conciencia colectiva como uno de los episodios más dolorosos de la historia vial argentina.

Desde entonces, el 8 de octubre se conmemora el Día del Estudiante Solidario, una fecha que no celebra, sino que interpela. Porque la solidaridad de aquellos jóvenes contrasta con la indiferencia y la imprudencia que siguen arrebatando vidas cada semana en nuestras rutas.

El dolor de los familiares se transformó en acción: nació la Fundación Conduciendo a Conciencia, que promueve la educación vial, la donación de sangre y la solidaridad activa, llevando cada año alimentos, libros y abrigo a escuelas rurales en todo el país.

Alejo: una vida luminosa, un dolor irreparable

Alejo tenía 17 años. Era alegre, solidario, sensible.

Compartía con su padre una complicidad serena, de esas que no necesitan palabras: los unía la risa, los proyectos, los gestos cotidianos.

Era también el orgullo y la ternura de su madre, que lo amaba con la intensidad de quien intuye que el amor verdadero no se agota con los años, ni con la muerte.

Sus hermanas lo adoraban; en casa, su voz y su presencia llenaban los silencios.

Querido por sus amigos, querido por sus compañeros de fútbol, Alejo irradiaba vida.

Su ausencia es un agujero que no se puede tapar. Un daño que no tiene reparación posible. No hay palabra judicial, ni condena, ni sentencia que devuelva lo que se fue con él. Solo queda el eco de su nombre, pronunciado una y otra vez para que no lo trague el olvido.

Una canción como ofrenda: "8 de Octubre"

El arte también lloró aquella pérdida.

Luis Alberto Spinetta y León Gieco, conmovidos por la tragedia, unieron sus voces para componer la canción "8 de Octubre", un himno nacido del dolor y transformado en esperanza.

Ambos decidieron donar íntegramente todo lo recaudado a la Fundación Conduciendo a Conciencia, en homenaje a los chicos y a su docente.

Esa canción no solo buscó recordar, sino sanar.

Con la sutileza de Spinetta y la raíz popular de Gieco, la melodía se convirtió en refugio. Una forma de decir que el arte también puede salvar vidas.

8 DE OCTUBRE

Abrazo y corazón

Mi grito es el de tu voz

Viento y libertad

Mi huella es la de tu andar

Fuego y fragilidad/lágrimas de tu humedad

Luna y bendición/mi brillo es el de tu sol

Llevaré olor de vivir

Toda sangre da siempre de sí

Dos vidas salvaré

Menos de lamentar

En andas te alzaré

Verán los que no ven... Jamás

Pueblito y soledad

Pobreza que golpeó

De barro manos y pies

Descalzo angelito

Yo te doy vos lo tomás

Gracias doy por regalarme un día más

El mapa agrandaré

Para todos entrar

Revolución de amor

De paz y dignidad... Al fin

Yo creo que sin querer

A Dios de la siesta saqué

Y ahora mis sueños crearán

Más vida, más felicidad

Agua del cielo

Mi fruto es el de tu flor

Olas de inmensidad

Mi sal es de tu mismo mar

Heridas y curación

Mensajero de tu cantar

Destino de un lugar

Mis fuerzas son tus caricias

Una noche hará mil días

Mi naturaleza es ser semilla

Las puertas abriré

Y la muerte escapará

Porque para aprender

Hay tanto que saber... perder

Yo creo que sin querer

A Dios de la siesta saqué

Y ahora mis sueños crearán

Más vida más felicidad

Año tras año, en cada caravana solidaria organizada por la Fundación, esa canción vuelve a sonar como una plegaria laica, recordando que la solidaridad -aquella que movió a los estudiantes del Ecos- no muere nunca: se multiplica.

De la ruta chaqueña a las calles de hoy

Casi dos décadas después, las crónicas se repiten con otros nombres y en otras provincias.

Esta vez fue Alejo Montenegro, un joven con toda la vida por delante, muerto por la misma causa: un conductor que manejaba alcoholizadoJoaquín Pastorelli a alta velocidad, y se dio a la fuga durante horas, y cuando se entregó tenía 1,3 gramos de alcohol en sangre, casi tres veces más que el limite permitido, en su Ford Ranger.

Las escenas son las mismas: el asfalto convertido en altar, los padres abrazados al vacío, la Justicia lenta, el dolor transformado en dignidad.

Los años pasaron, pero el patrón se repite:

Un país que naturaliza el peligro, una Justicia que titubea y una sociedad que reacciona tarde.

Durante unos días, los medios se llenan de titulares y las redes se colman de indignación; después, llega el silencio.

Pero para las familias, el tiempo no sigue: se detiene.

El espejo de la impunidad

Las madres y padres del Colegio Ecos no buscaron venganza, sino verdad, justicia y educación.

Dieron charlas en escuelas, impulsaron leyes, llevaron su testimonio a todo el país.

Intentaron que la tragedia sirviera de enseñanza, que ningún joven más perdiera la vida por la irresponsabilidad de otro.

Pero el país, con su memoria frágil, parece no haber aprendido la lección.

Hoy, la perdida de Alejo Montenegro nos recuerda que cada vez que alguien decide conducir ebrio, está jugando a la ruleta rusa con vidas ajenas. 

Y que cuando un conductor huye del lugar del hecho, no solo abandona una víctima: abandona su condición humana.

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Según la Agencia Nacional de Seguridad Vial, más del 20% de los siniestros fatales en Argentina están vinculados al consumo de alcohol.

Y detrás de cada cifra hay un nombre, una familia, una historia.

No son estadísticas: son vidas interrumpidas.

El silencio que mata dos veces

Cuando la justicia demora, el dolor se multiplica.

Cuando los responsables siguen libres, el mensaje es demoledor: que la vida de un joven vale menos que una copa.

Las familias que reclaman no buscan revancha: buscan una señal de humanidad, una respuesta institucional que diga basta.

Porque la impunidad también se alimenta del silencio: del amigo que calla, del funcionario que minimiza, del ciudadano que mira para otro lado.

No es el destino.

Es una decisión.

Alguien eligió beber.

Alguien eligió manejar.

Alguien eligió escapar.

Y alguien -como Alejo- perdió la vida por eso.

Por Alejo, por los chicos del Ecos, por todos los que no volvieron.

La memoria es la única justicia que no depende de tribunales.

Por eso, cada 8 de octubre no debería ser solo una fecha en el calendario: es una oportunidad para mirarnos como sociedad.

Para entender que la solidaridad no se enseña con discursos, sino con ejemplos.

Que cuidar la vida del otro es el acto más revolucionario de todos.

Alejo Montenegro, como aquellos estudiantes del Colegio Ecos, fue víctima del mismo monstruo: la soberbia de creer que nada puede pasarnos.

Su nombre se suma a una lista que debería dolerle a todo un país.

Porque mientras haya un joven muerto por un conductor ebrio, la tragedia del Ecos no habrá terminado.

Y mientras haya una familia pidiendo justicia en soledad, la deuda será de todos.

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